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miércoles, 27 de diciembre de 2017

Música Tiempo Ciencia


                   "Le phénomène de la musique nous est donné à la seule fin d'instituer un ordre dans les choses, y compris et surtout un ordre entre l'homme et le temps". Esta célebre frase de chroniques de ma vie de Stravinsky define de manera cristalina la componente temporal del arte musical. El tipo de temporalidad define muy característicamente cada etapa de la historia de la música. Cuando observamos el pasado con el fin de analizarlo el efecto telescopio se hace notar de manera que las épocas más remotas parecen amontonarse, como las galaxias más alejadas de nosotros. En el caso del arte sonoro, además, existe una dificultad añadida. Excepto a través de imágenes de tañedores o alguna teorización matemática como las escalas griegas, no tenemos ni idea de como sonaban las músicas de la Antigüedad. Si que sabemos que los antiguos griegos otorgaban poder moral a la música y características anímicas a cada una de las escalas modales. De ahí se puede deducir que en su psicología se apreciaban una suerte de temporalidades diversas ligadas a las diferentes armonías. Muchas músicas de raiz étnica que supuestamente no han variado demasiado durante miles de años se basan en patrones repetitivos (las poliritmias africanas) o armónicamente neutros (la música gamelan de Bali) que les confieren -al menos desde la perspectiva del oído occidental- un importante grado de a-temporalidad. El primer desarrollo significativo de la aventura musical del occidente medieval fue la incorporación de las escalas modales griegas en un tipo de composición que -por vez primera-  ha llegado hasta nosotros: el canto gregoriano. La característica primera que desde nuestra perspectiva apreciamos en esta música es su homofonía, que ahora valoramos por su pureza y recogimiento, pero esa es una visión desde nuestra posición post-tonal. A lo largo de los siglos X-XIII el gregoriano incorporó una aparente segunda voz, que normalmente era una linea melodico-ritmica paralela, situado a una quinta de distancia, complementada con una octava, en un procedimiento que se denominó organum. No es casual la elección de la octava y la quinta. Éstos son los intervalos a que aparecen los dos primeros armónicos de una nota dada. El organum hace resonar en nosotros en primer lugar el sonido de la quinta desnuda (el bajo inmutable que sostiene la melodia de las gaitas o las zanfoñas), con su arcaísmo inconfundible. Más aun, el movimiento paralelo de las quintas (¡rigurosamente prohibido por la armonía clásica cinco siglos después!) evoca un estatismo y una circularidad que -repito, a nuestros oidos post-tonales- nos situa en una zona arcaica de temporalidad restringida. Esta temporalidad "bisarmónica" se correspondería con la pintura gótica (que a pesar de añadir muchos elementos ornamentales a la pintura románica permanece esencialmente "bidimensional"). Aqui podemos hacer un interesante símil evolutivo entre música y pintura. La música se desarrolla esencialmente en el tiempo físico de la misma manera que la pintura lo hace en la bidimensionalidad espacial. Pero de alguna manera la música construye alrededor suyo una nueva temporalidad psicológica mientras que la pintura hace lo mismo con la espacialidad. A lo largo de la Baja Edad Media se fueron apilando elementos sobre el edificio musical. El llamado ArsNova incorporó, ya en el S XIV, unas líneas claramente polifónicas que fueron evolucionando hasta que apareció un nuevo emergente: la tonalidad, al igual que en pintura habia aparecido la tercera dimensión de la mano de la perspectiva. La tonalidad, ligada a la tridimensionalidad pictórica y a la Modernidad en general, se inscribe dentro de la gran revolución cognitiva que supuso la llegada del Renacimiento. Perspectiva, tonalidad, renacimiento, método científico se constituyen en la misma época: la Modernidad. El primer desarrollo de la Modernidad, desde el Renacimiento hasta la Ilustración, incluye la carrera hacia la primacía de la Razón, desde sus aspectos filosóficos (Decartes) hasta los de las Ciencias Naturales (Newton). En música este desarrollo corresponde al paso desde la polifonía renacentista hasta la música barroca. El asentamiento de la tonalidad y sus repercusiones técnicas (invención de la escala temperada) se ven así impelidos hacia la idea de la “maquina celeste” que da a la música barroca su característica temporalidad motora en la que el propio tiempo ha sido espacializado. El universo de la polifonía renacentista festejaba la hipótesis heliocentrista con complejas poliritmias; la fuerza motora de la música barroca basaba sus danzables ritmos en los mismos patrones de mecanismo de relojería con que Newton había descrito la mecánica celeste. El triunfo de la Razón, sin embargo, significó también su limitación. Y en el relativamente breve período de tiempo que conocemos como la Ilustración, durante el que la primacía de la razón giró hasta convertirse en su opuesta –su negación: el Romanticismo- la historia de la música occidental conoció uno de sus más ricos y fructíferos momentos. Tanto es así que hoy en día lo conocemos como el Clasicismo musical. A los ritmos y motóricas barrocas se suman, en delicado equilibrio, emociones que no niegan la razón, pero sí equilibran su modo mecánico. La tonalidad –el perspectivismo- se ve así reforzada con la utilización del bajo Alberti. Es la época relevante para la siguiente nota que aparece en la serie armónica: la tercera mayor.  Es curioso que, en el período final de sus carreras creativas, los mayores compositores de este período recurrieran al elemento constructivista más riguroso del pasado período del Barroco. Con la irrupción del Romanticismo el elemento constructivo se debilita en pos del expresivo y a lo largo del XIX la armonía se hace más compleja, incorporando sucesivas notas de la serie armónica. A la reversibilidad de la música barroca y la mecánica clásica se le opone la irreversibilidad de la música romántica y su correlato físico: la termodinámica clásica. El tiempo viene representado por una flecha que no admite marcha atrás. El universo de Copérnico, Galileo, Newton se ve relegado a una proyección ideal. El universo de Clausius. Helmholtz y Boltzmann ha dejado de ser eterno. Tiene final: la muerte entrópica, la dispersión. El Universo ya no es así un eterno juego de billar sino un happening con final programado, como un espectáculo de fuegos artificiales. Los sucesivos replanteamientos de la tonalidad que conducen lentamente hacia su disolución dan debida cuenta de ello. La música se hace entonces vegetal. Con Tristan und Isolde la temporalidad de la música se hace inabarcable. El oyente espera una resolución armónica que nunca acaba de llegar. El elemento rítmico de la época complementa al tejido armónico en perpetuo movimiento y a duras penas tiene un papel en la psicología de la percepción temporal. La tonalidad acaba, a principios del XX, por desaparecer del todo en la tradición centroeuropea, dando paso al expresionismo, mientras que por otro lado, se reconstituye en la tradición franco-rusa a partir del nuevo orden armónico que sigue la línea Moussorgsky-Debussy-Stravinsky. En el primer caso la percepción temporal se sitúa en una zona deformada en donde se aplican lupas y espejos concavoconvexos a la percepción cotidiana, como en la pintura expresionista. En el segundo la percepción de la temporalidad se sitúa en una zona a-temporal que resulta del interrumpido movimiento armónico. Las teorías relativistas de 1905 y 1915 presentan de nuevo el correlato físico de la época: en ellas el tiempo queda integrado como una parte más de la estructura, apelando así al sentido “eterno” de las cosas. En contraste con la inestabilidad armónica y la deriva rítmica del expresionismo, el impresionismo y postimpresionismo muestran una neutralidad armónica y ritmos obstinados capaces de de suspender nuestra percepción del fluir del tiempo. Cuando las posturas expresionista y neoclásica convergen después de la II Guerra Mundial un nuevo universo ha nacido. En él los fenómenos disipativos, los atractores caóticos y los bucles de retroalimentación sustentan un todo que está en constante proceso de nacimiento y muerte. La música post-serial elabora esta nueva visión en forma de magma sonoro estático en constante movimiento, música de fases –como en el minimalismo- o sonidos electrónicos con su nuevo cosmos rítmico y armónico que poco tiene que ver con todo lo anterior. A pesar de que a partir de los 70 la postmodernidad irrumpe con su promesa no-evolucionista de haber descubierto todo lo descubrible y representar toda posibilidad como una combinación de elementos ya descubiertos, la evolución sigue y con ella el desarrollo de la temporalidad. Gran parte de nuestra insatisfacción actual está relacionada con la no aceptación de este reto y la estéril asunción de la gratuita transparencia de nuestra conciencia.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Descontextualizaciones


