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martes, 26 de octubre de 2021

Fetiches


 

            Cada vez estamos más acostumbrados a que ciertas palabras, referidas en ocasiones a conceptos más o menos nebulosos, ocupen una parte del espacio público. Estas palabras-fetiche, como cualquier elemento de nuestra actualidad, tienen un recorrido no demasiado largo y se renuevan cada pocas temporadas. Quien introduce estos fetiches en su discurso -aunque sea con calzador- demuestra que está 'in' y en línea con la 'gobernanza' (por utilizar una palabra-fetiche de las muchas que han resultado de una traducción forzada del idioma inglés). A veces nuestros fetiches constelizan fuertemente ramilletes de ideas preconcebidas e inducen fantasias compartidas con suma facilidad. Uno de tales fetiches se nos presenta ahora bajo el epígrafe de 'inteligencia artificial'. Nada más lejos de mi intención que menospreciar los avances tecnológicos y el trabajo de neurocientíficos, ingenieros, filósofos e informáticos, que capta mi interés y admiración. Los que incluyen en su discurso a la 'inteligencia artificial' para sentirse 'in' y así complacerse a sí mismos y al Gran Rebaño usualmente ni saben de qué están hablando. Hace pocos días la prensa anunció que la IA estaba escribiendo la X sinfonía de Beethoven. Me parece cuando menos risible (por no decir patético) que unos algoritmos que rastrean a fondo, descomponen, analizan, etc, sean capaces de emular la evolución de un creador. Cada nueva sinfonía de Beethoven aporta elementos que no aparecen en las anteriores. Los sistemas artificiales, por el momento, tienen una gran potencia de cálculo, de análisis e incluso son capaces de 'aprender' incorporando cambios y evoluciones en sus algoritmos. Pero sus conclusiones siempre están basadas en el marco A/B = C/D, o sea en la racionalidad pura y dura, por mucho aprendizaje que incorporen. Para escribir la X sinfonía hace falta, inexorablemente, la presencia de Beethoven. El viejo problema de la cualidad como derivada de la cantidad se responde acudiendo a la complejidad, pero para llegar a tal grado de complejidad se hace necesario acudir a la 'energia oscura' del inconsciente. Para que la X de Beethoven no sea un fracaso tan estrepitoso como la conclusión de la VIII de Schubert.

jueves, 8 de julio de 2021

Embuclamientos

 


Hoy ingresa en el memorable club de los centenarios en activo el sociólogo-filósofo Edgar Morin. Si bien Morin no es el padre de la complejidad, si que puede ser considerado el padre del pensamiento complejo. Su obra magna La Méthode (1977-2004) desarrolla el modelo de la complejidad en seis tomos a lo largo de la Gran Cadena del Ser, desde la materia (La Naturaleza de la Naturaleza) hasta el pensamiento moral (La Ética), pasando por la biología (La vida de la vida), el intelecto (El conocimiento del conocimiento) y la sociología (La humanidad de la Humanidad). El pensamiento complejo todavía no ha incidido suficientemente en nuestra cotidianeidad, en donde sigue habitando de forma persistente el modo de pensamiento analítico. El pensamiento complejo resulta de cerrar un bucle sobre sí mismo en cualquier consideración y alcanzar así esa región que, aun perteneciendo a un entorno objetivo, incluye de alguna manera las interacciones y feed-backs que cualquier caso consteliza a su alrededor. El resultado final de esta paradigmática es que el pensamiento ha avanzado más allá de una racionalidad clásica, cartesiana y analítica sin abandonar no obstante su rigurosidad. La sistematización de Morin cuenta con el apoyo de la Teoría de Sistemas, la Teoría del Caos, la Autopoiesis (cuyo padre, el biólogo chileno Humberto Maturana, falleció hace pocas semanas), la Cibernética, la Ecología, el modelo Gaia y todos aquellos modos que incluyen en sus presupuestos la idea de embuclamiento. Ello conlleva el cambio radical de considerar no las cosas (Parménides) sino las relaciones (Heráclito) como las entidades representativas de una estructura. El pensamiento complejo ha logrado que preguntas con un matiz plenamente dualista y que en otras épocas parecían corresponder a debates insoslayables resultaran irrelevantes. Una de tales preguntas se refiere al origen de la vida y a su carácter de accidente con probabilidad bajísima que tanto obsesionó a bioquímicos como Jacques Monod a principios de los setenta. Estos bioquímicos oponían sus ideas, que entonces se etiquetaban de materialistas, a otro tipo de creencias, ligadas a residuos religiosos y más asociadas con una idea de creacionismo o de plan concreto. Cuando cambiamos de decorado e introducimos la complejidad las dualidades materialismo/espiritualismo y azar/determinación quedan automáticamente disueltas, es decir, dejan de verse como generales y externas a nuestro pensamiento y pasan a ser ejemplos históricos de diferentes fases de pensamiento humano. Todavía en nuestros días una parte de la vieja guardia papal del cientifismo es incapaz de entender la naturaleza bajo el prisma de la complejidad. Así, por ejemplo, el bioquímico Richard Dawkins se ha pasado muchos años combatiendo el modelo Gaia de James Lovelock (quien, a propósito, hace ya casi dos años ingresó también en el club de centenarios en activo) bajo la sospecha de teleología oculta o plan previo -divino o no-, lo que parece indicar que es incapaz de entender el mundo en su complejidad matemático-físico-biológica y sigue empeñado en analizar fragmentos aislados de tal entramado. Morin ha dedicado, además, una parte importante de su carrera a las labores pedagógicas para hacer entender el concepto de complejidad al público general. Esperemos que su semilla siga floreciendo de manera creciente y que nos lleve a una trans-racionalidad que englobe e incluya la racionalidad clásica haciéndola un caso concreto de algo más rico en dimensiones.

