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sábado, 24 de octubre de 2009

Babel



Me he repetido bastante en recientes ocasiones haciendo referencia a los lenguajes de la postmodernidad y su Babel particular en donde más que falta de entendimiento, lo que ha deparado es ignorancia y conocimiento selectivos ó dirigidos. El origen de esta situación, también lo que recalcado, es una situación de cambio. También recuerdo haber hablado hace más tiempo sobre la vigencia de los diferentes y sucesivos lenguajes durante los correspondientes períodos históricos, constituyendo, además, una de sus claves configurativas. Lo cual no quiere decir que las obras maestras plasmadas en ese lenguaje no sigan hablando a lo largo de la historia cuando ese lenguaje ya no resulta el más apropiado para decir cosas nuevas. A lo largo de los últimos quinientos años de la historia de la música podemos asistir a un elevado número de casos en que un creador que ha formado parte activa e incluso destacada del grupo en un determinado período no ha sido capaz de seguir a sus coetáneos ó al menos de disponer de recursos para seguir creando. No me estoy refiriendo a los casos de “decaimiento de inspiración” ó de “repetición caligráfica”, o mucho menos de limitación de recursos. Existe también el caso de los maestros que, en épocas tardías de su carrera creativa, llegan a desarrollar un lenguaje propio algo apartado del curso de lo venidero, algo así como un “venidero imaginario” que resulta innovador, pero exclusivamente desarrollado para uso personal (Beethoven es el ejemplo clásico); si bien en estos casos existe un lenguaje de períodos anteriores con mucha influencia posterior (¡Beethoven de nuevo!). Rossini, coetáneo de Beethoven, compositor dotado y extensamente apreciado en su época, se retiró a efectos prácticos de la composición a los 37 años (murió a los 76), después de haber escrito su Guillaume Tell. ¿El motivo real? Pues sin duda el hecho de que el nuevo lenguaje operístico romántico le era absolutamente ajeno. El resto de su producción consistió mayoritariamente en piezas religiosas ó de cámara que durante muchos años no se tomaron demasiado en serio (personalmente creo que el Agnus Dei de su Petite Messe Solennelle no llegó a ocupar su puesto propio hasta que Fellini lo utilizó como imagen sonora en los primeros minutos de su E la nave va...). A comienzos del S XX a muchos compositores les pasó lo contrario de lo que a Rossini, es decir, no llegaron a poder librarse del lenguaje propio del romanticismo tardío. Grandes autores como Rachmaninov, heredero de la gran tradición rusa del XIX y Sibelius, gran impulsor de la música y el sentimiento nacional finlandeses, vieron mermada su carrera ulterior por esa razón (hecho en ambos casos dolorosamente reconocido por los propios autores). Incluso compositores que en su momento tuvieron nuevas cosas que decir se vieron después relegados al rincón de los trastos viejos (Strauss). Cuando el kaiser Guillermo II le echó en cara a Stravinsky (a raíz de la presentación en 1912 en Berlín de L’Oiseaux de Feu y Petrouchka por parte de los Ballets Russes) que la música era demasiado ruidosa (tal como explica deliciosamente el propio autor) estaba hablando de un lenguaje nuevo, de un estilo (la música de Salome y Elektra es muchísimo más ruidosa, pero podía llegar a encajar con el oído imperial). ¿A qué vienen todas estas disquisiciones? Estoy leyendo uno de los libros de música más publicitados de los últimos años, The rest is noise (escuchando al S XX a través de su música) de Alex Ross. El libro está escrito como un best-seller, con sus grandezas y sus miserias, con aquel estilo americano franco pero serio de crítica que Deems Taylor puso en boga en los años treinta. Cada uno de nosotros tenemos nuestros particulares gustos personales, pero creo que dedicar a Sibelius 25 páginas del libro mientras que los espacios dedicados a Bartok, Hindemith, Honegger ó Ginastera se hallen ó muy desperdigados ó incluso inexistentes me parece una muestra más del particular Babel de que hablaba al principio. Con todos los respetos para Sibelius y su actual redescubrimiento. Tampoco haré como el siempre agresivo Th. Adorno que decía que si la música de Sibelius era buena, este hecho invalidaba toda la historia de la música, de Bach a Schönberg. Siempre hay que relativizar.

2 comentarios:

Jaume dijo...

Hola Carles,

Como siempre tus escritos son sabios e interesantes.
Considero que eres muy duro con el libro de Alex Ross. El libro en mi opinion es un intento muy bueno de acercamiento de la musica del siglo XX al gran público. Incluso está indicado para melomanos que consideran que la historia de la música culta se acaba en Strauss.
Creo que estás algo resentido con Ross por explicar en detalle la genuflexion de Stravinsky ante la tumba de Sibelius a cambio de la modica cantidad de $25.000.-
¡Todos nos hemos prostituido en alguna ocasión!

carles p dijo...

Jaume,

Muchas gracias por tu comentario, que ya sabes que aprecio especialmente. Entiende mi crítica al libro. Lo considero muy útil e incluso aporta una visión “fresca” de algunos temas. Describe la época del terror estalinista con suma precisión; también ahonda en temas internos de la América de Roosevelt aportando datos interesantes. Pero quizás la mejor manera de entrar de verdad en la música del S XX es intentando abandonar muchos de los conceptos de la del XIX, no? Y ahí es donde creo que le falta algo de visión, por sucinta y de gran público que tuviera que ser. El tema subyacente que me sigue interesando es el de la validez de un lenguaje más allá de su tiempo. Si hoy alguien escribe una obra neoclásica en el estilo de Stravinsky ó de Poulenc está condenado al fracaso (también si usa el serialismo más radical de hace 55 años). Los lenguajes evolucionan, por mucho que los supongamos ahora a todos igualmente posibles.

En cuanto a Stravinsky arrodillándose ante la tumba de Sibelius..., hombre, creo que debía ser una estampa digna de almanaque. La tacañería de Stravinsky era, sin duda, legendaria, y además, el propio interesado nunca hizo el más mínimo esfuerzo en ocultarla. No puedo resistirme a transcribir un fragmento del diario de Robert Craft (Chronicle of a Friendship) correspondiente al 18 de marzo de 1955, en una de las últimas visitas del compositor a España. La acción se sitúa en la catedral de Sevilla. Traduzco directamente:

Tras entrar en la catedral, andando a tientas en la oscuridad y temiendo perdernos entre nosotros tras las columnas gigantes, nos sorprenden los gritos de “¡Estravinsky, Estravinsky!” “Qu’y a-t-il, mon père?”, dice I.S., cuando ve que vienen de un padre. “Vous êtes riche maintenant, n’est-ce pas?”, inquiere el clérigo. “Comment?” “Le prix d’Esibelius”. I.S. rápidamente rebaja el entusiasmo con “Peut-être je suis riche, mon père, mais je suis très avare”. El supuesto padre se identifica después como el organista de la catedral (me lo imagino como una especie de Don Basilio rossiniano trasladado a la época franquista) y advierte que reconoció a Strauss y a Ravel igual de rápidamente en sus respectivas visitas, para acabar guiando a los singulares visitantes a lo largo de todos los rincones inaccesibles para el visitante normal.

Un fuerte abrazo