                           Frente al arte profundamernte estructurado (es decir, el que posee un esqueleto que lo vertebra), y que el que posee una estructura más construida a pedazos dentro de un determinado contexto, el collage es una forma de descontextualización. El objetivo del collage no es otro que el de crear o resaltar una nueva relación entre los elementos descontextualizados. Una buscada invertebración vista, eso sí, desde una perspectiva que a fuerza de ser amplia llega a parecernos inexistente. Esa perspectiva es lo que en la postmodernidad tomamos como un telón de fondo absoluto. Las deconstrucciones no son más que collages de elementos desperspectivizados pegados sobre un espejismo al que llamamos realidad

sábado, 25 de noviembre de 2017

Vacío


              El conocido y temido “horror vacui” encuentra su correspondiente cuota de participación en varios campos del terreno artístico. La indecisión ante la página o la tela en blanco, como símbolo del bloqueo mental que en ocasiones preludia (y ordena la mente para) el acto creativo es un tema harto tratado por filósofos y poetas. El horror al vacío, una vez superado el período inicial de la creación, es cuidadosamente transferido a la propia creación. Así, pintores y grabadores del Renacimiento en adelante muestran esta característica en grado variable: desde los paisajes de “relleno” que equilibran y a la vez hacen destacar a las figuras principales hasta los abigarrados cuadros de Jean Duvet. A pesar de la gran conquista de los espacios pictóricos diáfanos a mitad del S XX el arte actual sigue conteniendo una parte de horror al vacío (graffiti!). En música el vacío está representado por el silencio. Se hace difícil pensar en el silencio musical durante el Renacimiento y especialmente el Barroco (algunos recitativos especialmente expresivos de Monteverdi usan de ellos). Durante el Clasicismo el silencio es frecuentemente utilizado en sentido cómico. Una frase bruscamente interrumpida es seguida por un silencio durante el que se pide al oyente que adivine lo que viene a continuación (Haydn y Beethoven eran verdaderos adeptos de este esquema). El silencio desaparece de nuevo en la música del S XIX para dar paso a la “melodía infinita”, ejemplo muy ilustrativo del “horror vacui”. Con la vuelta al clasicismo el S XX vuelve a hacer un hueco al silencio musical, que hace su carta de aparición plena a partir de mediados de siglo con compositores como John Cage y Morton Feldman. Aunque el horror vacui siga estando presente en la música minimalista. También aparece en las ejecuciones de los malos intérpretes, quienes sienten pánico de dejar de emitir sonidos y prefieren apilarlos como un montón de chatarra. Una vez más Oriente, complemento dialéctico de Occidente, ha mostrado más transigencia con el vacío. Es más: su paraíso, el Nirvana, es la mejor versión psicológica del “amor vacui” que conozco.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Significación histórica


                  A medida que el tiempo pasa y la crisis catalana se asienta nuestra perspectiva se va modificando y, en cierto modo, se amplía. Recuerdo que Edgar Morin explica que uno de sus profesores universitarios más admirados clasificaba los períodos históricos según la visión que tenían en cuanto a la significación histórica que atribuían a la Revolución Francesa. Al hallarnos sumergidos dentro de la presente coyuntura se hace difícil analizarla con cierta perspectiva pero siempre es útil –y, cuando menos, muy higiénico- tomar la distancia necesaria para ello. Los hechos acaecidos el pasado mes de octubre representaron la culminación de un proceso largamente gestado que se remonta, cuando menos, a una suma de eventos acumulados durante los últimos diez años y que han deteriorado significativamente las  relaciones entre Catalunya y el Estado Español (no voy a enumerarlas; para eso ya están los comentaristas políticos). Remontándonos más atrás podemos observar un resquemor derivado de la pérdida de las leyes propias tras la Guerra de Sucesión más o menos históricamente mantenido pero sobrellevado (con períodos llenos de altibajos). Hasta aquí estoy describiendo un proceso que ha ido oscilando entre la falta de entendimiento, la falta de identificación con matices fuertemente políticos apareciendo a ratos y motivos puramente tribales (la famosa “pertenencia” y “no-pertenencia” que tantas pasiones desata). El eterno dilema, agudizado, que ha vuelto a crecer. Pero en los últimos días el tema se ha extendido y amenaza con desbordar la cuestión puramente tribal, a pesar de que muchos de sus protagonistas sean absolutamente inconscientes de ello. El blindaje del stato-quo que muestra el ejecutivo y gran parte del mapa político español ha sido reflejado cual perfecto eco por las organizaciones políticas de la comunidad europea, que prefieren no dar demasiada relevancia al caso por temor a verse salpicadas. La crisis económica, aspecto evidente pero no único de la crisis global que padecemos, ha socavado el proyecto europeo –así como la crisis moral ha socavado el generoso proyecto inicial de Internet o la crisis de conocimiento ha socavado la creciente conciencia ecológica de las civilizaciones tecnocratizadas- ha sido en gran parte la responsable del parón al proyecto europeo. La “revolución catalana” puede transformarse en el inicio de una nueva visión europea que supere los conceptos renacentistas/románticos de estado y abra una nueva perspectiva de organización política en el continente. No soy ingenuo: esto no es tarea de un mes, un año y ni siquiera una década. La recesión ha derivado el proyecto europeo hacia la tribalización, el populismo y el auge de actitudes que nos recuerdan peligrosamente un pasado no tan lejano (aunque las acusaciones mutuas de “nazi” y “fascista” que tan fácilmente salen de ambos bandos puedan hacer creer que se ha elevado estos calificativos a categorías no-temporales). Este posible germen de cambio político global da una bocanada de aire fresco al presente conflicto y sugiere una posible salida (de momento, solamente a nivel mental) del presente y estéril enroque.

sábado, 21 de octubre de 2017

Respuesta


                  Me doy perfecta cuenta de que mi reciente respuesta a mi más asiduo lector –o, cuando menos, comentarista- es muy pobre y escueta. Hablo de la posible inclusión de la ciencia en el ámbito de la post-modernidad. Durante siglos la Historia de la Ciencia –nuestra ciencia como tal empieza con el Renacimiento- dio por sentado que nuestros afanes investigadores perseguían básicamente el estudio de la realidad (en este caso física). Una realidad teñida de forma absolutamente inconsciente por el Zeitgeist de la Modernidad, claro está. En suma: una realidad externa e independiente de nosotros y perfectamente cognoscible en su totalidad. Una realidad que requeriría solamente ser descubierta. Cada nuevo descubrimiento, por tanto, iría desvelando una capa más de tal realidad hasta hacerla transparente. En ese momento conoceríamos toda la realidad. Este proceso sugiere un avance acumulativo en el conocimiento. Toda vez que, de acuerdo con el modelo popperiano, una teoría o modelo puede ser falseado en cualquier momento y eso lo desacredita y elimina de la ruta acumulativa hacia el conocimiento absoluto de la realidad de la Modernidad. En el S XX y más aún en la post-modernidad nuestra visión de la realidad se ha modificado rotundamente. Nuestra realidad ya no es una roca externa, cognoscible en su totalidad o independiente de nuestros puntos de vista. El modus operandi del avance en el conocimiento científico estaría entonces descrito por las epistemologías de Koyré, Bachelard y Kuhn, quien introduce el concepto de paradigma dentro de la historia de la ciencia. Los paradigmas, cual zeitgeist que representan, tiñen todos los elementos que constelizan de su color de forma que los conceptos que se manejan en su interior dependen más de la red estructural propia que de un sistema independiente que reflejara cual espejo fidelísimo la propia naturaleza. La epistemología de Kuhn fue sistemáticamente ignorada dentro del mundo de las ciencias de la naturaleza y excesivamente dogmatizada dentro del mundo de las ciencias humanas. Si la interpretamos a la luz de un modelo evolutivo lo que nos dice la sucesión de paradigmas no está ya relacionado con un simple cambio psicológico como pretendía Popper sino como una mirada consecuentemente más y más ampliada que reduce el paradigma anterior a un caso particular del más general paradigma presente. Esta visión ya no es ni acumulativa ni paradigmática sino que participa de ambas aproximaciones. Nuestra percepción de las cosas nos hace elaborar constructos que van modificando nuestra mentalidad y con ello nuestra percepción. Nuestro conocimiento de la(s) realidad(es) transmodernas modifica constantemente nuestra percepción del miundo y su(s) realidad(es). Es por eso que nuestra(s) realidad(es) ya no son descubiertas sino inventadas.  Eso puede sonar incluso como una herejía si nos mantenemos en el concepto moderno de realidad que describía antes. No sé si me ha llegado a explicar tan claramente como se merece mi atento y paciente comentarista.

viernes, 6 de octubre de 2017

Posturas

                        La religión y la política son dos temas que se suelen excluir, de forma tácita o abiertamente pactada, de las conversaciones. Por mor de respeto a la sensibilidad del prójimo o para evitar estériles enfrentamientos. ¿Por qué precisamente estos dos temas? Sencillo. Porque constelizan toda una serie de contenidos emocionales difícilmente controlables. He dicho alguna vez que las emociones son el motor que tira de un carro que debe estar conducido por un cochero -la razón- el cual debe a su vez seguir una ruta que puede también ir variando en virtud de los acontecimientos. En este blog rara vez he expuesto temas abiertamente políticos. Quizá porque me ha interesado más el trasfondo psicológico, sociológico o ético de tales cuestiones o simplemente porque he pretendido atacar cuestiones más puramente relacionadas con la propia naturaleza humana. Aunque reconozco mi gusto por los escritos concentrados, breves, que intentan despertar zonas de pensamiento que el lector suele ignorar cotidianamente, también confieso mi disgusto hacia las frases simples, descontextualizadas y triperas que algunas redes sociales -todos saben de qué hablo- exhiben impúdicamente como estandarte de gente con poca imaginación y un muy limitado conocimiento de la complejidad del mundo -políticos incluídos-. Estas frases se corresponderían con los animales de tiro de que hablaba anteriormente que súbitamente se acabaran de liberar del cochero. Los acontecimientos actuales en Catalunya hacen que deba dedicar una entrada a un tema político. Advierto de entrada que no voy a tomar partido por ninguna de las opciones que aparentemente se nos presentan como únicas y antagónicas. Voto en blanco porque no me identifico plenamente con ninguna de ellas. Después de todo, identificarse más con una de ellas es una opción personal que en gran parte tampoco elegimos. Por mucho que ambas partes contendientes adornen con muchos argumentos racionales su postura hay una parte primordial de creencia -palabra hoy en dia desacreditada pero muy útil en psicología- que exige respeto por parte de la facción contraria. Ambas posturas se han autoentronizado como la opción única posible y se han dedicado a demonizar a su rival utilizando muchos argumentos que en realidad ocultan aquella estructura cognitiva -creencia- que todos tratan de ignorar. A partir de aquí, y mediante el uso más perverso del tertio excluso aristotélico (“si no estás conmigo estás contra mi”;”la acción vil que descalifica a una de las partes legitimiza a la otra parte”) se ha llegado a un callejón sin salida en que la gente madura se debe de sentar a pactar. Pactar para ceder, naturalmente. Si no es así malament anem.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Perspectivas


