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viernes, 20 de junio de 2014
Flores
La primavera avanza en el hemisferio boreal. Las flores aparecen por doquier y los poetas, los pintores y también los simples mortales se aprestan a aprehenderlas, en los más diversos sentidos. Esta aprehensión provoca un corte, una fragmentación epistemológica que pretende aislar de su flujo un objeto que es, en realidad, una parte de un proceso. Las flores marchitan –lo mismo que si se dejan en su sitio, pero no de igual manera- para regozijo de poetas y pintores, que plasman así sus naturalezas muertas. Los comunes de los mortales, en un gesto también poético, las colocan entre las páginas de un libro. Quizás la mayor diferencia entre el mundo material y el mundo simbólico –del cual el mundo del arte es parte importante- radica en la recolocación del objeto artístico, una vez extraído del proceso físico, en una zona en la que los flujos restituyen el proceso y por ello lo perpetúan. La Naturaleza imita al Arte pero haciendo lo contrario que él. Arrieros semos, puede que en el camino nos encontremos.
viernes, 22 de abril de 2011
Naturaleza/Cultura

Hace ya mucho tiempo intenté condensar algunas sugerencias referentes a la integración de dualidades. Me dejé una dualidad bastante preferida de nuestra época: la dualidad Naturaleza/Cultura. Es una dualidad que no precisa, creo, de una gran síntesis dialéctica para ser integrada. Podemos considerar, de forma un tanto arbitraria, Naturaleza como algo previo a la conciencia humana y Cultura como algo posterior. El peligro, como siempre, consistiría en considerar Naturaleza como un término dado y Cultura como un término construído (la dualidad dado/construído, también en el centro de nuestro presente). Porque el estudio, científico pongamos por caso, de Naturaleza, es en realidad Cultura y construcción, mientras que la mala sombra que exhiben demasiado a menudo los humanos no deja de ser Naturaleza. Así, Logos parecería Cultura mientras que Eros se asociaría más a Naturaleza. Pero ¿no es éste un enunciado análogo al del dualismo Sabiduría/Método (o sea, el dualismo yin/yan)? El terremoto es Naturaleza, así como el miedo que produce en las especies vivas con nivel superior de conciencia. Pero la superación de tal miedo es Cultura. Incluso nuestra percepción (de una excepcional salida de sol, pongamos por caso) con toda la carga de conciencia que supone, y que se traduce en experiencia, pasa al dominio de la Cultura. Una célula fotoeléctrica percibe, pero su nivel de conciencia (ergo, de experiencia) permanece muy bajo, en el dominio Naturaleza. Llegamos a territorios profundos dentro de nosotros cuando nos sumergimos en Naturaleza, más que en Cultura. En realidad, ambos términos se hallan profundamente imbricados en cualquier proceso en el que aparezca la sombra humana.
sábado, 18 de diciembre de 2010
Taxonomías
Durante los años de estudios de secundaria recuerdo que de las clases de ciencias naturales lo que más me gustaba eran los nombres de los insectos, árboles y minerales (junto con los grupos de simetría cristalina). Me doy cuenta de que esto demuestra un mayor interés por la relación del hombre para con la naturaleza que por la naturaleza en sí. Aquellos nombres sugerían imágenes poéticas, pero también contextos culturales, tradiciones folklóricas ó trasuntos míticos. De esta manera los nombres científicos complementaban ó jerarquizaban los nombres vernáculos, viniendo a ser una versión globalizada (la globalización etnocéntrica de la época de Linneo) de éstos. Contrariamente, los nombres sistemáticos que nos enseñaban en las clases de química venían a ser la negación de los nombres vulgares de las substancias químicas, procedentes éstos una vez más de la tradición folklórica y de la alquimia. Con ello se demostraba el profundo cambio acaecido en el S XVIII con las ideas de la Ilustración y el culto a la racionalidad, que contrastaba con el espíritu más indiferenciado del siglo anterior. Nombres como Olea Europea, Vanessa Cardui, Parnassius Apolo ó Cercis Siliquastrum nos informaban acerca del ámbito natural propio de dichas especies, su morfología ó sus costumbres. Cuando los nombres sistemáticos, atemporales, a-fenomenológicos y construibles a voluntad hacen su aparición, cuando las substancias químicas se transforman en puros compuestos químicos, también aparece el mundo ideal de la racionalidad. Es un gran paso en la historia de la cultura aunque muchos años después, cuando la postmodernidad da por explorado todo este mundo ideal y, con ello, pretende dar fin a la posibilidad de evolución, también resulta ser todo un lastre.
lunes, 30 de agosto de 2010
Representaciones
Esta mañana he podido observar la presencia de pequeñas nubecillas iluminadas por el tímido sol naciente que recordaban a las que aparecen en los cuadros de Canaletto. Poco más tarde han evolucionado hacia grandes cúmulos lechosos tales como los que aparecen en los frescos de Tiépolo, que después se han transformado, por fin, en un cielo amenazador como en algunos cuadros de Turner. La naturaleza imita al arte, vieja frase que expresa un modo de sentir muy particular. Las emociones que puede suscitar la contemplación de la naturaleza filtrada a través de la cultura poco tienen que ver con las que puede suscitar la contemplación de la propia naturaleza. Más que una emoción real frente a una intelectualizada lo que aquí entra en juego es todo un sistema de representaciones. Se trata de algo parecido a una cita literaria: los que las utilizan usualmente –exceptuando, tal vez, aquellos que lo hacen simplemente para barnizarse con una vana capa de culteranismo-, muestran, en el fondo, su mapa de identificaciones y, con ello, su auténtica “realidad”, aquella en la que ubican sus impulsos y energías. En algunas ocasiones el simple sonido de una puerta cerrándose evoca en mí el sonido inicial de la pieza de Stravinsky The Flood -que allá quiere simbolizar el origen del mundo de acuerdo con el Génesis-, haciéndome así salivar cual perro de Pavlov, hecho que al tiempo me recuerda el condicionamiento previo al que he estado sometido. Y éste es, una vez más, el punto clave. Recuerdo que hace unos treinta y cinco años, el chirrido del freno de un ferrocarril metropolitano evocó tanto en mí como en un compañero el famoso acorde de Tristan –huelga decir que en aquella época estábamos impregnados de Wagner-, así como el rechinar de la puerta de un aula que siempre asociaba al famoso arpegio de la flauta en la straussiana Salome, sensación definitoria también del paisaje de aquel momento. El caso auditivo más extremo que he vivido hizo que oyera el sonido de los cencerros de un rebaño de ovejas que se aproximaba como una composición à la Cage –para gran escándalo de los que reconocían el sonido como habitual-. La famosa secuencia de fotografías mostrando a George Balanchine “coreografiando” los movimientos de su gato ó la no menos celebrada e irónica frase del personaje de la felliniana E la nave va (¡qué bella puesta de sol!¡parece un decorado! -refiriéndose a un nada disimulado decorado-) se sitúan también alrededor de la supuesta dicotomía naturaleza/cultura.
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