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domingo, 23 de diciembre de 2018

Ser



                La vida y el mundo son magmas en los cuales podemos proyectar nuestras inclinaciones, preferencias, zonas ciegas, odios, temores, esperanzas, presagios, seguridades, tentativas, intereses, obligaciones, disgustos, alegrías, elucubraciones, realizaciones, carencias, subjetividades, idearios, mistificaciones, creaciones, estímulos, frustraciones, emociones, apuestas, querencias, vanidades, impudores, generosidades, pasiones, estupideces, …. La característica fundamental del mundo no es la de ser de tal o cual manera, sino la de ser

viernes, 28 de octubre de 2016

Esperpentos


                  Veo un anuncio esperpéntico en el que se oferta una especie de módulo compuesto por una cámara con tierra y la semilla de un árbol y otra cámara preparada para contener las cenizas de un ser querido. El anuncio asegura que el ser querido volverá a vivir en nosotros a través de la incorporación de su materia en un ser viviente, bla, bla, bla. Aparte de lo limitado del asunto por lo que se refiere al tema puramente biológico-molecular, la propuesta hace repensar qué es lo que entendemos por vida, qué es lo que entendemos por persona. Hace más de cuarenta años recuerdo haber leído en un libro de paradojas matemáticas para adolescentes (no sé si tales libros aún se editan o se prescinde de ellos en pos de sexo, drogas y temas más atractivos) una pregunta que hacía referencia a la probabilidad de que un átomo que hubiera formado parte del cuerpo de Julio César estuviera contenido en el cuerpo del lector. Suponiendo que no ha habido gran intercambio de materia fuera del planeta desde aquella época y jugando con el número de Avogadro y el número de humanos que ha habido en el mundo desde aquel entonces, la conclusión era apabullante: la probabilidad era altísima, cercana al 100 %, cosa que sorprendería al comprador de tiestos-resucitadores. Hablando más en serio, lo primero que cabría pensar es que nosotros no somos sistemas materialmente cerrados; que la individualidad –ese preciado sentido del yo que todos poseemos- no es más que el resultado de un extraño bucle que asegura nuestra supervivencia y que tanto nuestra materia –átomos y moléculas- como nuestra alma y nuestro espíritu deben su existencia a una configuración de relaciones, no a un grupo de ladrillos fundamentales apilados. Las cenizas del ser querido han dejado de contener las relaciones que hacían de sus componentes materiales un organismo, un sistema, una persona. Que puedan servir de abono para otro ser vivo es un tema que es obvio. ¿Por qué nos seguimos empeñando en ver cosas en vez de ver relaciones?¿Ceguera primigenia? Si profundizamos en una manera de pensar sistémica nos percataremos de que las fronteras de la vida no son tan claras como pensamos. El virus -que no se reproduce sino que se replica- es una entidad sobre la que no hay un acuerdo cerrado acerca de su carácter de “viviente”. Los priones no están vivos según la noción convencional pero son capaces de transmitir su “plegamiento conformacional equivocado” a otras proteínas, en una especie de “infección físico-química”. La Tierra, pensada como un sistema global Gaia, se nos aparece como un sistema vivo. La individualidad del bucle egoico configura la persona, esa especie de ramillete de roles que asumimos para nuestro día a día y que guían nuestro estar-en-el-mundo. 

domingo, 28 de septiembre de 2014

Ritmos



                                       Cada acto que realizamos durante nuestras vidas tiene su ritmo característico con el consiguiente tempo metronómico. Y en muchas ocasiones, cuando ponemos música a ese ritmo esencial, resulta ser de pulso inmutable. La calma extática de una canción de cuna, el arrojo de una marcha militar, el impulso de una canción de trabajo, la solemnidad de una marcha fúnebre se hallan bastante reñidas con los cambios expresivos de tempo. La vibración cósmica no admite el ritardando; simplemente es o no es.

viernes, 31 de agosto de 2012

Bionosología



            Leo por algún sitio que un nuevo rico ruso tiene el proyecto de invertir y hacer invertir a otros millonarios de la famosa lista de Forbes una gran suma de dinero en un proyecto de investigación sobre la perpetuación a go-go de la vida de los humanos. Este buen señor, que por lo visto quiere sacar provecho de los hallazgos que, según dice, podrían prolongar la vida de un individuo más allá de los doscientos años a base de biorobótica, este buen señor, digo, demuestra una vez más que el dinero no lo puede comprar todo. En este caso el sentido común, sin ir más lejos. La prolongación de una vida humana individual comporta, además del mantenimiento de las funciones vitales, la adaptación a la época en que se vive. Cuando alguien deja de estar siquiera mínimente adaptado a su época está abandonando una parte importante de la vida, que mantiene a base de recuerdos y esquemas que pueden no pertenecer ya al presente. Incluso una buena parte de las mentes preclaras que han ido por delante de su época y han ofrecido alguna revolucionaria idea, creación ó hallazgo acaba, aun a su pesar, siendo desplazada por los tiempos que se suceden. Y es que en el terreno de las ideas, la finitud de la biología de los individuos es el agente renovador más eficaz.  El compositor checo Leos Janacek escribió en 1926 una ópera sobre una obra previa de K. Capek que ahonda en este sentido: el caso Makropoulos, en donde un personaje femenino se ve en la encrucijada de tener que vivir más de 330 años sin otro deseo al final que acabar con un periplo para el que su mente ya no está preparada, por mucho que su cuerpo lo esté.