                     Estoy leyendo –por imperativo laboral e intercalado entre otras cosas ciertamente más jugosas- un libro sobre mindfulness. Seguro que no es el peor libro que se ha publicado sobre el tema que entra en ese incierto apartado que las librerías dedican a “auto-ayuda”, “new age” o similares. Incluso diría que algún párrafo me ha parecido bien sintetizado y suficientemente aséptico. (No diré de qué libro se trata: está escrito por profesionales poco dudosos desde el punto de vista “ortodoxo”). Después de afirmar que la cultura oriental ha mantenido una postura diferente a la occidental y por eso considera al cuerpo tan importante como la mente para el equilibrio individual los autores lanzan un estentóreo: En los últimos años, los descubrimientos científicos apoyan la hipótesis oriental de la importancia del cuerpo en nuestro equilibrio. Es decir, que aceptamos la hipótesis oriental porque si la analizamos con el rasero más sagrado que posee la civilización occidental, sorprendentemente, obtenemos un resultado favorable para tal principio nacido fuera del cientificismo. Si consideramos que Oriente es el complemento dialéctico de Occidente y vice-versa, ¿no seria mucho mejor escribir: En los últimos años, los descubrimientos científicos coinciden con la tradición oriental …? Al menos sonaría menos etnocéntrico y condescendiente e incluiría a la ciencia dentro del conjunto de de la post-modernidad (de la cual la hacemos salir por miedo de sentirnos desnudos).

sábado, 23 de septiembre de 2017

Compartimentación


                  Se nos ha repetido hasta la saciedad que en nuestro mundo actual es imposible tener un amplio conocimiento global y es precisamente por eso por lo que nuestro conocimiento está compartimentado. Tenemos especialistas para cualquier cosa aislada. Y ésa es precisamente la cuestión: las cosas aisladas no nos permiten tener una visión de conjunto. Y las grandes revoluciones en el conocimiento no vienen por cosas aisladas sino por la sistematización de todas ellas. Los hombres del Renacimiento no eran especialistas pero tenían una nueva visión de la complejidad del mundo. Nuestro conocimiento es más extenso que el del Renacimiento pero sobre todo más complejo. La extensión se afronta con especialistas pero la complejidad requiere necesariamente generalistas. Porque la extensión aislada no provoca saltos cualitativos en el conocimiento sino acumulación cuantitativa. Para renovar los odres del conocimiento –sus estructuras: sus matrices sensibles- se hacen necesarias personas que, sin ser los mejores especialistas en nada, sepan qué es el saber y sus posibilidades en cada momento histórico.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Símil


                 Las empresas cortijiles tienen necesidad de empleados afectos porque se basan en códigos de comportamiento primitivos (“o estás conmigo o contra mí”), en donde el miedo impera a sus anchas, a diferencia de las más evolucionadas, en donde se valoran la competencia, la sagacidad, la capacidad de síntesis y otras cualidades que permiten la evolución del negocio. Las empresas cortijiles demonizan a sus competidores, a diferencia de las que tienen mayor amplitud de miras, que intentan entenderlos para así poder desarrollar estrategias que permitan superarlos. Las empresas cortijiles no analizan sus propias debilidades por el temor de llegar a descubrirlas, a diferencia de las empresas más evolucionadas, en donde siempre su busca el ajuste que encaje con la propia evolución de los mercados. En el mundo de la política pasa exactamente lo mismo. La proporción de política y políticos cortijiles, por eso, es todavía mucho mayor que el de las empresas homólogas. Siempre es más fácil movilizar la opinión pública con actitudes simplistas y triperas del primer tipo que con visiones más complejas y calmadas del segundo. 

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Elegancia


                  Mercutio, el personaje amigo de Romeo Montesco en la tragedia de Shakespeare, hace gala a su nombre (que en realidad deriva del más cristianizado Marcuccio) y se nos presenta como un carácter plenamente mercurial. Ésta es una característica general del teatro de su autor, quien construía magistralmente sus personajes a través de figuras arquetípicas, mitológicas, tipos simbólicos, astrológicos... Es difícil plasmar la ardiente y destructiva simbología del escorpio con más acierto que con el personaje de Othello o la del equilibrio dubitativo del libra que con el de Hamlet. Pero volviendo a Mercutio lo que más me llama la atención de su paleta tipológica es la elegancia, propia del dios alado. Quizás porque en nuestro adocenado mundo la elegancia se ha reducido a una palabra únicamente utilizada en el mundo de la moda y ya nadie la practica. La elegancia es una actitud -no solamente estética aunque siempre conlleve ese matiz- frente a la vida. Mercutio adora a Romeo y odia a Tybalt no solamente por seguir la actitud de su amigo. Tybalt representa la fuerza bruta, el primitivismo, la no-diferenciación y, por si fuera poco, no tiene el más mínimo sentido del humor. Diríase que Mercutio obtiene un placer especial azuzando a Tybalt, a sabiendas de que pone su vida en juego. Mercutio, el poeta, el irónico, el juguetón, el amigo fiel, el saltarín, muere así a manos de su contrario. Un poco como pasa ahora en nuestra sociedad. El egoísmo primitivo y zafio ha cobrado suficientes alas como para destrozar la cristalería a su paso. Nulla aesthetica sine aethica.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Opiniones


                    Una de las mil consecuencias de la post-modernidad: nos impele a desconfiar de las grandes figuras de la historia (sólo adoramos sus citas, que utilizamos como estandarte, pértiga o ariete). En otros tiempos cuando uno no llegaba a captar las enseñanzas de algún personaje sobresaliente simplemente callaba y esperaba a tener la suficiente preparación y experiencia como para opinar. Ahora cualquiera siente que puede opinar sobre cualquier tema, por complejo que sea, en virtud de que todas las opiniones son válidas y respetables (¿respetables bajo qué código universal?). No nos confundamos. Todos los votos tienen la misma validez (eso es la grandeza de la democracia) pero no todas las opiniones la tienen. Los medios de comunicación no tienen clara esta idea cuando agitan ante nuestras narices utilizando a veces como estandarte, pértiga o ariete el tweet más estúpido y tripero que el último quelconque acaba de enviar a la red. 


viernes, 18 de agosto de 2017

Terror


Que la proximidad de la tragedia no nos haga olvidar a las víctimas del mismo tipo de locura que tan a menudo tienen lugar en Oriente Medio. La locura, igual que las víctimas, son algo global. No nos dejemos llevar por el pensamiento simplificador. Dejemos aflorar nuestros mejores sentimientos pero sin que enturbien nuestra comprensión. Contra la locura apliquemos nuestra más serena cordura mientras nos solidarizamos una vez más con las víctimas inocentes.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Vacaciones