sábado, 3 de junio de 2017

Colibríes


      La sociedad, como organismo viviente que es, encuentra su estabilidad a través de fuerzas que provienen de una miríada de bucles de interacción negativamente acoplados. Estos bucles de feed-back se hallan en rápido y constante funcionamiento. La evolución de la sociedad como tal, en épocas regulares, es relativamente lenta comparada con la actividad de los bucles; un poco como un colibrí, que gracias a su extraordinariamente rápido aleteo puede mantenerse "inmóvil" en el aire o desplazarse muy lentamente. En el caso del colibrí existe un órgano central que coordina los movimientos con una suerte de volición. En el caso de la sociedad el papel del órgano central lo asumen los códigos morales, la tradición, las creencias, el modo-de-estar-en-el-mundo,....El órgano central de una sociedad es relativamente estable, sostenido y con capacidad auto-reparadora en épocas de estabilidad histórica. En épocas de cambio el órgano se debilita y coordina de forma mucho menos efectiva la actividad de los millones de bucles de feed-back. El resultado lógico es la incertidumbre sobre el futuro próximo. Cualquier bucle un poco desbocado puede acoplarse positivamente y arrastrar a otros bucles concurrentes pudiendo perderse fácilmente la contención de toda la estructura. En ese punto nos hallamos. Está en nuestras manos la sostenibilidad del planeta.Está en nuestras manos el futuro de Internet. Está en nuestras manos la ética social. Está en nuestras manos la paz mundial...¿Está realmente todo eso en nuestras manos?

lunes, 17 de octubre de 2016

Revisiones


                     El mundo de la ciencia actual tiene el deber inexcusable de revisar sus principios epistemológicos, metodológicos y éticos. Aparte de unas pocas disciplinas que se nutren de una visión sistémica –algunas de las cuales, como la cosmología o la ecología se siguen percibiendo como “de poco impacto para el desarrollo social”-, la mayoría de las ciencias naturales reposan aún sobre un fondo analítico, cartesiano y reduccionista que impide su progreso y las hace servidoras de aquel “dominar la naturaleza” tan típico de la segunda revolución industrial. Actualmente el mundo de la ciencia está dominado –consciente o inconscientemente- por el modelo anglosajón, que refiere a una lógica, una racionalización cerrada que a menudo acaba en un argumento circular. Con esta ciega adopción de las racionalizaciones -que tan a menudo niegan la propia racionalidad- una parte de la ciencia se ha instituido como representante de la verdad absoluta, con capacidad para rehusar el incluir entre sus disciplinas gran variedad de actividades calificados como “pseudociencia”. No tengo problemas para incluir en esta categoría al psicoanálisis o al materialismo histórico –por la misma regla de incumplimiento de falsabilidad popperiana debería también incluirse aquí al darwinismo, afirmación hecha por el propio Popper-. Con lo que sí tengo grandes problemas es con excluir estas aproximaciones “no científicas” de la historia de las ideas grandes y fructíferas. La racionalidad cerrada puede abstraer y recurrir razones pero nunca crear nuevas visiones. Además y especialmente, el modelo de ciencia al que antes me refería rara vez se autoinspecciona para salir del insidioso realismo ingenuo en el que habita desde hace décadas. Supone tácitamente que el observador, separado del objeto, ocupa una posición inexpugnable de clarividencia suprema desde la que observa el mundo de forma pura y absoluta, en una especie de platonismo irreductible, y que esta posición –fuera de toda contingencia- se mantiene eternamente inmutable. Lo que nos lleva a los modelos de pura acumulación que consideran el conocimiento una masa sólida que se deglute hasta el final. Es por eso que todo un apóstol de este modelo como Bertrand Russell, convencido de que el mundo se comporta de forma aristotélica y que ninguna certeza se escapa a la lógica, fue siempre enemigo acérrimo de Kurt Gödel, quien demostró que hasta la aritmética resulta ser un sistema incompleto que se ha de apoyar ad infinitum en otros metasistemas. Y eso que fue el propio Russell quien actualizó la paradoja del cretense, verdadero agujero de la lógica aristotélica.


miércoles, 3 de agosto de 2016

Patrones



                        Un hecho de nuestro entorno inmediato que llama mucho la atención es la aparente falta de consenso respecto a temas de ciencia básica por parte de los propios especialistas. Es normal que las avanzadillas muestren este tipo de incompatibilidades, que el paso del tiempo y la aplicación del “método científico” se encargan de filtrar. Pero el fenómeno es creciente e incluso en campos como la física cuántica o la astrofísica se dan corrientes paralelas incompatibles que no parecen ceder. Desde luego, la asunción de tipo platoniano sobre la unidescripcionalidad del universo cada vez se sostiene menos. Muchos físicos que siguen creyendo (como el 90 % de los científicos actuales) en tal platonismo –es una creencia inconsciente sobre la que raramente se han preguntado- se entregan a fondo desde hace años a la tarea  de hacer compatibles modelos de física fundamental que chirrían entre ellos desde hace casi un siglo. Al mismo tiempo se preguntan sobre el nivel fundamental: el “ladrillo” mínimo con que podemos construir toda nuestra realidad física, bien sea éste materia, energía, campo o partícula (el famoso bosón de Higgs). Tanto una actividad como la otra están bañadas de un exceso de descomposición analítica, que la ciencia ha practicado durante siglos pero que en estos momentos se ve ya obligada a ceder en pos de una sintetización, de un sistematismo. El ladrillo fundamental no tiene para esta visión el interés que suscita, pongamos por caso, la aparición de emergentes. Aunque suene un poco pretencioso, creo firmemente que lo que necesita una revisión a fondo es el concepto del “método científico” que sea capaz de abrazar la complejidad del pensamiento actual. La época de Galileo fue heroica y milagrosamente fructífera, pero nos hallamos muy lejos de ella. No hay mayor mentira que una verdad vieja; ello es válido en todos los ámbitos en que nos movamos. En vez de buscar el ladrillo fundamental lo que se hace del todo necesario es ascender por el camino espiral que hace que nuestras generalizaciones se conviertan en casos particulares de alguna generalización de mayor orden. O sea, la búsqueda de patrones universales más que de ladrillos universales. 

