Me explica un querido colega que su hija de siete años ha recibido sus primeras clases de piano en una escuela de música pública, en donde el primer día le han hecho tocar el instrumento con las manos y con los pies. El hecho puede dar lugar a numerosas reflexiones. En primer lugar, constatar que existe una respetable tradición podovirtuosa. El clown británico Little Tich, por lo visto, presentaba entre sus numerosos sketches una ejecución de tal guisa, que todavía es recordada hoy por haber sido la inspiración del sexto preludio del segundo libro de Debussy (Général Lavine – eccentric), aunque para ejecutar dicho preludio hacen falta diez dedos más independientes y largos que los de los pies. De hecho, el pie funciona mejor como una palanca única (¡los organistas lo saben bien!) de agilidad media. Pero estos datos históricos creo que en realidad interesan poco a nuestros actuales pedagogos. Su principal característica coincide con la principal característica de nuestra sociedad: un creciente y autocomplaciente abandono en la pura regresividad. Una adolescencia perpetua que intenta constantemente un estéril ajuste de cuentas con un super-yo que se va agigantando conforme se le combate con más agresividad. Bajo la excusa de la necesidad de desmitificar (una de las muchas y eficaces maneras de acabar con las estructuras sociales en general y culturales en particular) detrás de este tipo de hechos se ocultan los miedos adolescentes vestidos con nuevos ropajes. El miedo de no tocar tan bien como el vecino, como tu amigo o como Sviatoslav Richter. El miedo a reconocer que no tocas tan bien como el vecino, el amigo o Sviatoslav Richter. El miedo a reconocer la rabia que tienes por no tocar tan bien como el vecino, el amigo o Sviatoslav Richter. La música es un regalo para todos los que la sepan disfrutar, tocando mal, regular, bien, magistralmente o solamente escuchándola. Y además, como cualquier gran regalo, tiene un punto de mágico. La música se puede objetivar, pero si se quiere disfrutar de ella hay que dejar abierta la puerta mágica (y no estoy hablando de subjetivismo romántico-sentimental ni nada por el estilo). Las desmitificaciones no le hacen ningún bien sino que más bien la castran. Hay que entender que soy el primero que cree que la pedagogía musical heredada del XIX está absolutamente superada, pero no cabe insistir en su desmantelamiento puesto que ya está desmantelada hace años (recuerdo hace unos veintitantos años la versión de empezar el curso con la tapa del teclado del piano bajada y repicando los dedos sobre ella, una especie de versión light del asunto). La patada al piano no es en realidad deconstructiva sino más bien la proyección de los miedos adolescentes tardíos sobre el tierno alumnado. Una forma más de perversión infantil.
4 comentarios:
Hola Carles:
Y lo mismo ocurre con la enseñanza de la pintura, plástica, como ahora se llama. Que los niños se cubran de pintura de todos los colores, se manchen los dedos, el pelo y hasta los pies con acrílicos o ceras no les hará ni más "creativos" ni más sensibles hacia un arte que no están aún en condiciones de comprender.
Como dijo Leonardo, "La Pittura è una cosa mentale".
Eso sí, les tienen divertidos y mientras tanto no preguntan.
Gracias por este blog tan estimulante. Rosa.
FA# LA SOL FA# DO# SI DO# RE LA
FA#
....magia....
Jaume
Gràcies Carles
Filo
Rosa,
Hemos pasado, una vez más y sin aprender la lección, de un extremo al otro. Nos encontraremos en el próximo balanceo!
Jaume,
....RE SI RE SOL--LA SI DO MI SOL FA#....
Filo,
Moltes gràcies a tu per llegir el blog i participar!
Carles
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