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sábado, 20 de junio de 2015
Pre-diseño
Los
emoticonos han invadido nuestra cotidianidad y van incrementando su cuota de
espacio con asombrosa celeridad. Tanto es así que ya están apareciendo relatos
de autores clásicos traducidos a su particular lenguaje. El campo de la
semántica, después de haber sido objeto de un concienzudo y prolongado análisis
por el estructuralismo (de Saussure a McLuhan, pasando por Lacan) parece un
tanto olvidado o fragmentado. Los emoticonos expresan emociones pero las
codifican y así las hacen tolerables para nuestro mundo. Nuestra sociedad no
expresa emociones que fluyan desde nuestro interior. Más bien tiene un panel de
mandos con botones y cada botón corresponde (codifica y lanza) una supuesta
emoción pre-diseñada o predefinida. Y esto no son, en términos clásicos, las
emociones, que son constelizaciones complejas. Nuestra mitología de la razón
nos ha llegado a hacer ciegos respecto a la complejidad del mundo y como
resultado la razón se ha reificado y ha dejado de ser una estructura con
poderes autocríticos. Ludwig Wittgenstein, padre simbólico de la filosofía
analítica, sufrió una evolución a lo largo de su vida intelectual que lo llevó
desde los rigores del Tractatus
Logico-Philosophicus hasta el reconocimiento del pensamiento complejo y la
riqueza no axiomatizable del lenguaje en su último período. Diríase que
nosotros, en pleno acuerdo con las tesis de Baudrillard, estemos haciendo el
viaje en dirección contraria, si bien nuestra meta no parece tan cristalina
como la famosa obra de Wittgenstein. Nuestra meta, por ahora, es la
hiperrealidad. Queriendo huir a toda costa de la subjetividad regresamos a ella
de forma aumentada.
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