                       En medio de la más que plana ciudad de Berlín -concretamente en el corazón del frondoso bosque de Grūnewald- se alza, desde 1950, una suave loma de unos 120 metros de altura. Es un accidente creado por el hombre a partir de los escombros que, tras la guerra, quedaron situados en el sector occidental de la ocupada capital del efímero III Reich. Su siniestro nombre, Teufelsberg, se eligió por la proximidad al lago de Teufelsee. Cuando se buscó un lugar donde apilar -dada la escasa superficie disponible- el material que en el sector soviético se desparramó por los alrededores de la ciudad, se eligió éste por razones técnicas que también escondían motivos simbólicos: en esa precisa zona del bosque se alzaba una academia militar nazi que quedó así literalmente aplastada. Poco tiempo después las tropas de ocupación encontraron una aplicación al cerro y fué así como la inteligencia militar estadounidense instaló en su cima toda una estación de radioescucha para espiar a sus enemigos que no se hallaban muy lejos ya que el sector occidental berlinés se convirtió en una isla rodeada de ellos. Cuando el muro de Berlín cayó reflejando el fin de la guerra fría la estación perdió su razón de existir y fué finalmente abandonada en 1992. A partir de entonces Teufelsberg se convirtió en un paraje privilegiado para artistas gráficos que pronto recubrieron los residuos de la estación con los más diversos graffiti. Para acabar de aderezar la cuestión en años subsiguientes el siempre excéntrico David Lynch intentó comprar Teufelsberg con la intención de establecer allá una universidad dedicada a la meditación trascendental. El lugar acumula así todavía más contenido simbólico y significación, que se respiran desde la mismísima llegada. La ciudad de Berlín es de por sí un epítome de la postmodernidad plástica. Diríase que un cierto tipo de postmodernismo arquitectónico se inventó aquí avant-la-lettre. La arquitectura de vanguardia de los años sesenta que hoy parece palidecer un poco en el antiguo sector occidental (ZircusKarajani, Ostra preñada, Lápiz de labios y polvera -utilizando los socarrones nombres autóctonos-) pero también la neobarroca catedral con su complemento natural la cercana sputnik-like torre de telecomunicaciones y, sobretodo, la superposición de tantas épocas y metaépocas, decorados, ruinas y artificios permite apoyar mi afirmación. Ello ayuda a que el conjunto de Teufelsberg y su contra-plástica se integre perfectamente en el descontextualizado magma berlinés. Pero eso no es todo. Como decía al principio la carga simbólica del lugar es enorme. Los graffiti que abogan por la demolición del sistema están pintados sobre la antigua estación espía que reposa sobre los escombros de la guerra que tapan la instalación nazi. Esta superposición haría las delicias de futuros arqueólogos o de cosmogonías hindúes. En Teufelsberg podemos observar cómo airados y vigorosos jóvenes pintan su grito de guerra: abajo el capitalismo/abajo los impuestos/abajo las drogas/abajo Obama/abajo los condones/abajo el trabajo/abajo Facebook/abajo la religión/abajo Brad Pitt/abajo las fronteras/abajo la fama/abajo este muro/abajo la cerveza light/abajo ... La renovación de pensamiento, la alternativa, el esperado cambio. Observamos un gigante pastiche de una dama de un cuadro de Klimt devorando una pita de falafel y otras referencias históricas sacadas de contexto que afirman el carácter post-moderno del arte aquí expuesto. La torre más alta de la instalación de Teufelsberg sostiene los restos de una impresionante cámara ecoica donde los visitantes comprueban con estupor y emoción como los sonidos que provocan el chasquido de sus dedos y lenguas se prolongan y reproducen durante un incierto pero muy prolongado espacio de tiempo. Y ésta sala, la más alta del ya de por sí onírico lugar, contiene la clave representativa de la propia post-modernidad. El grito de horror, hastío y cansancio que nos lleva a desconfiar de grandes narrativas como la Ilustración y que nos impele a abandonar las terribles racionalizaciones que nos intoxican choca incansablemente contra las paredes de la cámara ecoica que repite, fragmenta y fractaliza nuestro malestar. ¿La salida? Pues a buen seguro por la parte superior de dicha cámara. La trans-modernidad, la trans-ilustración requieren un esfuerzo trans-racional que no rebote infinitamente sobre el supuesto telón de fondo absoluto de la post-modernidad. Encima de la barbarie primitiva, de los cascotes, de la paz armada y espiada y de la cámara ecoica existe aún mucho espacio para evolucionar.




lunes, 31 de julio de 2017

Reacción



              Los paradigmas evolutivos contemplan fases en las estructuras de conocimiento que se desarrollan y se suceden de forma más ó menos abrupta. Estos patrones se pueden considerar de forma individual (Piaget, Kohlberg, Erikson) o bien de forma colectiva (Gebser, Aurobindo, Wilber). Así el niño se desarrolla atravesando las diferentes etapas que de alguna manera son como una versión resumida y a gran velocidad de lo que ha acaecido con la humanidad a lo largo de milenios. Cada etapa de desarrollo posee varias fases, siendo las primeras de ellas disruptivas respecto a las etapas anteriores, es decir, que rompen con ellas, las segundas consolidativas o constructoras de un sólido edificio, y las últimas involutivas, que impiden una ulterior evolución. En esto también siguen las fases habituales del desarrollo de una nueva idea: revolución/construcción/reacción. Según algunos de los modelos de evolución cognitiva nuestro presente atraviesa una fase de auténtica reacción. La racionalidad se ha negado desde hace años a verse extendida. El grueso de la sociedad cree a pies juntillas que la realidad –única y dura- es exclusivamente racional. Por culpa de esto las racionalizaciones han ido apareciendo por doquier y estamos creando hiperrealidades fabricadas a la medida de nuestras creencias, con lo que frenamos cualquier desarrollo ulterior. Por desgracia, una buena parte de los que luchan contra las racionalizaciones lo hacen utilizando la pre-racionalidad como arma, y eso los sitúa –sin que se percaten de ello- dentro del grupo de los involucionistas, todavía más primitivo que el de los reacionarios (la famosa falacia pre-trans de K. Wilber). El mundo es racional, pero también menos que racional y –más difícil aun de entender- más que racional. La racionalidad racionalizante niega al mundo simbólico –el de los mitos- carta de existencia, sin darse cuenta de que las posibles futuras realizaciones pueden llegar a hacer lo mismo con la racionalidad. La racionalización siempre crea dos categorías antitéticas: lo verdadero y lo falso. Lo que no es uno es lo otro. La racionalidad comparte, sin embargo, un aspecto con el mito y también con la magia: proyecta todas nuestras percepciones/creencias/elaboraciones más allá de nosotros mismos. El paso de la racionalidad a la trans-racionalidad está ligado al reconocimiento de nuestras proyecciones; a nuestro concepto de objetividad. Cuando extraemos una razón y la enviamos al “espacio objetivo” estamos contribuyendo a reforzar la ilusión que mantiene este “espacio objetivo”. Un poco como la ilusión del extraño bucle que mantiene nuestro “yo” invariable por largos períodos de tiempo durante los cuales no advertimos los cambios que nuestro organismo cuerpo-mente sufre y que lo asemeja más a un proceso que a un objeto. Cuando comprendemos que esa razón lanzada “fuera de nosotros”, si bien se ha hecho inter-subjetiva, sigue ligada a nosotros, es cuando entramos en la trans-racionalidad. Hace muchos años que las racionalizaciones, subproductos decrépitos de la racionalidad, nos impiden avanzar de forma efectiva a lo largo de la evolución del conocimiento. Las racionalizaciones hacen referencia al “mito de la racionalidad”, no a la racionalidad misma. Ello desentraña la supuesta paradoja enunciada por J. Saramago, de que “utilizando únicamente la racionalidad hemos llegado a la sociedad más irracional que uno pueda imaginar”. 

viernes, 14 de julio de 2017

Tesis


                                         Aquella tarde la señora K. aceleraba su paso para no llegar tarde a la visita médica que le habían reservado. Iba, además, preocupada. No le había hecho ninguna gracia la llamada que había recibido dos días antes desde la secretaría del hospital. Algo entre oscuro y siniestro. Consulta, biopsia, llamada para visita urgente …. no; no daba muy buena espina, la verdad. Cuando llegó ante el médico intentó concentrarse –aplicando las técnicas de biofeed-back que tanto recomendaba a sus clientes- para intentar no delatar las pulsaciones que su corazón, convenientemente estimulado por una concentración elevada de adrenalina, bombeaba.

