Últimamente nos hemos visto inundados de ciber-invitaciones para realizar sencillos tests que revelan de forma automática nuestro coeficiente de inteligencia, el célebre IQ. A menudo tales invitaciones van acompañadas de confusas referencias a algún personaje histórico, el 90 % de los casos al Sr. Einstein. Nunca he accedido a tales invitaciones, pero me temo (como buen señor de mediana edad) que deben de ocultar algún mensaje comercial disfrazado con uno de los anzuelos que más presas captan en la actualidad: el cultivo del ego. Presumo que el resultado es que te conceden un IQ a medio camino entre el Austrolopithecus y Einstein y te ofrecen a cambio una nueva invitación para que consumas –ahora sí, pagando- algún bien fútil. Tu orgullo ha sido complacido y el bolsillo del anunciante también. Entonces cabe preguntarse que quién triunfa en nuestra sociedad, el más inteligente ó el más listo (o, en determinadas áreas, el más listillo). Una vez más el mercantilismo explotando clichés. No se te invita a que realices un test para determinar tu grado de felicidad porque esta operación quizás te haría reflexionar demasiado y en estos nuestros tiempos el reflexionar y el consumir son tareas bastante incompatibles. Tampoco sobre tu grado de listeza porque los que de verdad son listos ya han aprendido a no perder el tiempo en tales zarandajas. Y, evidentemente, mucho menos sobre tu grado de sabiduría, en el dudoso supuesto de que se pudiera diseñar un test a tal efecto. Si por algo ha pasado Einstein a la historia ese algo fue el resultado de una improbable combinación de inteligencia, sabiduría, capacidad de síntesis, potencial creativo y, por que no, también algo de listeza.
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jueves, 17 de septiembre de 2009
sábado, 5 de septiembre de 2009
Abrazos
Ayer oí la noticia que daba cuenta de un nuevo modelo de suéter “tecnológicamente diseñado” capaz de proporcionar “abrazos” a aquel que lo llevara puesto. Los fabricantes sugieren que, puesto que tales “abrazos” pueden provenir de señales remotamente situadas, el artefacto resulta ser sumamente útil en aquellos casos en que un miembro de la familia alejado en el espacio decide dispensar una muestra de afecto al usuario de tal prenda. La invención da para muchas reflexiones, desde las psicológicas hasta las sociológicas, pasando por las filosóficas (si es que éste último grupo de reflexiones puede seguir existiendo en realidad). El paradigma racional incluye un término fuertemente asociado a tal estructura (y, a estas alturas, yo diría que hasta la obsesión), la causalidad. Hasta hace, digamos que unos cincuenta y tantos años, el conductismo clásico preveía un circuito causal muy claro: un afecto provocaba un gesto externo (bien, el conductismo más estricto ignoraba los afectos y sólo atendía a sus consecuencias) que quedaba reducido a un movimiento muscular. La evolución del pensamiento y modas en psicología condujeron a versiones más tendentes a una causalidad de tipo circular: un afecto provoca un gesto, pero un gesto también puede provocar un afecto. Así, los estudios demostrando que una disposición facial de tipo sonrisa ó una posición erecta de la espalda provocan una acusada mejor disposición de ánimo que una cara larga ó una espalda inclinada. Podemos apuntar que desde una (a)perspectiva transmental la causalidad circular ha terminado por desmantelar el propio concepto clásico y que, más que hablar de causalidad, podemos asociar ó constelizar hechos percibidos desde diferentes mundos. Un aumento de la concentración de serotonina en las sinapsis nerviosas no provoca un estado de felicidad ni un estado de felicidad provoca tal aumento sino que más bien podemos decir que ambas situaciones (la una física y en tercera persona, la otra anímica y en primera persona) están asociadas. La adopción de tal punto de vista incluso nos permite incluir fenómenos ajenos a la racionalidad, como la sincronicidad (fenómeno en numerosas ocasiones más cercano a las estructuras prementales que a las transmentales, por cierto). Volviendo al tema inicial, podríamos suponer que el afecto provoca el abrazo y que el abrazo provoca el afecto, como asumo que suponen los fabricantes del famoso suéter. Pero hay algo más: el afecto y el abrazo están asociados, pero constelizan toda una serie de percepciones y afectos adicionales, y para que esta asociación sea plenamente efectiva a todos los niveles, es necesario un mínimo contacto físico. De esta manera los lazos abrazan toda una serie de niveles, desde los físicos hasta los espirituales, pasando por los anímicos y los mentales. Resumiendo; lo del suéter no es más que un nuevo ejemplo de despersonalización, con una poco disimulada componente reduccionista oculta bajo su manto.
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