
Últimamente nos hemos visto inundados de ciber-invitaciones para realizar sencillos tests que revelan de forma automática nuestro coeficiente de inteligencia, el célebre IQ. A menudo tales invitaciones van acompañadas de confusas referencias a algún personaje histórico, el 90 % de los casos al Sr. Einstein. Nunca he accedido a tales invitaciones, pero me temo (como buen señor de mediana edad) que deben de ocultar algún mensaje comercial disfrazado con uno de los anzuelos que más presas captan en la actualidad: el cultivo del ego. Presumo que el resultado es que te conceden un IQ a medio camino entre el Austrolopithecus y Einstein y te ofrecen a cambio una nueva invitación para que consumas –ahora sí, pagando- algún bien fútil. Tu orgullo ha sido complacido y el bolsillo del anunciante también. Entonces cabe preguntarse que quién triunfa en nuestra sociedad, el más inteligente ó el más listo (o, en determinadas áreas, el más listillo). Una vez más el mercantilismo explotando clichés. No se te invita a que realices un test para determinar tu grado de felicidad porque esta operación quizás te haría reflexionar demasiado y en estos nuestros tiempos el reflexionar y el consumir son tareas bastante incompatibles. Tampoco sobre tu grado de listeza porque los que de verdad son listos ya han aprendido a no perder el tiempo en tales zarandajas. Y, evidentemente, mucho menos sobre tu grado de sabiduría, en el dudoso supuesto de que se pudiera diseñar un test a tal efecto. Si por algo ha pasado Einstein a la historia ese algo fue el resultado de una improbable combinación de inteligencia, sabiduría, capacidad de síntesis, potencial creativo y, por que no, también algo de listeza.