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lunes, 28 de septiembre de 2020

Jolie Môme

 


             Acaba de fallecer con 93 años la que quizás sea la última representante de una manera muy particular de entender la canción, la clásica chanson française. Bajo este epígrafe común se ha agrupado, a lo largo de los últimos 150 años, una inagotable troupe de artistas que han hecho de la interpretación (y, en los últimos 80 años, también de la composición) de pequeños poemas e historias cantadas todo un arte. Esta forma de hacer no ha surgido de la nada; los trovadores medievales galos, además de cantar a su amada como los del resto de Europa, también dedicaba canciones a una ciudad, a Paris, cosa que siguieron haciendo los madrigalistas renacentistas. Del café conc’ al music-hall, de la butte Montmartre a la cava de Saint Germain-des-Prés, la chanson ha florecido desde los tiempos heroicos de precursores como Félix Mayol o Aristide Bruant hasta los reivindicativos de Léo Ferré y los provocativos de Serge Gainsbourg pasando por los clásicos de Edith Piaf o Charles Trénet, los irónicos de Georges Brassens o los agridulces de Jacques Brel. Una característica de toda esta legión de chanteurs y chanteuses que siempre ha llamado mi atención ha sido la aparente falta de envidias o luchas entre facciones. El caso de la Gréco, quien no componía, es muy ilustrativo. Para ella escribieron canciones sus ilustres compañeros CharlesTrénet, Léo Ferré, Boris Vian, Jacques Brel o Serge Gainsbourg. Cuando me pregunto qué queda de todo esto hoy en día y me topo con productos descafeinados y desnatados no puedo de menos que lamentarme y esperar que algún día lleguen tiempos mejores.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Arreglos

 


            Hace 50 años estaba de moda extraer alguna melodía del repertorio de la “música clásica” y convertirla en una pop tune. Los que realizaban tal tipo de operación aseguraban que con ello acercaban a la gente a la “clásica”, que así dejaba de dar miedo amenazando desde su elitista pedestal. Siempre he sentido muchos recelos hacia tales métodos. Hay muchas maneras de comenzar con “la clásica”. Pero la primerísima consiste en considerarla como un objeto absolutamente diferente a “la pop” (o, como se la llamaba en aquellos días, “la música moderna”). No caben comparaciones por el hecho de que se llame música a ambos objetos. Y no estoy hablando de gradaciones de calidad, que las hay en ambos tipos de objetos. Tampoco digo que se trate de mundos absolutamente incomunicados: siempre han existido influencias mutuas. Lo que está fuera de medida es la reducción de un fragmento sinfónico con una orquestación,  armonías y contrapunto más o menos elaborados a una simple melodía (que, en algunos casos encima se veía simplificada para ajustarse más a las versiones comerciales en boga (la famosa versión de Freude, Schöner Gotterfunken, coronada con una lamentable letra). Pensar que la música es una colección de melodías es como creer que una novela consiste en un argumento o un filme en una serie de diálogos. Recuerdo, además del mencionado Beethoven, las versiones de las danzas del Príncipe Igor (“Extraños en el paraíso”), del tema principal de El Moldau de Smetana (que su autor recogió a su vez de fuentes populares), el primer tema del allegro de la sinfonía 40 de Mozart, el tema del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez y unos cuantos más. Era la misma época en que las “Selecciones del Reader’s Digest hacían furor …

lunes, 7 de septiembre de 2020

Nocturno

 

El teléfono sonó a las 3:30 am, despertando súbitamente a Salviati, quien se llevó un susto de muerte. ¿Sería una llamada para informar de una desgracia? ¿Una llamada de aquellas que no tienen espera? Cuando descolgó el auricular a duras penas tuvo aliento para articular un monosílabo:
-¿Si!?
-He estado pensando y ¡creo haber descubierto una gran contradicción en tu manera de pensar!
El alma de Salviati pasó del estado de vilo al de cabreo sin solución de continuidad.
-¿Simplicio? ¿A estas horas de la noche? ¡Un poco de respeto por el descanso ajeno!
-¿Horas? Perdón amigo mío: ya sabes que profeso el insomnio desde tiempos inmemoriales! Como te decía, he estado meditando sobre nuestro último diálogo y hay algo que no me cuadra. Tú propones una contingencia general como ley de vida ...
-Yo propongo una contingencia particular únicamente como gimnasia intelectual, Simplicio.
-Lo que te sitúa cerca de la postmodernidad, mientras que tu visión evolutiva te aleja de ella ...
-Ciertamente, Simplicio, y es por ello que considero a la postmodernidad como una crisis de cambio y no como una situación mínimamente estable.
-¿Y qué diferencia una crisis de una situación estable? Salviati: las cosas, desengáñate, son o no son.
-¿Son o no son? Este pensamiento conviene a Platón o a Shakespeare, caro Simplicio, pero no a mí.
-Explicate Salviati porque no te entiendo.
-Por un lado la postmodernidad considera el mundo de manera absolutamente contingente, sin posibles esquemas fijos ahistóricos y por otro se quiere salir de la historia proclamando su fin, lo cual crea instantáneamente un esquema fijo ahistórico. Una nueva manera de enunciar la falacia de la postmodernidad.
-¿Y si la evolución hubiera dado un giro y se hubiera dado un tiempo de respiro?¿No dices siempre tu mismo que el tiempo es la medida de la evolución y que el fin de la Modernidad viene dado por una nueva relación de los humanos con el tiempo?
-No veo ninguna diferencia entre lo que yo pienso y lo que tu propones, buen Simplicio.
-Entonces, Salviati, ¡tu no eres un postmoderno!
-Yo, humildemente, creo que la Edad Moderna ha tocado a su fin, pero que la nueva Edad no es precisamente la Postmoderna. Y, perdóname amigo Simplicio, ahora debo regresar en brazos de Morfeo a mi sueño reparador. Te aconsejo que hagas lo mismo.
-Buenas noches, pues, Salviati.
-Buenas noches para tí también, Simplicio.