La post
Modernidad, a la que tantos posts he dedicado de forma directa o indirecta establece,
en su versión hard, que no hay
verdades absolutas y que no existen hechos, sino interpretaciones (la versión soft establece que todo es relativo) y
que cualquier producto de la historia se puede deconstruir en sus elementos,
por lo que se deduce que cualquier producto futuro se puede construir a
voluntad de cada cual y que todos tendrán su cuota de verdad relativa. Por
productos de la historia se entiende cualquier tipo de producto: artístico,
filosófico, científico, cultural,
natural, social. Se respira así un clima de “final de la historia” como final
de la evolución. Existe una profunda contradicción dentro de todo este asunto.
En ocasiones he visto referida esta contradicción en la forma de autoengaño: si
no hay verdades absolutas, la postmodernidad, que no deja de ser una
consideración, tampoco lo es. Así se puede llegar a la paradoja de la
auto-contención (la hace poco citada paradoja del cretense). Existe otra manera
de descubrir la falacia de la post-modernidad (en el fondo es la misma, pero
ofrecida bajo otra perspectiva). Las supuestas verdades relativas que se pueden
construir y deconstruir precisan para poderse efectuar esta operación de un
fondo neutro. Este fondo neutro es una forma de verdad absoluta introducida
como un poco disimulado troyano o macrodiablo de Maxwell. Alguna pared de fondo
siempre ha existido, también con la Modernidad (Renacimiento-Ilustración). Con
el final de la Modernidad y la subsiguiente caída de su propio telón de fondo
la postmodernidad ha creído ver en el nuevo telón de fondo el verdadero punto
final y lo ha tomado así por una referencia
absoluta e inamovible. Como concluyo siempre con este tema, el valor real de la
postmodernidad informa sobre la decrepitud de la modernidad pero no constituye
ningún estadio evolutivo. La Postmodernidad es el camino a través del cual se
accede a la transmodernidad.
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