domingo, 18 de octubre de 2015

Lozanía


                        Acabo de leer A rough ride to the future, el último libro publicado de James Lovelock, escrito el año pasado, cuando su autor contaba ya 95 años. Me he maravillado triplemente: primero por el hecho de que una persona de esta edad pueda seguir manteniendo una claridad de pensamiento tan ejemplar, segundo porque es capaz de reconsiderar alguna de sus ideas recientes en torno al futuro de Gaia y en tercer lugar por ser capaz de seguir manteniendo, contra viento y marea, su independencia de pensamiento. Hoy en dia parece que el modelo Gaia es algo que puede fácilmente ser admitido pero hace 30 años la batalla liberada en torno a él y la posición de incomprensión y desprecio mostrada por la mayor parte de la comunidad científica eran más que notorias. En el nuevo libro Lovelock hace repaso de su trayectoria, describiendo con suma lucidez el papel del científico y del inventor en la sociedad, dando razones por las que su modelo tardó tanto en ser (parcialmente) admitido, explicando por qué la ciencia “oficial” se encuentra hoy en una situación que frena la creatividad, y todo sin ningún rencor ni acritud. Como sucede con las obras del último período de muchos artistas, A rough ride to the future se adentra en un terreno que parece dirigido por una imaginación desbordada que va más allá del sentido común. Así, a partir de la intuición de “orden energético de resonancia” apunta a que el sistema Gaia puede situarse en un estado de mayor energía que contenga los fundamentos para desarrollar una vida no ya basada en el “carbono húmedo” sino en el silicio y que sea compatible con la mayor temperatura que tendrá que soportar el planeta en unos cuantos millones de años. Lovelock reitera su vieja defensa de la energía nuclear, que lo ha puesto en contra de los grupos ecologistas convencionales y en el libro asegura que la racionalidad sola no puede construir ni la ciencia ni la técnica, incluidos los inventos. En su británica defensa de la ciencia atribuye el extendido sentimiento de “culpa” acerca del cambio climático a la “religión medioambientalista”, insistiendo que no hay que culpabilizar a nadie por un desarrollo que puede, a la postre, ser beneficioso para Gaia. He encontrado una entrevista realizada el año pasado en Oxford a raíz de la presentación del libro. Corrobora la claridad mental y a la vez la independencia ideológica que Lovelock siempre ha tenido, pero que a esta edad ya le puede permitir las expresivas risas con que salpica su exposición.

viernes, 1 de mayo de 2015

Confianza

                        Según una conocida aseveración popular, una vez se aprende a ir en bicicleta, ya no se olvida jamás, por tiempo de falta de práctica que pase. Lo mismo sucede con la capacidad de flotar en el agua. Aunque se pierdan facultades la técnica básica se mantiene. ¿Por qué sucede asi? Pues porque la capacidad de sostenerse sobre una bicicleta en marcha o de flotar sobre la superficie del mar dependen de una función básica de nuestra mente: la confianza. La práctica de un deporte de competición o de un instrumento musical requieren altas dosis de psicomotricidad que se adquieren con entrenamiento y que ciertamente decaen con la falta de uso. En los casos mencionados de la bicicleta y la flotación la sola constatación de que algo que parecía poco menos que imposible es absolutamente posible dispara automáticamente los bucles psicomotrices que lo actualizan. Es un poco como la puntualidad en los horarios de los trenes. La simple aceptación de la idea de que la puntualidad es importante la hace posible por polarización del sistema, infinitamente más que las cuestiones técnicas, que les son subsidiarias –aunque ciertamente en este caso es necesario dar tiempo al sistema para generar toda la complejidad que entraña-. El ejemplo da la razón a la premisa budista acerca de la posible interferencia de la mente consciente en el desarrollo de algunos procesos (que hay que hacer, no que pensar). O, como dicen en inglés: mind is a good servant but a bad master

