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martes, 29 de julio de 2014

Destinos


                          Uno de los hechos que tradicionalmente más han apoyado la creencia en un destino inexorable es la repetición del mal fario en el caso de ciertos individuos y también de ciertas familias, como si de una persecución implacable por parte de las divinidades exigiendo venganza se tratara. La repetición de ciertas situaciones, reacciones, expresión de ideas es un hecho común. Los grandes creadores no han hecho otra cosa, a lo largo de sus más variopintas creaciones, que presentar una y otra vez un conjunto más o menos amplio de elementos de su muestrario. Cualquier hijo de vecino, de forma más o menos inconsciente, cae siempre bajo el influjo de determinadas constelaciones que lo impelen, de acuerdo con su psicología, a adoptar una y otra vez las mismas actitudes, a percibir los mismos fenómenos,  a buscar los mismos elementos para su vida. No en vano se ha dicho que durante la vida de un individuo se producen unos pocos hechos relevantes que se van repitiendo a lo largo de ésta. Cuando se trata de desgracias imprevistas y sin una causa psicológica aparente, como si de una especie de genes existenciales se tratara, es cuando el fenómeno de la simpatía de destinos se nos presenta como más misteriosa. Es peligroso analizar racionalmente estos temas que exigen un mayor abarcar sin caer en fijaciones preracionales o saltar entre estructuras cognitiva de distinto nivel evolutivo originando falacias cognitivas. La creencia común en que un acercamiento científico-objetivo es capaz de despejar cualquier duda, haciendo tests de doble ciego y eliminando cualquier rastro de subjetividad cae dentro de la más falsa de las subjetividades. El espacio objetivo propio del método científico existe, pero no contiene todas las posibilidades. La mente racional percibe un mundo que se comporta racionalmente de la misma manera que la mente mágica percibe un mundo que se comporta mágicamente y la mente mítica uno que se comporta míticamente. Estas estructuras mentales no son elegibles al libre albedrío. Cada una representa una evolución respecto a la anterior.

viernes, 18 de julio de 2014

TR



                        En numerosos posts trato sobre el tema de la trans-racionalidad pero rara vez desciendo hasta el nivel del detalle en cuanto a la caracterización de tal estructura de conocimiento. La trans-racionalidad, de hecho, corresponde a cualquier estructura cognitiva que se sitúe en un nivel más evolucionado que la racionalidad. La diferencia unívoca respecto con las estructuras pre-racionales es que la trans-racionalidad no se opone a la racionalidad, sino que la incluye. Y así como la racionalidad se basa en la abstracción de proporciones y de dualidades, la trans-racionalidad se basa en la superación de ambas. El camino está lleno de peligros, el mayor de los cuales es la regresión hacia estados pre-racionales, hecho en el que prácticamente siempre caen los movimientos New Age. La superación de la racionalidad nunca puede consistir en su negación. Las dualidades siempre se resuelven (o mejor, se disuelven) ascendiendo un orden de dimensión, sea cual sea su origen (conceptual, moral, existencial). Cuando a lo largo de la historia las concepciones sobre la naturaleza ondulatoria o corpuscular de la luz han ido alternando, llegando incluso a coexistir en el modelo de De Broglie la conclusión a la que llegamos es que lo que en realidad ha cambiado es nuestra concepción de lo que es onda y lo que es corpúsculo. Hace trescientos años la diferencia estaba clarísima: un corpúsculo era una “cosa” y una onda una “vibración”. O sea, un objeto material frente a un proceso. Hace casi cien años se vislumbró una visión más amplia: un objeto material también podía considerarse como un proceso. Es decir que los conceptos de objeto, proceso, así como los aparentemente más fijos y externos a nuestro pensamiento como son los de espacio y tiempo no constituyen en ningún momento categorías fijas ni pueden llegar a hacerlo. Esta “deconstrucción” de categorías fijas es lo que caracteriza nuestro viaje de la racionalidad a la trans-racionalidad, de la post-modernidad a la trans-modernidad. En el ámbito de la pedagogía infantil se da mucha importancia –en las edades más adecuadas para ello- a la conciencia de la situación espacio-temporal del yo. Solamente esta conciencia ayudará más tarde a superar el ego-, geno-, etno- y socio-centrismo. La racionalidad ha ayudado a comprender que la Tierra no es el centro del universo, ni lo es el Sol, ni lo es la Galaxia. La post-racionalidad nos enseña que ni tan siquiera existe tal centro del universo, sino que éste es acéntrico. La trans-racionalidad nos puede explicar que el universo es policéntrico, y que cada una de sus partes puede ser considerada su centro. Aclaración: hablo de transracionalidad en un contexto cognitivo evolutivo y no en un contexto de Gran Cadena del Ser, por mucho que ambos conceptos sean paralelos. La mente transracional, al igual que la mente preracional, consteliza por debajo suyo emociones y sensaciones que le son características.