-‘Siéntese, señora K.’, profirió el médico al verla, como todo saludo. -‘¿Sabe por qué la hemos convocado tan urgentemente?’. La señora K., incapaz de articular palabra, bajó la vista hacia la inmaculada mesa del médico. -‘Tenemos ya el resultado de su biopsia gástrica…’ la señora K. apenas levantó la vista de la mesa hasta alcanzar la vista del médico, que la miraba, inescrutable. -‘Hemos encontrado algún hallazgo relevante’ prosiguió el doctor. -‘¿Grave?’, apenas musitó la señora K. -‘Pues sí y no…quiero decir….que no se preocupe demasiado de entrada ya que no hemos encontrado tejido maligno’ –en aquel punto el rostro de la señora K. se relajó de forma sutilmente perceptible pese a sus esfuerzos por disimular –‘aunque’, prosiguió el doctor, ‘sí que debo decirle que su tejido gástrico reúne las características fenotípicas que permiten suponer que más tarde o temprano usted desarrollará un tumor’. La señora K. volvió por un instante a tensionar su semblante. -‘Si usted fuera un pariente mío próximo yo le recomendaría entrar en un estudio experimental que nuestro equipo está llevando a cabo en diversos centros’. –‘¿Un estudio?’, preguntó alarmada la señora K. –‘Sí señora; un estudio que nos permitirá comprobar que las hipótesis de biología molecular que hemos estado manejando durante años son ciertas y que se pueden aplicar para mejorar la salud de la población y evitar excesivos gastos sanitarios. –‘Y…¿qué deberé hacer?’, preguntó tímidamente la señora K. –‘Pues entrar en un ensayo clínico de un nuevo tratamiento genético –por otro lado, absolutamente seguro e inocuo- y dejarse hacer una biopsia mensual durante un período de quince meses’. Pese a su natural disgusto y prevención, la señora K. no ofreció demasiada resistencia. Después de todo aquel sujeto con bata blanca y ropa deportiva de lujo la estaba amenazando con llegar a situaciones aún más complicadas que las presentes. –‘Le voy a suministrar un poco de documentación’ propuso el médico mientras le alargaba un voluminoso pliegue de papeles que acababa de sacar de un cajón de su mesa, como si ya lo tuviera a punto para ser utilizado. –‘Si quiere puede llevarse la documentación a casa y consultar su decisión con su marido, sus hijos o con su almohada’. La señora K., a esas alturas, ya se había decidido y así lo comunicó al doctor, quien le hizo firmar por triplicado nueve registros; total veintisiete firmas que ponían una barrera ante cualquier injerencia externa por parte de abogados o sanitarios. La señora K. fue entonces convocada para realizar las dos primeras gastroscopias con biopsia. También se le facilitó una tarjeta que mostrar cada día en el hospital de día antes de que le administraran por vía endovenosa el misterioso remedio en fase experimental. Así fueron pasando los meses hasta que nuestra protagonista acudió de nuevo a una visita con su médico, quien revisó el resultado de todas las biopsias. –‘Extraño’, musitó el especialista. –‘¿Puedo saber qué es lo que es extraño?’ interrumpió la señora K. –‘No se ve ni rastro de la modificación genética que estamos transfectando, y tampoco ninguna degeneración del tejido. Deberemos esforzarnos más con las biopsias’. La señora K. empezó por vez primera a mostrar cierta desconfianza. ¿Y si todo fuera un montaje, una farsa pseudocientífica? Al salir de la consulta procuró toparse con el internista que le había realizado las biopsias y sacarle más información de la que le proporcionaba su médico de referencia. Después de mucho estirar, como toda información, se llevó lo que más tarde llegó a considerar como un importante trofeo. El histopatólogo que analizaba las biopsias le había confesado al internista que él nunca había visto absolutamente nada anormal en aquel tejido. Es más, su fenotipo era el más común de todos los fenotipos. Aquel mismo día la señora K. había quedado, casi por casualidad, con un viejo conocido al que hacía años que no veía. Aquel personaje era periodista y había trabajado en todo tipo de publicaciones y medios de comunicación, desde los más respetables hasta los más amarillistas y populistas. Le explicó su caso y el hecho de que tantas biopsias conllevaban un riesgo que cada vez se veía con menos ánimos de asumir. Incluso le pidió consejo sobre si llevar el caso a los tribunales, quizás por malas prácticas, operaciones superfluas de riesgo o algo similar. El periodista, sin embargo, la disuadió. Una querella supone un gasto económico y de tiempo importante, con un más que notorio desgaste de energía y de salud. Él también sospechaba que algo obscuro se mezclaba con el aparente rigor con que la situación se adornaba. Y le propuso a la señora K. nada más y nada menos que airear el caso publicándolo en forma de saga periodística en su semanario, un magazine consumido básicamente en las salas de espera de médicos, abogados y peluquerías. La señora K. se negó en rotundo. ¿Airear su caso? ¿Qué le sucedería a partir de ahora cuando visitara cualquier médico especialista? A buen seguro que todos intentarían vengarse de la malvada que decidió intervenir contra respetables asociaciones médicas. Ella seguía pensando que lo mejor seguía siendo poner el caso en manos de la justicia. Después de todo seguía confiando en el sistema. El aparato judicial era una parte importante del sistema democrático en el que la señora K. vivía. Pero el amigo periodista insistió. –‘No es que desconfíe de la ley. Pero ya sabes, hoy en día este tipo de proceso va muy lento y se pierde entre los recovecos de los especialistas, para acabar generando un veredicto difuminado apoyado por unos dictámenes técnicamente enrevesados que acaban logrando imponer su objetivo: echar tierra sobre el asunto. Lo que yo propongo es directo, rápido y cuenta con el apoyo de la masa social, que es lo que tiene valor en los media actuales. –‘Pero lo primero que habría que hacer sería investigar un poco el asunto, ¿no?’ objetó la señora K. –‘Evidentemente, y para eso ya encontraré yo el modo de introducirme en este meollo….o ¿quizás lo podríamos llamar ya conspiración?’ La señora K. se horrorizó imaginándose la campaña periodística. –‘Los periodistas ya no tenéis escrúpulos, ¿verdad?’ –‘Querida, tenemos tantos escrúpulos como los médicos, los políticos, los carniceros, los abogados, los peluqueros o los taxistas….’ –La señora K. intentó disuadir a su conocido de meterse en lo que consideraba un buen fregado pero el periodista se escapó entre leves promesas de no entrar en el juego. El corazón de un periodista mediocre en busca de notoriedad, sin embargo, no tiene límites. Y éste no era una excepción. Removió cielo y tierra hasta llegar a conocer a una enfermera que se dedicaba a los trabajos administrativos del departamento de histopatología del hospital, a la que logró seducir para conseguir la información que necesitaba. El caso es que la enfermera tenía sospechas pero no había logrado nunca llegar a tener una prueba fehaciente de la trama conspiratoria en nombre de la ciencia que el periodista intentaba descubrir. Pero todo tiene remedio, y el periodista supo reunir una serie de indicios que puso en seguida a cocinar hasta elaborar un culebrón para después publicarlo, convenientemente desmenuzado, en su semanario caca-de-luxe, como lo solían denominar, despectivamente, sus empleados. El primer capítulo de la saga pasó inadvertido, pero a partir del segundo y, sobretodo, del tercero la atención del ciudadano aburrido con ansias de escándalos fue capturada por una truculenta historia sobre las cloacas del sistema sanitario y la mistificación de la ciencia que insinuaba poco menos que la existencia de una red de traficantes de órganos. El ciudadano medio pareció indignarse una vez más y exigía justicia; las asociaciones médicas exigían pruebas que apoyaran la historia; la prensa se dividió entre los medios que parecían interesados en la denuncia y los que –representando también a una parte de la población- despreciaban el asunto por ser poco claro y demasiado crudo –por muy cocinado que estuviese-. A todo esto, la señora K. no volvió a aparecer por el hospital. Un poco por azoramiento, pero también por poner tierra de por medio. No estaba de acuerdo con los métodos del periodista, pero había decidido que no sería una cobaya humana, y mucho menos para una investigación que se le antojaba fraudulenta. Al cabo de pocos días recibió la llamada telefónica de una desconocida. Se presentó como experta en medicina alternativa y más concretamente en una técnica –inventada o, mejor, cocinada por ella misma- a la que llamaba mesocriodinamoterapia. Según ella, su técnica era lo suficientemente poderosa como para sanar a cualquier enfermo de cualquier condición médica. Había llegado hasta el teléfono de la señora K. a través del periodista-guionista que  para entonces ya se había convertido en contertulio habitual de los foros más estultos que los medios de comunicación ofrecen. La mesocriodinamoterapista se había propuesto utilizar cualquier eventualidad como la que nos ocupa para  denunciar a la medicina convencional, a la que atribuía todos los males de la sociedad. –‘Así que la forzaron a efectuar tratamientos y pruebas de riesgo ¿sin que usted tuviera signo alguno de enfermedad? Yo la invito, señora K., a que se sume a nuestra noble causa que no quiere otra cosa que lograr la salud física y mental de toda la humanidad, sin pedir nada a cambio’. –‘Y eso, ¿Cómo se consigue?’, preguntó la señora K. –‘Pues siguiendo nuestro método, basado en la mecánica cuántica y en las enseñanzas de Shivakkarta Naruddai. Es una herramienta tan potente que es capaz de competir y derrotar a cualquier posverdad que la sociedad nos quiera vender en lo referente a sanaciones’. –‘No estoy interesada, señora’, -atajó la señora K., cansada ya de tanta charlatanería, colgando acto seguido el receptor, sin darle tiempo a contestar a la terapeuta new age. A estas alturas lo único que la señora K. deseaba es que se olvidasen de ella y su caso convertido ya en famoso culebrón. Pero el revuelo todavía no había acabado. Cuando la señora K. desbloqueó su smartphone que justo acababa de vibrar encontró un mail en el que una asociación había llevado su caso a una plataforma de votaciones populares. A través de ella los inciertos solicitantes pedían más transparencia en la práctica médica, el reparto más justo del presupuesto sanitario, el acceso universal al sistema de sanidad pública. La petición lucía ya con el generoso número de 17438 firmas. Sólo faltaban 7562 firmas más para lograr el objetivo y poder elevar la petición a instancias superiores. Ahora sí que un escalofrío mezcla de estupor y rechazo recorrió el dorso de la señora K. Tenía que parar la marea que amenazaba su otrora tranquila existencia. Después de pensar cómo desembarazarse de los media, las redes sociales, los intereses creados, la cotorrería y el morbo gratuito ideó un plan que no podía fallar. Escribió una carta abierta a un periódico de gran tirada, que lo aceptó de antemano. En ella daba muy pocas explicaciones de su caso; simplemente hacía referencia a un sitio-web que, según ella, era muy importante. Antes ya de ser publicada, la carta fue leída por un ingente número de personas que acudieron a la tal página web, llenas de curiosidad morbosa. Cuando llegaron, empero, todo lo que hallaron fue una transcripción de la tesis doctoral que la señora K. había leído treinta años atrás. Lucía el impresionante título de: “Nuevas percepciones del Dassein heideggeriano a la luz de la concepción espacio-temporal de la post-modernidad: correlatos y deconstrucciones en la obra de Michel Foucault”. El morbo se disipó con rapidez. Aprovechando un  nuevo caso de corrupción el foco del detritus generador de soma se desplazó para allá con cámaras, luz y taquígrafos. La señora K. pudo, por fin, disfrutar de un recién recuperado anonimato.

