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lunes, 13 de marzo de 2023

Envejecer

 


              De vez en cuando tengo ocasión de releer algún post antiguo de este ya antiguo blog. No por autosatisfacción -o ego surfing, como dicen ahora- sino con el único objetivo de no repetirme demasiado de forma inconsciente (de forma consciente sí que me repito). Y, buceando en este pasado próximo, encuentro perlas olvidadas que me reconectan con algo profundo en mi que parecía olvidado. A menudo estas reflexiones antiguas se enmarcan en un paradigma optimista según el cual los cambios y evoluciones del mundo son para bien y todo parece llevar a un punto de mayor conciencia, apertura y orden dimensional. Visto lo visto, hoy en día no me siento tan optimista porque, al menos desde mi perspectiva, el mercantilismo, la falta de sentido ético y la estupidez galopante han ganado mucho terreno desde entonces. Pero no, no quiero parecer un viejo quejándose y mucho menos un viejo añorando un pasado desdibujado. Porque envejecer no sólo supone el disponer de unas capacidades intelectuales, perceptivas y biológicas disminuídas sino también el haber dejado que los referentes ya no se adecúen al mundo. Si los tejidos y las células han mermado su capacidad de restauración, eso mismo ha sucedido con los marcos de referencia internos. Esto último viene reforzado en períodos como el actual, en donde los viejos observamos con disgusto algunos de los nuevos marcos de referencia, no porque no los entendamos  sino precisamente porque los entendemos demasiado.  Al envejecer nos acercamos un poco al mundo infantil, y así dejamos de reprimir -alguna vez expresamente y las más veces sin quererlo- pedos, corrección verbal y orines. Este acercamiento viene especialmente propiciado en entornos que cultivan la involución. Visto desde la perspectiva del viejo, el mundo se ha convertido en algo muy poco serio -aunque muy correcto-. Es por eso que la próxima revolución -condenada de antemano al fracaso- tiene que venir de la alianza de viejos y niños, que consideran que los supuestos miembros maduros de la sociedad juegan estúpidamente con cosas que no tienen repuesto, como dice el poeta.

viernes, 10 de marzo de 2023

(In)maduración

La gente de cierta edad se queja a menudo de las jóvenes generaciones. Eso no deja de ser ley de vida. Comparan su juventud (los recuerdos que les quedan de ella, más bien) con su percepción actual de los jóvenes. Una diferencia a menudo observada es que los antiguos niños, a diferencia de los actuales, creían en lo que les recomendaban (más bien mandaban) los mayores. Eran niños modelo, como tan bellamente evoca Jacques Brel en una de sus célebres canciones. Después venían las dudas, la rebeldía y tras ello, frecuentemente, la maduración. Los niños se hacían adultos y se preparaban para el siguiente ciclo: hacer de padres de niños que creían en sus recomendaciones …. ¿Qué ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos? Pues que los niños ya no creen. Nacen incrédulos. Y este hecho, que puede parecer maravilloso porque para algunos observadores sugiere el escepticismo filosófico, promesa de fértiles terrenos, tiene una consecuencia mas bien nefasta: la negación del proceso de rebeldía/maduración. La rebeldía ya no tiene una causa generadora. Vivimos una época de rebeldes sin causa, o con una causa tan multifocal que queda difuminada (el rebelde de la película tenía tras de sí causas mucho más enumerables que los actuales). Cuando el incrédulo/rebelde actual crece su rebeldía no ha sedimentado ningún poso sobre el que construir su personalidad adulta. La consecuencia es que adolecemos de una población infantilizada o, peor aún, de perpetuos adolescentes. Las causas sobre las que incidir para afrontar este problema son tan multifocales y sistémicas que tienen difícil solución. El fenómeno que describo, además, es transversal; sucede a lo largo de todas las clases sociales. Pero tarde o temprano los sistemas se autoregulan. Esperemos que de la manera menos traumática posible.