miércoles, 9 de abril de 2014

Vida


                        Leo en las noticias que un grupo internacional de bioquímicos ha logrado crear artificialmente un fragmento de cromosoma del hongo saccharomyces cerevisiae. El científico principal del equipo especulaba con la posibilidad de crear vida artificial, hecho que situaba en un hipotético futuro lejano. Imagino el revuelo que organizará tal posibilidad cuando llegue a ser real. En 1828 el químico Friedrich Wöhler sintetizó en el laboratorio la urea, un compuesto orgánico de estructura sencilla, a partir de compuestos inorgánicos. Hasta entonces se creía que en el laboratorio solamente era posible transformar los compuestos orgánicos, pero no orginarlos, posibilidad que únicamente se atribuía al ser vivo. El descubrimiento de Wöhler tuvo más importancia noética que técnica, porque derribó parcialmente el pensamiento vitalista. Veo un paralelo importante entre este caso y el que apuntaba al principio. La vida, tal como se la concibe actualmente, solamente se puede transmitir, no crear artificialmente. Sin embargo, no existe una limitación teórica que nos impida pensar lo contrario; solamente una cuestión tecnológica. La vida en la Tierra se originó a partir de compuestos orgánicos no vivos, lo único es que necesitó unos 2500 millones de años para emerger. Emergencia es la palabra adecuada, ya que la biosfera apareció de la ordenación y sistematización de la geosfera, de la misma manera que la noosfera apareció posteriormente a partir de la biosfera. Cada nueva holoarquía, por tanto, dio lugar a alguna propiedad emergente que no existía en forma explícita en ninguno de los  componentes previos. Y es que los sistemas no son conjuntos de cosas sino conjuntos orgánicos de relaciones embucladas.

viernes, 21 de marzo de 2014

Inclusiones


                        La última y presente revolución en las ciencias de la naturaleza no consiste en la invención de una teoría última que lo explique todo o que pueda unir las aparentemente incompatibles visiones de la mecánica relativista y la mecánica cuántica. Tampoco consiste en el hallazgo de un nuevo super-agujero negro o un tipo de ente a medio camino entre la energía obscura y la materia obscura. Tampoco la identificación de un proteoma o una ruta bioquímica. La última revolución consiste en poner patas arriba nuestra propia maquinaria de raciocinio y empezar a pensar en una serie de ítems antes desconocidos. El primer ítem es la visión sistémica, que va más allá del método analítico instaurado en el XVII y que ha permitido todo el desarrollo científico ulterior. El giro copernicano que ha supuesto esta renovación ha quebrado los esquemas habituales del dualismo cartesiano, fractura reforzada con el descubrimiento de la autoplasticidad del cerebro humano. El segundo ítem, que va de forma natural asociado directamente con el primero, es la introducción del término conciencia en el discurso de las ciencias naturales. Conciencia no significa tanto posicionamiento del lado de la subjetividad como superación del dualismo mente-materia. Los residuos de los estudios de secundaria pesan en la edad adulta bastante más de lo que muchos se imaginan ya que aparecen y operan no como contenidos sino como metodologías y estructuras de pensamiento. El platonismo implícito tradicionalmente en la física todavía aparece como una limitación a la expansión del pensamiento científico. Seguimos en gran parte aferrados al concepto de leyes universales que solamente ceden su sitio y son reemplazadas por otras leyes universales cuando se encuentran fisuras en su consecución. Sin embargo, una delimitación en el ámbito de aplicación de la ley, o una ampliación de sus presupuestos puede hacer que la tal ley universal quede relativizada. Un ejemplo que viene al caso es el del segundo principio de la termodinámica. El supraparadigma en el que está enmarcada la mecánica newtoniana concibe un universo en equilibrio gobernado por unas leyes de atracción que mantienen al sistema en funcionamiento estático. El segundo principio de la termodinámica, enunciado por Clausius en 1850 introduce por vez primera el concepto de la flecha irreversible del tiempo: los sistemas aislados evolucionan hacia el equilibrio termodinámico, representado por el aumento de la entropía. Como el supraparadigma a que hacía referencia concibe el universo como un sistema cerrado, se sigue que el propio universo camina hacia su situación de equilibrio termodinámico por extinción, esto es, su muerte entrópica. Estos pensamientos han generado ríos de tinta hasta que se han producido dos cambios: el primero es el estudio de los fenómenos que parecen ir en contra del segundo principio de la termodinámica porque establecen un orden a fuerza de ser muy abiertos e intercambiar grandes cantidades de materia y energía con sus alrededores (entre otros fenómenos, el de la vida, que siempre pareció ir en contra de la física). El segundo fue la idea, refrendada en 1965, de que el universo no es un sistema cerrado y que, además, tuvo un principio, o sea, que es un sistema en evolución. El otrora mítico segundo principio se ha transformado en una ley de ámbito muy delimitado. No porque falle sino porque se trata, más que de una Ley Universal, de un caso particular muy particular. Es un ejemplo más de la evolución de los paradigmas. 