viernes, 30 de junio de 2017

Poetas


                  La alternativa, por fin, había llegado y a partir de aquel momento la política sería una cosa muy diferente. Después de tanto camino recorrido y de tanta reivindicación.....los tiempos habían cambiado, ahora sí, y de forma radical. Hacía ya muchas décadas que el espectro de las tendencias se había difuminado de tal manera que ya nadie sabía a ciencia cierta qué significaban los términos derecha, centro o izquierda.Y eso a pesar de todos los tópicos y las racionalizaciones largamente sedimentados. Los derechos de los débiles parecían ya no importar en realidad a nadie. Las izquierdas verdes se habían sumergido en un cuasi-religioso sistema de creencias que centraba su acción en el castigo al adversario olvidando en demasiadas ocasiones el abordaje serio de los problemas del planeta de los que tanto hablaban. Los grupos que propugnaban una co-gestión asamblearia apenas eran capaces de distinguir entre la política y la reunión de los boy-scouts. Fue por eso que la propuesta política del poeta Fontseca cuajó. Los electores, primero pensando en un voto de castigo y más tarde en un divertimento buffo e incluso en una salida friky -opción ésta a la que las características personales de Fontseca añadían un alto componente posibilitario- decidieron que él era el mejor candidato para ocupar la jefatura de gobierno durante los próximos años. Fontseca, afirmaciones hechas por él mismo, no tenía idea alguna de economía, gestión, infraestructuras o grupos de presión. Su propuesta era la de gobernar desde la posición del hombre de la calle. Ya que los gobiernos tecnócratas sin color político también se habían demostrado ineficaces, Fontseca primaba por el retorno a los valores humanísticos, el sentido del deber, la honorabilidad, la fraternidad, el respeto a todos los grupos, la reflexión filosófica sobre el devenir de la humanidad, por supuesto el acercamiento de la cultura al pueblo. Huelga decir que todos los partidos de corte más tradicional -tanto los de derechas como los de izquierdas- se mofaban de Fontseca y auguraban una cortísima singladura a su gobierno. Pero el poeta no era tan tonto como creían sus adversarios y se supo rodear de gente que -con menos que poca experiencia en estas lides- se mostró eficaz y supo contener el descontento de los grupos de presión. La ciudadanía también quedó sorprendida ya que gran parte de ella había votado a Fontseca pensando en un gran revulsivo, en una gran conmoción que hiciera saltar por los aires al sistema. En pocos meses muchos de los problemas que se arrastraban desde hacía lustros se resolvieron. Cuando todo parecía dar la razón al poeta, sin embargo, saltó lo inesperado: un tal Fontcuberta, también poeta, logró crear un partido político alternativo al de Fontseca. Mientras Fontseca basaba su ideario de hombre común en la  poesía clásica y los alejandrinos, Fontcuberta lo hacía en la poesía expresionista y los versos blancos. Aunque a priori nadie entendía la relación entre la poesía y la política, el partido de Fontcuberta fue ganando adeptos que parecían haber olvidado el éxito de Fontseca y caían rendidos a los pies del nuevo Rimbaud. ¡Abajo Boileau!¡Viva Baudelaire! Tal era la consigna de los portadores de la nueva verdad...

sábado, 17 de junio de 2017

Und so weiter...

                            A los que sostenemos la creencia en una forma u otra de evolución de las sociedades y del conocimiento que éstas constelizan a lo largo de la historia, los tiempos actuales nos muestran una condición insoportable. A esta contradicción la llamamos Post-Modernidad y nos enseña que las cosas solo pueden evolucionar hasta el presente, desde el que observamos al mundo tal como es, de forma transparente, sobre un fondo blanco que no admite interpretaciones y sobre el que nosotros mismos creamos las interpretaciones y elegimos los patrones que más nos agradan. Este fondo blanco da carta de existencia al infinito conjunto de racionalizaciones que manejamos constantemente en nuestra vida diaria y que -como fuente de irracionalidad que son- no nos dejan ver más allá de nuestra empobrecida visión. Recuerdo que hace 35 años los medios de comunicación se hacían eco del bicentenario del bicentenario de la Crítica de la Razón Pura -una de las cumbres de la Modernidad- y reconocían la influencia que el pensamiento de Kant había ejercido en los más variados ámbitos del conocimiento. Ahora estos mismos medios -guiados por una nueva generación- han olvidado a Kant y conniven con la visión a-crítica de la realidad-dada y la transparencia del conocimiento, embotando aún más al lector-consumidor ávido de estadísticas y morbo.

sábado, 3 de junio de 2017

Colibríes


      La sociedad, como organismo viviente que es, encuentra su estabilidad a través de fuerzas que provienen de una miríada de bucles de interacción negativamente acoplados. Estos bucles de feed-back se hallan en rápido y constante funcionamiento. La evolución de la sociedad como tal, en épocas regulares, es relativamente lenta comparada con la actividad de los bucles; un poco como un colibrí, que gracias a su extraordinariamente rápido aleteo puede mantenerse "inmóvil" en el aire o desplazarse muy lentamente. En el caso del colibrí existe un órgano central que coordina los movimientos con una suerte de volición. En el caso de la sociedad el papel del órgano central lo asumen los códigos morales, la tradición, las creencias, el modo-de-estar-en-el-mundo,....El órgano central de una sociedad es relativamente estable, sostenido y con capacidad auto-reparadora en épocas de estabilidad histórica. En épocas de cambio el órgano se debilita y coordina de forma mucho menos efectiva la actividad de los millones de bucles de feed-back. El resultado lógico es la incertidumbre sobre el futuro próximo. Cualquier bucle un poco desbocado puede acoplarse positivamente y arrastrar a otros bucles concurrentes pudiendo perderse fácilmente la contención de toda la estructura. En ese punto nos hallamos. Está en nuestras manos la sostenibilidad del planeta.Está en nuestras manos el futuro de Internet. Está en nuestras manos la ética social. Está en nuestras manos la paz mundial...¿Está realmente todo eso en nuestras manos?

lunes, 8 de mayo de 2017

Realidad(es)


                 Acabo de leer “La realidad no es lo que parece” del físico Carlo Rovelli. Tras un inicio con algún apunte un poco tendencioso y lugar común en el mundo científico (“Anaximandro fue un gran visionario de la ciencia y, de haber prevalecido sus ideas sobre las de Platón y Aristóteles, se habrían adelantado siglos en la construcción de la ciencia”) o algunas confusiones en lo que al término realidad se refiere, el libro resulta de lectura agradable y enriquecedora. El autor en seguida coloca a Platón y Aristóteles en su lugar natural –no sé hasta qué punto reconoce la impronta que Platón sigue teniendo en los físicos actuales- y se embarca en la en cierto modo apasionante aventura de resumir la historia de la consideración de las piezas fundamentales del cosmos por parte de los modelos de Newton, Faraday/Maxwell, Einstein 1905, Einstein 1915, mecánica cuántica y gravedad cuántica (el supuesto modelo unificador de las mecánicas cuántica y relativista). Si la relatividad restringida hacía del espacio y del tiempo percepciones que dependían del estado del observador y la relatividad general las relacionaba con la materia y la energía, el modelo de gravedad cuántica, recogiendo las semillas de la relatividad y de la mecánica cuántica, hace a espacio y tiempo meras consecuencias de los campos cuánticos. Es decir, relega la percepción espacio-temporal a una pura ilusión. Lo apasionante de la sucesión de modelos en el mundo de la ciencia es que éstos, de manera progresiva, hagan del modelo anterior un subconjunto del modelo presente. De todos modos, la actual convivencia de otros modelos hace que el mundo de la investigación científica no sea tan ajeno a la post-modernidad como a veces quiere creer. Aunque el autor muestra que sus planteamientos incluyen una variedad de campos y –como buen físico cuántico- exhibe posiciones filosóficas antirealistas, echo en falta nociones elementales de complejidad y, aun más grave, observo muchas falacias cognitivas cuando confronta visiones con encuadres absolutamente distintos bajo la excusa de que “la ciencia abarca toda realidad”. Rovelli, como Demócrito, admite que el mundo está constituído por cosas que se suman y se promedian y que nuestros sentidos perciben tales promedios. Y pone, como Demócrito, el ejemplo de las letras y las palabras. Una vez más respondo que las frases y las palabras están construídas con letras, pero que lo que dicen las frases no está en las letras. En este caso, obviamente, porque las letras no precedieron a las palabras. Pero los sistemas químicos sí que precedieron a los biológicos y la vida emergió de la complejidad de los sistemas químicos. Una última reflexión: me pregunto cómo explicar a personajes que aún creen que la Tierra es plana que nos movemos ya más allá de la tetradimensionalidad.