sábado, 28 de mayo de 2011

Vida


                        Hace exactamente cuarenta años uno de los padres fundadores de la moderna biología molecular, Jacques Monod, postuló (o quizás, pontificó, en una opinión personal y poco basada en modelos científicos), que la vida era un fenómeno absolutamente singular y fruto del azar, con un bajísimo grado de posibilidad de que se pueda repetir en otro lugar o época en el vastísimo universo. Hoy, apoyándonos en modelos científicos renovados por la teoría de sistemas, las matemáticas de la complejidad, el estudio de los sistemas disipativos y la autopoiesis, creemos precisamente todo lo contrario: que la vida es un término hacia el que, dadas unas mínimas condiciones iniciales, se tiende de forma natural por autocatálisis si se da al sistema el tiempo suficiente para ello. La afirmación de Monod, sin embargo, tenía más de postura tripera que de conclusión epistemológica, igual que la última afirmación de Stephen Hawking sobre la inexistencia de algo más allá de la muerte cerebral. Ambas están formuladas con la misma seguridad con la que un miembro del sacro colegio cardenalicio defendería lo contrario (o con la que el presente máximo gestor de la Banca Vaticana denosta más que respetables tradiciones espirituales). Respecto al anuncio de Hawking habría que acotar que este tipo de afirmación siempre hace referencia a la existencia individual de cada psique, y es ahí donde puede radicar el malentendido. La tradición judeocristiana, al igual que la posterior tradición musulmana, hace referencia a la vida más allá de la muerte en relación con las personas individualmente tratadas, en un plano de existencia análogo al terrenal, pero transfigurado. La visión hinduista-budista recoge también (especialmente la hinduista) los azares de una existencia individual que se va purificando a través de la metempsicosis hasta llegar a desvanecerse en un nirvana desprovisto de de cualquier forma (y, por tanto, de cualquier individualidad). La visión taoísta establece desde el principio la existencia no-nacida ni perecedera del Tao, única realidad absoluta que da lugar a las diferentes realidades relativas. La existencia individual, recordémoslo, no apareció con la vida, sino con estructuras más evolucionadas. Los organismos monocelulares procariotas representan una forma de vida muy arcaica (sin núcleo celular y sin capacidad de generar organismos pluricelulares) cuyos “individuos” se reproducen mayormente de forma asexual (es decir, sin intercambio de ADN), por simple división, cosa que los hace “inmortales”. Con la aparición de la reproducción sexual apareció, por tanto, la muerte individual. Y ya no recuerdo hacia donde se dirigía esta frustada y supuestamente grave reflexión…

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Colecciones


Quien más quien menos, todo el mundo se dedica a coleccionar algo. Además de los que normalmente son clasificados como coleccionistas, quienes suelen basar su afición en el deseo de completitud de un conjunto cerrado (sellos, monedas, chapas, insectos, minerales, grabaciones de Charles Trenet) ó una categoría concreta (plumas estilográficas, miniaturas, arte precolombino, discos de jazz) también tenemos a los coleccionistas de recuerdos, afición que se acrecienta con la edad y la experiencia, los coleccionistas de dinero, que son quizás los que menos tiempo tienen para gozar con su colección (colección aburrida por repetitiva y a la que en muchos casos no se le presta atención), los coleccionistas, por último, de experiencias que, en el fondo, somos todos, aunque muchos solamente quieran coleccionar algunos ítems de tal colección, y ahorrarse el resto. Las colecciones forman parte del espacio propio interior al que aludía hace poco, pero quizás representan en este caso un impedimento al flujo natural. Es como si construyéramos un dique que retuviera todo aquello con lo que de alguna manera nos identificamos dejando pasar el resto. Siempre es bueno agarrarse a algo que forma parte de nosotros, aunque quizás seleccionando siempre la mínima cantidad de peso. Como en aquella pregunta estúpida de los libros, los discos y las islas desiertas.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Singularidades


Decía Chaplin (ó Jean Renoir, ahora no lo recuerdo bien) que a lo largo de la vida de una persona solamente suceden unas pocos hechos notables que siempre se repiten y el resto de ella viene constituido por variaciones de los mismos. Este organicismo de la experiencia vital tiene una doble lectura. Por un lado, la autopercepción de la trayectoria de la vida, que viene mediatizada por nuestra matriz personal: llevamos constantemente puestas unas gafas de unos determinados colores que nos tiñen la propia percepción. El desprendimiento –siquiera parcial y momentáneo- de estas gafas requiere un esfuerzo al que difícilmente se hace frente cotidianamente. Ello nos impele, a menudo inconscientemente, a sobrevalorar los hechos que más significativamente se expresan en la matriz y por el mismo mecanismo, a infravalorar los que no están tan expresados. Pero por otro lado también parecen existir constelaciones de acontecimientos no autoprovocados –al menos, conscientemente- que pueblan nuestras vidas. Se habla entonces de destino, sincronicidad, tendencia. Los que han estado a punto de abandonar esta vida pero han regresado a ella refieren a menudo la famosa experiencia en la que se revive la propia existencia en su totalidad pero en lo que parece ser una fracción de tiempo minúscula. Es una experiencia holística y transtemporal en la que la parte y el todo se confunden. La matriz de constelaciones-tendencias vendría representada por el tema astral (que no deja de ser una representación de unos parámetros fractálicos que se desarrollan en el tiempo), el objeto de estudio de la quiromancia y otras manifestaciones similares conocidas desde épocas pre-mentales y denostadas por la hubris de la época racional.