
Estoy leyendo un libro sobre temas musicales cuyo principal leitmotiv consiste en la argumentación en contra de que la música pueda producir lo que su autor denomina “emociones comunes y corrientes”. Gran parte del libro, además, se articula como una respuesta a los críticos que contestan dicho enunciado. Sin entrar en disquisiciones filosóficas, no me resulta nada difícil ni extraño reconocer que los sentimientos (tristeza, alegría, jovialidad, impotencia, rabia….) poco tienen que ver con la percepción musical. Lo que sí intuyo fuertemente es que la música está asociada, desde los más diversos puntos de vista (senso-perceptivo, mental, pre-consciente, trans-mental….) con nuestras emociones. Gran parte de la música de la primera mitad del S XX, por ejemplo, está ligada a nuestro sentido rítmico, nuestra respiración, nuestra psicomotricidad…De esta manera, lo que en el contexto del Romanticismo tardío se planteaba como música programática, y que acusaba una fuerte componente imitativa ó descriptiva en un marco literario (Strauss), en la nueva época se planteaba como referencia de una emoción. En abstracto. Así Honegger puntualizaba que su Pacific 231 no pretendía ser una descripción musical del tipo de locomotora que da su nombre a la pieza sino una especie de réplica de un coral bachiano que sugiriera de forma abstracta la emoción y el lirismo asociados con la frenética performance de tal máquina lanzada a toda velocidad a través de la noche. Le sacre du printemps, L’après-midi d’un faune, Música para cuerda, percusión y celesta, A survivor from Warsaw, la sinfonía de Mathis der Maler, Figure Humaine, el Concierto a la memoria de un ángel, Turangalîla Symphonie, y también, sin duda, Atmosphères, Gruppen ó Rèpons, aunque sean obras de estéticas y géneros muy diferentes, cada una a su manera, nos emocionan.