martes, 2 de mayo de 2017

Simplificaciones


     El incierto resultado de las inminentes elecciones en Francia es un tema que da mucho para reflexionar sobre nuestro momento histórico, diminuto y miserable, pero cargado de significación. El pasado sábado el venerable Edgar Morin exponia en Le Monde la complejidad de la situación (él; ¡el mismísimo maestro de la complejidad!). Lo que está puesto en Francia encima del tablero no es aparentemente la Republique frente al totalitarismo, o Marianne contra Marine (que en el fondo también lo es, evidentemente) sino los aspectos más sucios y descarnados de la globalización y el escándalo financiero frente a unos supuestos valores eternos teñidos de nacionalismo excluyente, populismo neofascista y otros viejos conocidos. Hace tiempo que la dialéctica derecha-izquierda política está bastante desdibujada. La izquierda ha hecho suyas las reivindicaciones de sostenibilidad y contención, que en principio parecen opuestas al alegre programa de crecimiento perpetuo de la derecha (sabemos que el capitalismo, promesa eterna de crecimiento, se desmorona cuando no crece ya que es entonces cuando salen a la superficie las triquiñuelas y promesas incumplidas). Aun así, conviene puntualizar que el progreso no está reñido con la sostenibilidad y que la globalización no está reñida con la honestidad. En nuestra pobre época, si hay alguna crisis que orquesta y consteliza toda actividad es la crisis de valores. Hoy mismo he leído una entrevista con una 'emprendedora' que después de fracasar con su primera empresa, había logrado vender sus segunda y tercera empresa por una cantidad que le permitía vivir sin trabajar. ¿No chirría el propio término emprendedora con esta actitud? Y es esta y no otra la promesa del nacionalismo populista de ultraderecha. Y la crisis de valores, no nos engañemos, afecta a absolutamente todos los partidos del espectro político. Esto es lo que buena parte de los actuales votantes de la xenofobia y la anti-globalización no ven. La situación es más compleja y radical que la que se vivió en el período de entreguerras –aunque los espectors del pasado asustan, la verdad-. El caso de Francia, además, es siempre ejemplar. La ciencia, el arte y la política francesas han estado siempre cargadas de una literatura que, de alguna manera, se ha llegado a erigir como modelo. Ortega y Gasset dice que Francia es una nación profunda porque en ella los opuestos conviven de forma armoniosa y normalizada fortificando así la estructura social, al revés de lo que sucede en España. Será esta profundidad suficientemente compleja (en términos de Morin) para sostener, sea quien sea, al futuro presidente de la Republique?

sábado, 29 de abril de 2017

Involuciones


            Después de más de un mes de viajar verticalmente sin rumbo fijo me apeo del ascensor y observo que el mundo ha empeorado respecto a la situación en que lo dejé. Bien; esto de empeorar no deja de ser una valoración parcial, tomando un marco de tiempo y unas referencias concretas. A pesar de que los medios insisten en que la crisis económica no es tan aguda como hace un año, la gente está cada vez más descontenta. Y seríamos muy bobos si únicamente viéramos en tal descontento un reflejo de las limitaciones económicas que padece una parte relevante de la población. La crisis no es solamente económica, como es lógico que así sea. En este caso, particularmente, se trata de una gran crisis de valores, de moralidad, de referentes, de aburrimiento y de falta de perspectiva vital de la sociedad. Como siempre es un pez que se muerde la cola, y cuanto más profundiza la crisis, más se ciega la población y menos recursos parece tener para superarla. Sectores preocupantemente amplios de la población han optado por “castigar” a los actores de la política tradicional y, en su lugar, han optado por votar a otros políticos “alternativos” a quienes encomiendan el poder ejecutivo con la esperanza de que puedan sacarse de la manga una solución mágica. Teniendo en cuenta que tales “nuevos” políticos representan la eterna política del populismo ribeteada con tintes de un autoritarismo sospechoso por conocido, la situación se está complicando por momentos en todo el planeta. El autoconocimiento, la toma de conciencia, la ampliación de referentes serían la única solución para evitar una catástrofe. Pero la población en general sigue prefiriendo soluciones mágicas y sultanes, maharajás y dictadores que piensen por ellos (sólo hay que abrir un diario cualquiera en un día cualquiera para ver fotografías de los susodichos). Aquella situación clásica de la que siempre nos habíamos lamentado, la de un pueblo (no de ciudadanos sino de súbditos) prefiriendo un miserable monarca absolutista local que una renovación a nivel europeo (Fernando VII “el deseado”) se está imponiendo en todo el mundo. Mientras la ignorancia campe a sus anchas y se multiplique como una masa de parásitos el miedo siempre podrá sobre la razón y justificará los peores males. La sociedad, como todo sistema, funciona con bucles de autocreación, autocontención y autopreservación de forma que cualquier cambio se hace complicado. Pero siempre hay que tener en cuenta que la fuerza de los bucles descritos viene dada por los esquemas mentales –que buena parte de las veces nos son absolutamente inconscientes- de manera que la propia concienciación de situarse dentro de un esquema mental concreto y simplificador podría obrar milagros. La alternativa: esperar a que el torbellino aumente y el propio sistema estalle para hallar una situación más estable. 

viernes, 10 de marzo de 2017

Fins a sempre, mestre!



                                           ÀNGEL SOLER I RENALES  (1940 - 2017)







sábado, 4 de marzo de 2017

Mercados (publicado originalmente en mayo de 2011; cosas de la informática)



En varias ocasiones he oído que la oferta cultural –como cualquier otra oferta- debe de estar en función de la demanda, como exigen las leyes del mercado, y que cualquier tipo de intervencionismo supone un grave atentado para con los derechos de los ciudadanos, que se suponen mayores de edad y con pleno conocimiento de qué es lo que quieren. En cuarenta años de vida musical en mi ciudad he asistido a un progresivo deterioro de oferta y demanda. No me refiero a estrellas y circo, que de eso siempre ha habido y la exigencia, en ese aspecto sí, siempre va en aumento. Me refiero a la calidad de las obras programadas. Ya sé que en este mundo de la postmodernidad la calidad es algo que se vota democráticamente entre todos los ciudadanos, los más cultos y los menos, los que llevan a cuestas muchos años de experiencia y los noveles, los que dedican su tiempo al tema y los que opinan de forma superficial. Me parece no solamente muy bien sino altamente recomendable que exista oferta para todos los gustos, edades y grados de conocimiento. En las ciudades en las que existen por lo menos cinco orquestas sinfónicas estables cada una de ellas puede jugar un papel diferente en cuanto a oferta musical. En las que hay bastantes menos, todo es más problemático. De lo que también estoy seguro es que los gustos, abandonados a sí mismos, siguen la tendencia que marca la sociedad. Y en este caso me temo que la tendencia es, digamos, degenerativa (en el sentido de disminución de la diversidad). De seguir esta tendencia, en pocos años el repertorio quedará reducido a las músicas que aparecen de fondo en los spots publicitarios televisivos. Es el eterno dilema que aparece en los Meistersinger wagnerianos (y de hecho sí, estoy haciendo aquí el papel de Beckmesser). El canto entonado por Walter von Stolzing, turbador por nuevo pero que llega al corazón del grueso de la población, es un objeto ideal producto de la imaginación romántica que en muy pocas ocasiones se ha materializado a lo largo de la historia. Baste recordar que la mayor parte del público europeo de 1860 prefería al hoy trasnochado Meyerbeer frente a Wagner. Todo esto viene al caso después de asistir a una buena interpretación de las Images orquestales de Claude Debussy en Barcelona, saludadas por unos raquíticos aplausos de cortesía. En uno de los tomos de El Espectador Ortega y Gasset se lamenta de que en Madrid, en los años 20, el público siga aplaudiendo rabiosamente a Mendelssohn mientras sisea a Debussy, hecho que califica seguidamente de “terrorismo musical”. Pues aquí parece que en noventa años no hayamos progresado demasiado. Recuerdo a este respecto el estreno local, con treinta años de retraso pero en magnífica versión, de la obra de Olivier Messiaen Des Canyons aux Etoiles. De las escasas trescientas personas que asistían al concierto al principio quedaron unas doscientas al final. Y los políticos locales siguen teniendo ínfulas culturales…

