La primavera ya estaba aquí. Y con ella las alergias, las astenias, los
cambios súbitos de temperatura capaces de hacer enfermar al más sano y otras
lindezas que los poetas románticos siempre obliteraron en sus encendidos
versos. Ernesto, diligentemente, se encargó de recordar a Pablo y José Antonio
(Guillermo, siempre en busca de compañía femenina, estaba aquellos días ausente
realizando un viaje del imserso) tales inconvenientes y aun otros de invención
propia.
-“Asma, hidropesía, calambres, autoenvenenamiento de la sangre, forúnculos,
depresiones, coriza, palpitaciones, temblores, debilitamiento generalizado….”
-“Pues yo, muchacho –interrumpió Pablo- me siento ligero como un gorrión,
ágil como una ardilla, tierno como un cachorro….”
-“¡No me digas que tenemos otro viejo verde!” –soltó Ernesto, en parte
molesto porque a él nunca le pasaban estas cosas en primavera, ni aun de joven.
-“Primavera, juventud del mundo!” –José Antonio siempre con sus citas
literarias que abarcaban desde los clásicos hasta los más actuales autores.
“Siempre ha sido así, desde el hombre de CroMagnon hasta el último de nuestros
adolescentes”…
-“Si, pero los cromagnones estaban muy ocupados procurándose el alimento y
defendiéndose de depredadores”, observó Pablo, “mientras que nuestros
adolescentes lo tienen todo a su disposición!”
-“En eso te equivocas”, respondió José Antonio.”Nuestros adolescentes, por
tenerlo todo, no tienen nada, y esto es más que una simple paradoja. Disponen
de cualquier cosa menos de criterio, madurez, sentido común, experiencia,….
-“Si, -terció Ernesto, y la culpa de todo ello ¿sabéis quién la tiene?¡Pues
los adultos!
-“No, perdona, los adultos han hecho lo que han podido!
-“No os pongáis nerviosos. La vida es un sistema complejo, multicausal,
multicomponente y multiimbricado. Las relaciones causa-efecto son siempre una
fotografía congelada de un corte unidimensional del asunto. Observemos
tranquilamente…”
-“¿Y qué hay que observar? -rugió Ernesto, rojo como un tomate, “Los
adolescentes nunca han tenido experiencia, por definición. El problema es que,
sin experiencia, poseen todos los cachivaches que les dan cierta superioridad
respecto a las generaciones adultas, siempre azoradas delante de los utensilios
electrónicos”.
“El poder reside en las multinacionales que controlan las comunicaciones,
en los bancos que controlan y especulan con el capital y en los lobbies
mafiosos que tienen el mundo por cortijo”, -añadió Pablo.
José Antonio retomó su papel de tranquilizador de ánimos:
“Por mucha superioridad que tengan en la práctica de cachivaches, no pueden
poseer aún el conocimiento que subyace tras esos cachivaches, y no me refiero
precisamente a la electrónica sino a cuestiones más básicas que afectan a
nuestro propio modo de entender la vida y la naturaleza…
-“¿Y con eso todo arreglado?”
-“Con eso adecuarían más su futuro al momento histórico que les toque
vivir. Simplemente y nada menos que eso. Ello posibilitaría la rebelión
profunda de las nuevas generaciones contra lo que de rémora arrastran sus
predecesores”.
-“¿Pero tú aún crees que las revoluciones las provocan los intelectuales?”
–sugirió Pablo, un tanto descolocado.
-“Las revoluciones, como cualquier otro hecho social, se dan por conjunción
de una necesidad básica, de la que participa todo quisque, con una necesidad más profunda de la que participan unos
pocos y que usualmente precede a la anterior.
-“Pero eso no tiene nada que ver con las manadas de adolescentes
narciseando o practicando el exhibicionismo cibernético, o con los debates
televisivos entre ignorantes chillones…”
-“Pues si que tiene que ver. Los debates televisivos están pensados para
satisfacer la autocomplacencia de los que se identifican fácilmente con
posiciones simples. En ellos se sigue apelando a la lógica, a la racionalidad y
al determinismo como si Heisenberg, Gödel, Bohr y Tarski no hubieran existido”.
“Jose Antonio, siempre serás un pedante!” –sentenció Ernesto medio en serio
medio en broma, actitud que siempre creyó que era la que más convenía a este
mundo incierto.
De repente se levantó una gran ventada cargada con el polen tóxico que
Ernesto trataba de exorcizar con tanto ahínco. El sol quedó oculto por la nube
alergénica, hasta tal punto que diríase que un eclipse total estaba comenzando.
El suelo tembló suavemente durante unos segundos dejando a nuestros
interlocutores llenos de funestos presagios.