Aunque estemos
hartos de oir la canción de la innovación, que constantemente nos machacan los mass media, los departamentos de
recursos humanos y los coachers (New Age o no) de sobra sabemos que lo último
que quiere esta oxidada estructura social es cambiar. Las crisis económicas,
las crisis de valores, las locuras individuales o colectivas a las que
asistimos últimamente no inducen, en apariencia, a aprender a reflexionar sobre
este tipo de procesos. Una crisis implica cambio. Es inútil querer solventar
una crisis para recuperar el estadio anterior a ella. No solo las ideas
innovativas se reciben a regañadientes sino que se pretende que los procesos
naturales de aprendizaje sean reificados. Los maestros reciben consignas sobre
como enseñar cosas tan diáfanas como la sustracción numérica (“no hay que
contar de arriba para abajo sino de abajo para arriba”). La aritmética es una
colección de axiomas lo suficientemente sólidos (no creo que ningún superdotado
de primero de primaria pueda deducir, dado el actual estado de evolución, el
teorema de Gödel) como para que cada uno se construya una mecánica particular.
El resultado será el mismo, pese a lo que puedan pensar los parásitos de
despacho que mueven los correspondientes hilos. Este fenómeno también se
observa en los exámenes con selección de prerespuestas, los llamados de tipo
test. No se deja que el examinando construya un punto de vista. Se le ofrecen
una serie de respuestas ideadas bajo el epígrafe de Verdadero y Falso. Es más,
los falsos han sido cuidadosamente cocinados para dar la sensación de
verdaderos. Esto, evidentemente, a nivel de enseñanza básica, no parece
demasiado peligroso, pero lo es porque induce a pensar bajo este tipo de
dualidad. Ayer mismo leía en la prensa una entrevista con un cosmólogo al que
se le preguntaba si algún día se llegaría a conocer todo sobre el universo. El
anciano respondía que no, que esto no eras posible, que siempre quedarían
incógnitas. Evidentemente, pero no por limitación humana (que también) sino
esencialmente porque nuestro conocimiento no es como un almacén donde se
acumulan datos y teorías a lo largo de los siglos. Hace poco vi un reportaje
sobre el mundo del futuro que iba del mismo palo. Todo era increíble y “muy
futurista” pero visto bajo nuestra perspectiva del aquí y ahora, como si todo
se proyectara sobre un fondo neutro objetivo, ubicuo y eterno. Periodistas y
maestros: tenéis una responsabilidad gigantesca para con el futuro de la
sociedad (más que banqueros, políticos y científicos; sin duda alguna).
Vistas de página en total
Mostrando entradas con la etiqueta Reificación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Reificación. Mostrar todas las entradas
viernes, 29 de mayo de 2015
sábado, 17 de septiembre de 2011
Marcas
En este desgastado momento de la historia a menudo nos agarramos con fuerza a clichés que ya no tienen una significación viva. Un ejemplo concreto es el de los clichés de la derecha y la izquierda política. En nuestras latitudes, estos términos se manejan como se suele hacer con los equipos favoritos y rivales de fútbol. La significación histórica de ambas posiciones ha dado lugar a lo que hoy en día son meras “marcas”. La posición conservadora se halla anclada en un pasado imperial en el que la cohesión social y política venía dada por la mitología al uso. Tal mitología particular excluía, evidentemente, las mitologías de los enemigos, que debían ser “salvados” o “sacrificados” –o ambas cosas a la vez- por el bien del imperio (un claro ejemplo de etnocentrismo). La posición liberal se halla anclada más adelante en la evolución y en este sentido es una posición postilustrada y mundicéntrica. Tal postura, sin embargo, se halla actualmente en una situación de atrofia cuya única aspiración consiste en negar la anterior visión mítica. La visión racional se ha hecho así claramente insuficiente pero se niega a evolucionar pretendiendo constituir la última esencia de todas las cosas. Resumiendo, la posición conservadora niega la evolución porque con ella teme perder el poder, y la posición liberal, a pesar de reconocer la evolución que conduce hasta ella, niega que se pueda ir más allá. Tal es la situación de los términos derecha/izquierda política, por lo que no es de extrañar que cada vez mayores capas de la ciudadanía, dejen de identificarse con tales presupuestos y pretendan ir un poco más allá. En esto coinciden los pobres de El Cairo y los ricos de Tel Aviv, así como el resto de los indignados que en el mundo son.
jueves, 11 de agosto de 2011
Moldes
Quizás porque pertrenezco a una generación que tenía en sus años de juventud una visión muy diferente a la actual que me sorprende un hecho que constato cada vez que asisto ó veo un acto académico de graduación. En mi época juvenil ni se planteaba la celebración de tal espectáculo, que se asociaba –¡el cine!- a determinada coordenada ético-estética (¡yankeelandia!). Analizada así, la cosa no tiene mayores consecuencias: las modas cambian (o, cada vez más, simplemente van y vienen) y cada generación va coloreada con sus circunstancias históricas, que siempre se van modificando (algunas veces también van y vienen). Pero la cosa no queda ahí. El fenómeno que describo, a través del cual se han implementado recientemente tradiciones muertas que ya no significan otra cosa más allá de los aspectos más externos, forma parte de un gran grupo de objetos y etiquetas fijados a los que queremos acceder para alcanzar lo que hemos creído fijar como status. El hábito no hace al monje; simplemente lo denota superficialmente. En vez de querer hacer cosas invirtiendo un esfuerzo y logrando unos resultados, lo que más apetecemos es acceder a títulos y esquemas que creemos fijados. A los trepadores incompetentes, clase hoy en día bastante abundante, poco les importa superar su incompetencia; lo único que les interesa es alcanzar un puesto (puesto que, una vez acceden ellos, queda automáticamente desacralizado; puro papel mojado). La aristocracia tenía en otras épocas muy presente un motto procedente de épocas medievales: noblesse oblige, todo un principio básico de una sociedad meritocrática. Hoy hemos vaciado de contenido títulos, jerarquías, ceremonias, para acto seguido adorar su cadáver. El hecho me recuerda también las ferias en las cuales se exhiben oficios ya perdidos, algunos de los cuales han contribuído a hacerlos desaparecer los mismos siniestros personajes que ahora nos invitan a contemplarlos con nostalgia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)