sábado, 18 de enero de 2014

Holismos


                         Holismo es una de las palabras clave de esa constelación que acompaña al nuevo paradigma científico. Y al igual que sucede con otros términos de la tal constelación, ha sido mal utilizada y abusada en numerosas ocasiones. El holismo supone la restitución de la integridad del sistema en contraste al método común de la ciencia moderna (moderna del S XVII) que tiende a descomponer en partes el sistema para tratar de conocerlo, de acuerdo con la máxima aristoteliana de que el todo es la suma de las partes. A principios de S XX se determinó que había otras posibilidades, la de que el todo fuese más que la suma de las partes y también de que fuese menos. La teoría general de sistemas, establecida por von Bertalanffy después de la II Guerra Mundial, en la misma época que el nacimiento de la cibernética, daría incluso una respuesta diferente: la parte es una forma de ver el todo, ya que la parte contiene el todo de la misma manera que el todo contiene la parte. Es decir, que lo que deja de ser funcional es el viejo concepto de todo y de parte (esta postura había sido ya adoptada previamente por los padres de la mecánica cuántica, Bohr y Heisenberg). Las posteriores Teoría del Caos y Geometría Fractal establecen nuevos paradigmas que substituyen a los conceptos del todo y la parte. Y a la luz de esta nueva cosmovisión es cuando podemos observar en la distancia que muchas de las viejas miradas eran solo partes aisladas, perspectivas en suma, de un paisaje que ahora vemos con más globalidad. Pero para poder realizar este paso de síntesis se ha hecho necesaria la emergencia de una nueva forma de ver las cosas. El universo sistémico es tan potente que incluso tergiversa conceptos sólidamente establecidos como el de causalidad. La red-que-todo-lo-une hace de la relación causal clásica, una vez más, una extracción quirúrgica que no conserva la información original y tiende a substituirla por el concepto de causalidad circular. Bajo el nuevo prisma vemos el modelo darwiniano de evolución como una perspectiva cercenada, en este caso del ecosistema correspondiente, pero que modifica substancialmente la parte del modelo que Popper clasificaba de “programa moral”. Así, el motor de la evolución es la congruencia global del sistema más que la selección de mutaciones azarosas. Azar y necesidad, otro de los dualismos que han perdido gran parte de su significado en los últimos cincuenta años. Hoy sabemos que el orden nace necesariamente del desorden y que se encamina necesariamente hacia él. O sea que determinismo e indeterminación no constituyen, una vez más, una dualidad ab initio sino que resultan de un “corte epistemológico” perspectivista. Las dualidades no se resuelven sino que se disuelven.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Recapitulación

                           
                           Quien haya tenido la paciencia de seguirme hasta aquí en estos casi ocho años (¡gracias!) se habrá más que percatado fácilmente de mis preferencias vitales en los diversos campos que despiertan mi interés. O, mejor dicho, habrá incluso sabido extraer la esencia común a todas ellas, independientemente de su ámbito de aplicación. La idea básica que percola a lo largo de todo el blog es la de evolución; ése sería precisamente el término que utilizaría si tuviera que resumir las casi quinientas entradas en una sola palabra. Evolución como proceso ampliador de las usuales percepciones reificadoras, atomizadoras, de los simples mecanos moleculares y que da paso a las percepciones de proceso. Proceso que va desde la fábrica primigenia de las estrellas generatriz de la geosfera hasta la organización prebiótica, el paso a la biosfera y su desarrollo con la creciente complejización cibernética hasta la emergencia de la noosfera, de la conciencia, que empieza por la percepción del yo (ese strangeloop tan particular y tan sólidamente asentado que impide, a su vez, el desarrollo ulterior de la propia conciencia trans-personal) y sigue todavía su camino hasta la conciencia de segundo orden (la conciencia de ser conscientes) y aun, en contados casos, mucho más allá. También he insistido en el tema de la evolución –tanto histórica-social como personal-piagetiana- de las estructuras de conocimiento, desde la más arcaica hasta las transracionales, pasando por la mágica, la mítica y la racional. Estas estructuras han afectado a la carga cultural que cada época histórica ha generado, tanto en el campo de las ciencias como en el de las artes y el del pensamiento. Mondes neufs, constructions ou démolitions, vous m’ donnez des visions, reza un verso de una canción de Ch.Trenet, y nada más apropiado para percatarnos de que, para poder avanzar en nuestra posición de conciencia, es preciso saber en donde nos encontramos. Es decir, relativizar nuestras coordenadas mentales y reconocer que estamos sometidos a unos paradigmas que pueden evolucionar. Como la yoidad, que una vez instalada cuesta mucho de superar (se trata de un bucle cibernético muy estable y que nos permite nada menos que sobrevivir), la racionalidad, con su proyección externalizante de toda perspectiva, proporciona un parecido estancamiento. No se trata de abandonar la racionalidad (como tampoco se trata de abandonar la yoidad) sino simplemente de confinarlas a un caso particular de un todo mucho más amplio. La yoidad esclerotizada conduce a la otredad, zona en donde se tiende a acumular todos los desechos (políticos, banqueros, seguidores del equipo contrario, es decir, todos los “malos” de la película) mientras que la racionalidad esclerotizada conduce a la más aberrante forma de fragmentación dualista en cualquier ámbito del pensamiento, por simple que sea. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Emergencias


El pensamiento analítico que todavía hoy envuelve a gran número de colectivos –entre ellos buena parte del mundo científico- es el fruto conjunto de los modelos de Aristóteles (forma/substancia) y Decartes (materia/esencia). El modelo sistémico vino a reconocer lo que el pensamiento analítico había obviado durante siglos: las interacciones entre elementos de un sistema, que llegan a devenir una parte esencial del mismo. Y la noción de sistema frente a la de conjunto de partes va íntimamente ligada a la noción de proceso frente a la de objeto. Solamente cuando dejamos de pensar en términos de objetos y comenzamos a pensar en términos de procesos podemos alcanzar a ver el alcance del concepto de sistemas. Una noción extremadamente importante en la teoría de sistemas es la de emergencia. Cuando se alcanza un determinado nivel de organización aparece una propiedad que no estaba en ninguna de las partes constituyentes (las propiedades moleculares ausentes en los átomos constituyentes, la vida ausente en las moléculas constituyentes, el significado morfológico ausente en las letras constituyentes, etc). Esta emergencia se nos puede aparecer como un objeto irreducible al conjunto de objetos constituyentes porque la reificación del objeto ha conllevado una pérdida de información que reaparece en el sistema cuando tienen lugar las interacciones sistémicas. Un poco como sucede con un archivo informático que lleva sus footprints asociadas y que solamente se nos hacen presentes en la interacción con el hardware/software.

