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domingo, 16 de septiembre de 2018

Futuro


     Cada década aparece en los media -y el cine de masas no deja de serlo- un nuevo paradigma (¿o es siempre el mismo?) que ilustra lo que se supone que será el mundo en un futuro a corto-medio plazo. El hito del nuevo milenio alimentó durante bastantes lustros este fenómeno. Se nos presentaban imágenes -que ahora se nos antojan ridículas- de personajes con trajes plateados (que parecían tallados por un orangután) manipulando versiones supuestamente futuristas de utensilios domésticos que hacían furor en su época y que ahora están más que periclitados. Es difícil prever una contingencia futura sin antes haber hecho siquiera un cálculo que incluya formas de pensar, de creer y de imaginar pasadas y presentes. Si tendemos irremisiblemente a dibujar el pasado con los colores de nuestro presente, ¡como no vamos a imaginar un futuro absolutamente anclado en nuestra época! La falacia mayor que se comete cuando se pinta una imagen del futuro en los mass media es la de aislar los avances tecnológicos -que siempre suelen situarse en el centro de la escena- del zeitgeist de la supuesta época futura. Es por eso que a principios de los 70 los mass media televisivos en España todavía consideraban, a raíz de la emisión de una nueva versión de "Brave new world", que el autor había sido muy original en imaginar en 1932 una "ciencia-ficción biológica" en lugar de la habitual "ciencia-ficción robótica". El pobre comentarista debía ser incapaz de descubrir la inmensa alegoría de nuestra sociedad que ya entonces se vislumbraba y que ahora se percibe como el olor de un pescado podrido debajo de las narices. Tanto la alegoría de Huxley como la no menos célebre de Orwell imaginan un futuro tenebroso, en donde el totalitarismo domina una sociedad que ha sido incapaz de evolucionar mental y espiritualmente a la par que tecnológicamente. La historia de ciencia ficción de A Clarke llevada al cine por S Kubrick sí que imagina una evolución mental desde épocas ancestrales a épocas futuras pero muestra también una contingencia tecnológica que hace del ordenador el "malo de la película", ya que aunque posee suficiente complejidad como para tener celos carece del más mínimo sentido de la empatía (como muchos humanos, dicho sea de paso). Cuando la postmodernidad mira hacia el pasado ignora tiempos y lugares y superpone de manera hiperreal cualquier objeto. Esta especie de collage es entonces plastificado para constituir nuestro presente. El futuro de la postmodernidad deja por ello de existir, en la misma medida en que el pasado ha quedado abolido por su mirada antihermenéutica. El futuro es la consecuencia  del pasado, aunque cuando pensamos en 'consecuencia' acostumbramos a invocar un sentido infantil y mecanicista de causa-efecto con el que la realidad compleja tiene poco que ver. La promesa de futuro transpersonal de Occidente es un paraiso eterno. La de Oriente es la aniquilación nirvánica. Ambas coinciden en situarse más allá del espacio y del tiempo. Aunque ¡yo sólo estaba hablando del futuro temporal a corto-medio plazo!

jueves, 6 de septiembre de 2018

Comparaciones



        Durante toda mi vida musical me ha acompañado el tópico sobre la comparación entre los intérpretes actuales y los pretéritos, tanto en el caso de instrumentistas como el de cantantes –y en menor intensidad la de los directores de orquesta-. El primer y más frecuente tópico sostiene que antes los intérpretes eran de más calidad (“cualquier tiempo pasado fue mejor”). El segundo tópico sostiene que los intérpretes cada vez tienen más destreza (como la mejora de récords olímpicos). Yo simplemente creo que cada época tiene sus autores, sus intérpretes y su público. Cuando extraemos uno de estos elementos fuera de su tiempo entra en juego un factor hermenéutico a tener en cuenta. Posiblemente hace 60 años había menos intérpretes que ahora, y los que entonces sobresalían tenían grandes facultades naturales. Hoy en día los intérpretes dedican muchos esfuerzos en optimizar sus recursos naturales, que deben de rendir máximamente. Es significativo distinguir entre los instrumentistas y los cantantes. Estos últimos presentan, de forma natural, más variedad de timbre, emisión y fraseo que sus compañeros instrumentistas, y es por ello que son más objeto de comparación histórica. También se puede concluir con facilidad que hoy en día existen muy buenos intérpretes, pero que no todos son conocidos y que una parte de los conocidos no son en realidad muy buenos intérpretes. El tema de la promoción y el marketing se ha hecho hoy en día muy patente, pero en realidad no es un invento reciente. En todas las épocas han existido intérpretes excéntricos que la posterioridad, de manera creciente, ha mitificado. Muchos de los quejumbrosos partidarios del primer tópico opinan que hoy en día los intérpretes han mejorado ostensiblemente el “mecanismo” pero les falla el “alma”. Nunca me he sentido demasiado cómodo con esta materialización de la dualidad cartesiana. Porque la “técnica” y la “expresividad” están absolutamente relacionadas. Si un intérprete maneja sus dedos a muy alta velocidad pero las frases resultantes resultan poco musicales es que no es demasiado bueno y punto. Prefiero, eso sí, un intérprete con destreza limitada pero buen músico que un mal músico con dotes circenses. Para llegar a ser un intérprete extraordinario hacen falta varias cosas: unas importantes dotes iniciales, un trabajo riguroso de maduración y entreno, una determinación a prueba de hierro y mucha suerte. Como decía al principio, los intérpretes han ido cambiando a lo largo de los años, pero también, con ellos, el público.