viernes, 24 de febrero de 2017

Verticalidad


                  Decidí pasar aquella absurda tarde de forma alternativa. Como una hoja mecida por el viento. Sin juzgar ni clasificar. Llevaba demasiado tiempo intentando –la mayor parte de las veces, de forma infructuosa- guiar, planificar, calcular, anticipar, prever, actuar. Todo lo que los inciertos profetas del New Age dicen que es malo. Ellos afirman contundentemente -en libros que se venden como rosquillas- que no hay que hacer todas estas cosas sino expresar libremente los sentimientos, cantar, bailar, tocarse y dejar de una vez por todas de controlar. Vivir el ahora. Eso es lo bueno. Como yo creo que mucho de lo bueno es malo y que Platón veranea en Éfeso, tierra de Heráclito, decidí no seguir la ruta A ni la ruta alternativa no-A. Existen muchas otras posibilidades. Así que después de comer frugalmente emprendí la vía hacia mi experiencia iniciática. Me acerqué a unos grandes almacenes, que a esa hora no se hallaban especialmente concurridos –me gusta almorzar pronto- y me dirigí directo hacia el ascensor. Era un ascensor acogedor, adornado con una suave iluminación difusa y moquetas en sus paredes.  Este detalle hacía que, de no ser por la leve musiquilla que se escapaba por un disimulado altavoz, tu sentido auditivo tuviera una extraña sensación de “señal sonora negativa” –eso era lo que sucedía entre pieza y pieza de la leve musiquilla-. Digo entre pieza y pieza por el tema de la cesación de sonido, no porque las diversas (¿piezas?) se caracterizaran precisamente por su variedad. De todas maneras este ir hacia ninguna parte de la música (aunque cualquier otra parte del espacio musical probablemente me habría satisfecho más) encajaba perfectamente con la naturaleza de la experiencia que ahora iniciaba. Sin pensarlo dos veces, pulsé el primer botón con que mi dedo índice se encontró y las puertas del ascensor se cerraron. A partir de aquel momento me dejé llevar por los acontecimientos, sin valorarlos, juzgarlos, clasificarlos; pero tampoco bailé ni canté ni pensé en tocar a nadie. El aparato se elevó unos cuantos pisos por encima de la planta y la puerta se abrió. La música de la planta correspondiente (¿informática? ¿lencería? ¿cosmética?) se mezcló con la que llevaba incorporada mi nuevo vehículo. La mezcla no hizo variar el resultado final, que seguía sonando cual musiquette impertérrita. Toda la música que sonaba en el edificio estaba cuidadosamente seleccionada de forma que las tonalidades siempre coincidieran y no provocaran en el presunto cliente ningún deseo consciente o inconsciente de abandonar el edificio. Como en la nueva planta no entró nadie (¿quizás algún cliente impaciente había abandonado la espera del ascensor?) la puerta se volvió a cerrar y el aparato se quedó estacionado allá mismo. Procuré respirar de forma suave para no enrarecer la atmósfera. Aunque esta posibilidad me parecía remota hubiera dado al traste con mi velada, caso de llegar a producirse. No hubo pasado ni un minuto cuando la caja suspendida volvió a ponerse en marcha a lo largo de su ruta vertical. De nuevo ascendente. Cuando se abrió la puerta, probablemente en la cafetería, dado el sonido de repiqueteo de vasos y máquinas de café mezclado con cierto griterío controlado, entraron en mi compartimento dos individuos. Llevaban maletín e iban vestidos con trajes, que lucían de forma desaliñada, detalle que ligaba con el descuido que mostraban sus zapatos, mal abrochados y largamente alejados de cualquier contacto con el betún, al que parecían haber ya olvidado. Iban hablando de sus cosas, por lo que apenas me saludaron. Su conversación mezclaba temas laborales y temas de chismorreo (también laboral; sí). En el preciso momento en que empezaba a elaborar una interpretación, a la que inexorablemente hubiera seguido un juicio, aborté cualquier intento de intromisión, que hubiera dado al traste con los objetivos de mi experiencia. Observé más detalladamente. Uno de los individuos era bajo y con aspecto de haber sido rubio en su niñez, ya que todavía mostraba mechones de cabello dorado en medio de una gama cromática que iba desde el castaño oscuro hasta el blanco. Hablaba de forma vehemente, muy seguro de sí mismo.
-Lo que te digo, hombre! En las evaluaciones por objetivos de este año exigen dibujar una curva de Gauss de manera que ya puedes ir apañándotelas para que tus mindundis no protesten.
-Me tendré que ir aplicando el cuento yo también. Mi jefe no tiene piedad. Es capaz de cortar cabezas solo por ascender.
Cuando la conversación empezaba a hacer cierto efecto –no deseado- sobre mi conciencia el ascensor se paró y los hombres trajados descendieron de él. Entró un grupo de tres mujeres de mediana edad. Iban vestidas de manera ostentosa, pero de alguna manera su indumentaria no armonizaba del todo con su fenotipo. Hablaban todas a la vez y apenas se entendía lo que decían. Cazando palabras al vuelo adiviné que el tema que las ocupaba era la estética. No la Estética a la que Aristóteles o Kant habían dedicado una no desdeñable parte de su vida, no. Hablaban de otra estética más mundana. Y no precisamente aplicada sobre las partes visibles de su anatomía. Más bien sobre partes más íntimas. Contuve de nuevo mis ideaciones, mis opiniones y mis sarcasmos. Me costó pero lo conseguí (bueno, para ello tuve que recitar mentalmente un trozo e la tabla de multiplicar; concretamente la del siete). Cuando por fin bajaron las alegres comadres de mi segundo grupo me sentí aliviado. Aliviado y renovado. La tabla del siete había surtido su efecto. Me dispuse a respirar lentamente mientras esperaba mi nuevo servicio, pero de nuevo apenas tuve tiempo libre. El ascensor se movió, otra vez en ruta hacia abajo (curiosamente me estaba empezando a acostumbrar a mi unidimensional ruta). Cuando se abrieron las puertas entró un adolescente junto con una mujer de más edad. El quinceañero se veía sensiblemente azorado por estar siendo acompañado por su madre.
-¡Te comprarás unos pantalones que parezcan nuevos y basta!
-Ya sabes que yo quiero los gastados y agujereados…
-Cuando te independices usa la ropa que quieras, pero mientras vivas con nosotros….
Las últimas palabras se disiparon por el corredor de la planta en la que se había depositado mi nave, y casi se fusionaron con un griterío de chicas que se aproximaban corriendo al ascensor.
-¡Cójelo tía, y pon una pierna para que no se cierre la puerta!
Un numeroso y creciente grupo de teenagers fue replegándose dentro del elevador, que pronto se quedó pequeño para albergar tamaño tropel. Mi cuerpo fue aplastándose contra una de las paredes, y pronto quedé aprisionado. Era igual. No me apeaba en ninguna planta. Ya saldrían en un momento u otro. Cerré los ojos y me concentré en una imagen de espacio abierto luminoso hasta que el tiempo se detuvo y ya no percibí el entorno como algo ajeno, molesto o inquietante. Cuando bajó el grupo noté que tenía ganas de orinar. Más ganas cuanto más pensaba que no debía hacerlo. Pronto me encontré con un dilema y para solventarlo se me ocurrió que si y solo si en mi próxima parada veía una indicación sobre las restrooms saldría unos instantes de mi cueva para vaciar mi vejiga. Después vino la pausa mayor que había conocido en todo el experimento. El ascensor estuvo por lo menos diez minutos sin moverse. Hasta llegué a pensar que se había estropeado. Cuando por fin lo hizo noté que la presión sobre mi vejiga aumentaba. ¡La de cosas a que se agarra la mente! Al abrirse las puertas esta vez tuve una sorpresa ya que entró un individuo con un aspecto turbador. Lucía una gabardina raída de esas que hacen las delicias de los consumidores de novela negra americana. Es más, se hubiera dicho que llevaba algo escondido dentro de la gabardina, ya que su mano derecha parecía hacer una especie de acrobacia para mantener erguido un bulto desconocido. Cuando el individuo notó que lo miraba (no percibió mi desinterés) frunció el ceño y pareció iniciar una mueca a medio camino entre la sonrisa irónica y la amenaza. Por suerte en ese momento el ascensor se paró en la planta baja y el tipo salió corriendo. Si llevaba mercancía robada, pobre diablo, no tardaría en sonar la alarma en la salida. Aunque quizás fuera más listo y habría logrado desactivar la fuente magnética de seguridad. No lo supe nunca pues al punto mi nave volvió a activarse. Esta vez voló hasta el último piso en donde un numeroso grupo de orientales lo ocupó, no sin antes realizar las rituales reverencias hacia mí. De uno en uno. Me pareció un acto maravilloso y atemporal. Como un eterno saludo que siempre es el mismo y a la vez siempre se renueva. Cuando al fin logramos partir el ascensor, demasiado sobrecargado, se paró entre dos pisos. Con unos veintitantos pares de pulmones gastando el oxígeno de su interior. Los orientales, por suerte, y haciendo gala de su trasfondo cultural, se mostraron imperturbables. Como parecía que tuvieran ciertas dificultades con el idioma local, finalmente fui yo quien se acercó al timbre de seguridad para pedir ayuda. Una voz metálica y sin alma me guió en las operaciones de desbloqueo, Después de innumerables intentos –repletos de problemas semióticos- logré por fin desbloquear el ascensor, que se puso en marcha hasta la siguiente planta. Al llegar, mis compañeros de bloqueo se despidieron con una reverencia más afectuosa que la de entrada. Incluso algunos de ellos se dirigieron a mí para agradecerme el acto. Bueno, esto último lo supongo porque no entendí ni una sola palabra. Cuando el grupo oriental se hubo esfumado dejó ver un técnico de mantenimiento que entró a hacer algunas comprobaciones.
-A qué planta se dirige usted? –preguntó, para mi desazón, aquel antipático individuo.
-Uhhhh…bueno, la verdad es que no lo tengo claro….
-Pero ¿qué sección busca usted?¿qué quiere usted comprar, vaya?
-Pues la verdaaaad….es que….no quiero comprar nada…
-Ya, como mucha gente, ¡que solo viene aquí a pasear!
-Pues si, eso es.
-Pero debe ir usted a alguna planta…
-Pues verá usted: no. Estoy haciendo un experimento psicosocial que…
-¡Vaya! ¡Ya tenemos a un sabihondo que nos viene a analizar!
-No, oiga: precisamente he venido a no analizar nada de lo que vea.
-Pues mire que es usted raro…enfin, aquí parece que todo está en orden.

El operario se retiró con un intento descortés de saludo. En aquel momento recordé mi vejiga llena y al punto las ganas de orinar desbordaron mis parámetros. Salí y, cosa notable, hallé un wc casi al lado del ascensor. Después de aliviarme volví a mi pequeña estancia, pero en aquel momento estaba de servicio. Me sentí extrañamente excluido. Una vez pulsado el botón un grupo de gente formó una cola a mi lado. Parecían satisfechos con las compras que habían realizado. Uno de ellos, que llevaba un periódico en la mano, comenzó a comentar las noticias del día. El tono se hizo progresivamente más alarmista hasta que, quizás por miedo, la conversación volvió de nuevo a versar sobre las maravillosas compras recién realizadas. Cuando apareció mi vehículo todos se precipitaron puerta adentro y de nuevo me hallé en movimiento. Cuando, de forma casi maquinal, miré mi reloj, no pude dar crédito a lo que veía: era ya la hora de cerrar el establecimiento! El tiempo había quedado suspendido durante aquella tarde alternativa. Mientras abandonaba el recinto pensé como podría pasar la tarde siguiente: ¿flotando?¿mirando las nubes? La almohada lo decidiría.