viernes, 13 de julio de 2012

Membranas


                        La piel, las membranas, las cortezas constituyen las fronteras y contornos de los seres vivos. A través de ellas se alimentan, interaccionan con el medio y se comunican física ó químicamente. Los seres vivos, como cualquier forma física, están orgánicamente constituídos, de manera que podemos distinguir entre las fronteras de cada subsistema: células, tejidos y organismos propiamente dichos. La ecología nos enseña incluso a ir más allá y sistemtizar a los miembros de una misma especie como un único holón, e incluso a agrupar diferentes especies en sistemas ecológicos que incluso incluyen al medio en el que dichas especies se desenvuelven. De forma que la piel, membranas y cortezas simplemente constituyen las fronteras entre niveles holónicos, siendo la categoría de individuos únicamente uno de los niveles de la holoarquía.

jueves, 9 de febrero de 2012

Estabilidad

Un sistema cualquiera se encuentra en su situación máximamente estable cuanto más armónicamente estructurado se halle. Esto conlleva a su vez una diferenciación y jerarquización de funciones. La riqueza y variedad funcional hace que el conjunto sea más estable y armónico. En un celebrado fragmento de uno de los tomos de El Espectador, Ortega y Gasset dice algo parecido refiriéndose a lo que él llama la profundidad de Francia (“A la entrada de cada pueblo en Francia hay un crucifijo y un cartel con los horarios de las misas: Francia es la très catholique. Cuando, avanzando en la carretera se llega al centro del lugar siempre hay una estatua de Voltaire, el racionalista descreído: Francia es el estado más antirreligioso. Este tipo de conjunciones, impensables en España, que siempre va dando bandazos de extremo a extremo, es el que da a Francia su profundidad”). Cuando un árbol muere, las células de sus raíces que lo mantienen enhiesto, las de sus hojas que lo alimentan y las de sus flores que lo reproducen degeneran -o sea, involucionan-, los correspondientes tejidos se hacen progresivamente menos orgánicos y el sistema se desploma. Esto es lo que pienso por las mañanas en el metro cuando veo a una buena parte de la ciudadanía pendiente de las necedades (juegos y todo lo demás) de sus aparatos electrónicos manuales y la otra parte leyendo la empobrecedora prensa gratuiuta que les reparten a la entrada. Esa alineación indiferenciada es la degeneración a-orgánica capaz de derribar a los sistemas, como aquellos circuitos que antes se hacían con fichas de dominó y ahora con cualquier elemento pero que se desploman tras un leve impulso externo.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Fractales




La semana pasada falleció Benoit Mandelbrot, moderno “padre” de las fractales (así, en femenino, como a él le gustaba denominar a estas estructuras). Mandelbrot no se destacó, como sí hicieron Prigogyne ó Lovelock, como escritor divulgador (que no vulgarizador) de su obra: sus libros resultan poco interesantes en comparación con la riqueza de sus hallazgos. La fractalidad abre en nuestra mente algo más que bellos dibujos ó funciones matemáticas capaces de encajar ajustadamente con las más variadas muestras del “mundo real”, desde la geometría de las montañas hasta la apariencia del firmamento, pasando por las oscilaciones de los valores bursátiles. La fractalidad expresa, por así decirlo, nuestra nueva forma de mirar hacia el mundo. Si la geometría del espejo evoca en nosotros la polaridad del mito y el reflejo del alma, la de la fractal nos traslada de la objetualidad y el dualismo al holismo, a la teoría de sistemas, a la procesalidad. Si prolongamos la operación que da lugar al triángulo de Sierpinsky hasta el infinito, nos desaparece el “objeto”, quedando únicamente la estructura subyacente: bella historia que hace añicos la vieja dualidad forma-contenido. En música, la idea de fractalidad ha dado lugar a muy diversas interpretaciones. Hoy la quiero ligar (aunque no acabo de saber cómo hacerlo) con la construcción de nuevos instrumentos musicales basados en fenómenos naturales. Concretamente, el llamado waterphone, que además de producir unos atractivos sonidos, poseen éstos un notable grado de independencia de su tañedor. El aquafono, junto con el hang, podría ser considerado como un instrumento holístico ó una escultura sonora.

lunes, 9 de agosto de 2010

Ilusiones

El hombre de ciencia actual tiene una tendencia innata a proyectar en el orbe de lo objetivo y normativo la propia subjetividad y creencias, sean éstas paradigmáticas y culturales ó incluso idiosincráticas y personales. Y ello se hace todavía más cierto dentro del subconjunto de la ciencia analítica, no debido a una característica suya esencial sino más bien al momento y grado de desgaste que este tipo de conocimiento conlleva. Y es que el paquete objeto / sistema aislado / causalidad / pensamiento lineal asociado a dicha ciencia analítica tiene algo de indisoluble. El pensamiento analítico se hizo más sólido a partir del paradigma newtoniano y llegó a su máximo apogeo en el S XIX. A lo largo del S XX aparece, como término ampliativo, el pensamiento sistémico, asociado al paquete proceso / red sistémica / homeostasis / pensamiento no lineal. Para un científico del XIX (al igual que para el lego en la materia) el término causalidad era previo y normativo, anterior e independiente del trabajo de investigación. Para un científico sistémico dicho término ha dejado de tener sentido. En una red sistémica no existen, propiamente hablando, causas y efectos, sino procesos reforzantes mutuamente acoplados. Con un sencillo y elegante modelo matemático James Lovelock demostró en su teoría Gaia como, desde un punto de vista teórico, la vida y su ecosistema se refuerzan mutuamente. Previamente, Manfred Eigen había mostrado cómo los ciclos catalíticos puramente químicos pueden llegar a formar una red sistémica que sirve de puente entre la química y la biología. En esa misma época, Ilya Prigogine amplió los horizontes del segundo principio de termodinámica para enseñar como la vida puede considerarse una estructura disipativa que se autoestabiliza a base de un rápido intercambio de materia y energía con el medio. Es por eso que ahora, cada vez que leo alguna cosa sobre la supuesta dicotomía darwinismo-creacionismo no considero ambos bandos como antitéticos sino afectos del mismo problema de base, a saber, su pertenencia a un esquema mental caduco.

miércoles, 1 de julio de 2009

Yoidad


Acabo de leer el último libro que ha publicado Douglas Hofstadter, Yo soy un extraño bucle, en donde el autor propone, desde un punto de vista puramente reduccionista, un modelo de consciencia basado en dinámica de sistemas. Aunque el estilo de este autor sea siempre de lectura agradable, no estoy seguro de que cuando utiliza términos como dualismo cartesiano ó experiencia se refiera a los mismos conceptos que los filósofos ó psicólogos suelen asociar a dichas palabras. Si bien estoy de acuerdo con varios de los razonamientos y conclusiones con que Hofstadter adorna su obra, creo que evita profundizar en lo que su discípulo David Chalmers denomina the hard problem of consciousness y para zanjar la cuestión adopta el punto de vista de transparencia cognitiva/fisicalismo radical que tanto abunda en el mundo de los científicos. Así, la consciencia es considerada como un emergente de alto nivel a partir de fenómenos microscópicos de bajo nivel, mientras que la “yoidad” es vista como una especie de espejismo que un extraño bucle de autorefuerzo alimenta constantemente a lo largo de la vida y que, en realidad, se puede considerar repartido entre un colectivo de individuos. El autor compara esta emergencia en el cambio de nivel con la significación que adquieren las letras cuando se ordenan adecuadamente formando palabras y éstas formando frases capaces de transmitir mensajes ó los sonidos musicales aislados que solamente adquieren sentido cuando se agrupan en frases y sistemas de nivel superior. Pero aquí la metáfora creo que apunta hacia las debilidades del sistema de representación más que hacia la fuerza de un símil ilustrativo. Las letras de un alfabeto se pueden considerar signos que han tenido su evolución. De la misma manera que Hofstadter explica que un “yo” no nace sino que se va formando progresivamente, los signos de la escritura no nos vienen dados: progresan y, lo que es más importante, en todo momento se corresponden con unas sonidos que resultan de la descomposición de unas palabras que también han nacido y evolucionado a partir de células primitivas. Cuando la práctica literaria por un lado y la teorización estructuralista por el otro llegaron a vislumbrar la posibilidad de desconexión entre signo y significación –cosa que supuso un avance radical a costa de una pérdida también radical- el mundo se empezó a poblar de elementos lingüístico-literarios virtualmente transracionales que la postmodernidad acabaría popularizando. De igual manera, una nota musical aislada puede tener una significación (transtonal/aperspectivista) que la práctica musical –Scelsi, Feldman,…- hace ya mucho tiempo reveló. Los atisbos que la propia autocrítica –entusiasta y sincera- de Hofstadter deja para la apertura de nuevas estructuras de conciencia se limitan a clasificar tales aproximaciones o bien como “dualistas” o bien como panpsiquismo. Y una vez establecido el carácter autoengañoso de la yoidad (tesis a la que se puede llegar partiendo desde muy diversos enfoques iniciales) el autor asume que tal engaño es absolutamente necesario por lo que hace a la supervivencia de la especie y que se hace necesaria la convivencia con la paradoja, considerando inútil liberarse de ella tal y como proponen el zazen ó el taoísmo. Pero tal liberación ¿No correspondería a la irrupción en la conciencia de un nivel de percepción superior?

domingo, 26 de octubre de 2008

Contenidos, procesos


Volviendo a la cibernética del intérprete musical pienso en las muchas reformas que ha habido en España en cuanto a las leyes de enseñanza durante los últimos (¿150?) años, en las que, tras recorrer a velocidades supersónicas parajes de lo más diverso, aparentemente se ha regresado a escenarios visitados anteriormente…pero muchas cosas se han perdido por el camino. En lugar de reforzar el loop del aprendiz de intérprete, promocionando el esfuerzo y valorando adecuadamente sus frutos, la actual tendencia, diseñada por intérpretes frustrados convertidos en resentidos burócratas, consiste en el adormecimiento de la conciencia. Hace un tiempo oí textualmente decir que “hoy en día lo importante para un estudiante de violín ya no es tocar bien el concierto de Mendelsohn, sino tener una idea clara de la esencia y significación de dicha obra”. Una vez más, lamentable. El intérprete tiene la idea clara de la esencia y significación de una obra desde un punto de vista subjetivo y tal idea nace precisamente de la resonancia a que en otras ocasiones hacía referencia. Que además disponga de un intelecto capaz de racionalizar esta idea es otra historia. Solamente un reducido porcentaje de instrumentistas –y el número de cantantes se puede contar con los dedos de una mano- dispone de esta capacidad, por otra parte innecesaria en su ejecución. Todo el tema entronca con algo mucho más general: se ha llegado a hacer de la enseñanza una pura transferencia de información. Se ha hablado mucho de contenidos y muy poco de procesos (aunque esta palabra –y sólo la palabra, sin claras asociaciones- ya se está poniendo demasiado de moda en determinados foros). Siempre he creído que gran parte de la deformación mental que padece el grueso de la población en su consideración de las ciencias experimentales como guardianas de las verdades últimas de la vida se debe a la manera como recibió sus nociones durante la enseñanza secundaria. El mundo de la física, la química ó la biología se describe en estos ámbitos (y, por desgracia, se sigue haciendo en los ámbitos universitarios, debido a un problema de contenidos) como un conjunto de leyes que se descubren ó deducen, y no como el resultado de la acción del pensamiento humano a lo largo del tiempo. Cuando se explica un conocimiento específico en un campo determinado ni se discute su origen. No se promueve la captación gestáltica de un paisaje –proceso relacionado, sin duda, con la formación de un bucle cibernético- y su aprendizaje tiene lugar como si se tragara una pastilla contra la acidez gástrica.

martes, 21 de octubre de 2008

Aplazamiento


El hace ya años inevitable crash financiero que el sistema está experimentando es el resultado del desbocamiento de un driver que –utilizando una vez más el lenguaje cibernético- está positivamente acoplado a su circuito de retroalimentación. Me refiero al afán por aumentar las riquezas materiales. Ya lo dice el refrán: cuanto más se tiene, más se quiere. La acumulación de riqueza material, de manera fabulosamente irónica, no produce tranquilidad sino todo lo contrario. Todos los mecanismos de compensación psíquica se disparan para advertir de que hay algo que no funciona (en otra época esto se llamaba mala conciencia). Y la víctima, lejos de interpretar esos signos como frenos, los interpreta como aceleradores. Y ya tenemos el acoplo positivo ó autoreforzante que lleva al colapso. En este caso hay muchos aspectos que una vez más nos hacen reflexionar. Primero, el tema de la otredad: nos dedicamos a escindir y lanzar lejos nuestro las causas denostando a los responsables directos del desaguisado, olvidando que los responsables somos todos los que formamos parte del sistema (lo cual no quiere decir ni mucho menos que apruebe sin más las medidas de reflotación que se están adoptando para salvar a los ladrones de guante blanco y al sistema al cual pertenecen). Segundo, y tal como decía hace un tiempo, la insensata visión de dos bloques socio-políticos antagónicos pugnando por tener la razón se desvanece. Hoy en día tanto el socialismo como el capitalismo entendidos a la manera tal y como se llevaban a la praxis hace cincuenta años están más que liquidados (¡tanto el uno como el otro, Mr Fukuyama!). Tercero, las limitaciones de un espacio de pensamiento: el espacio físico impone unos límites (los límites en la sostenibilidad de que tanto hablamos, por ejemplo), pero los espacios de pensamiento también los poseen. A pesar de que los hayamos querido ampliar hasta su máxima elasticidad mediante una palabra mágica que ahora nos pasa la correspondiente factura: aplazamiento.

martes, 14 de octubre de 2008

Cibernética del intérprete musical


El proceso de la ejecución musical puede considerarse bajo un punto de vista cibernético en el que intérprete, instrumento y espacio acústico forman un único sistema de retroalimentación (negativamente acoplado, o sea, estabilizante, de acuerdo con la terminología de la teoría de sistemas). Uno de los jalones más importantes que se deben de alcanzar durante el proceso de aprendizaje de la técnica instrumental (y bajo este concepto me refiero no únicamente a la destreza psicomotriz, sino también a la articulación de las frases musicales) consiste simplemente en la capacidad de escuchar de forma efectiva la generación de sonidos provocados por uno mismo. En los primeros tiempos del aprendizaje se tiende a dejar abierto el circuito cibernético de retroalimentación por lo que lo que llamaríamos la resonancia con el instrumento se dificulta y la interpretación resulta rígida y sin posibilidad de margen de corrección. A medida que el aprendiz se logra escuchar a sí mismo –de forma clara y flexible- tiene lugar progresivamente la formación del bucle que lo hace uno con su instrumento, y posteriormente con el espacio acústico e incluso con el eventual público que lo esté escuchando. Si el intérprete no toca solo sino en grupo, lo deseable es que el mismo bucle abrace a cada uno de los músicos, haciéndose progresivamente mayor en el caso de una orquesta sinfónica. Las buenas orquestas mantienen una resonancia que las unifica en cuanto a afinación, independientemente del desplazamiento que ésta sufra durante una ejecución larga o en condiciones ambientales poco adecuadas. Cada instrumento, sin embargo, mantiene unas características particulares en cuanto a su bucle cibernético. El intérprete que no siempre utiliza el mismo instrumento (pianistas, percusionistas) puede hallar cierta dificultad en establecer el bucle de control al encontrarse con un instrumento que desconoce (que se une al del espacio sonoro si también lo desconoce). Los cantantes son especialmente sensibles a los espacios acústicos debido a las dificultades que encuentran en la “escucha objetiva” de los sonidos que emite su instrumento. En músicas fuertemente amplificadas eléctricamente los intérpretes necesitan que su feed-back esté también amplificado (los altavoces llamados “chivatos”). En algunas obras contemporáneas de tipo electroacústico (Répons de P. Boulez) el bucle de retroalimentación llega a ser protagonista, con una pulcra delimitación del espacio acústico, situación del público incluida. Aunque la especificación del espacio acústico es un tema que ya viene de muy antiguo en la historia de la música occidental (el muy citado caso de la música de los Gabrielli y las basílicas venecianas, o numerosas obras de la primera mitad del S XX en que la partitura describe con exactitud la colocación relativa de los diversos instrumentos como Le Bal Masqué de Poulenc ó las Trois Petites Liturgies de la Presénce Divine de Messiaen).