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viernes, 29 de abril de 2016

Sectas

   
    Dentro del marco cambiante de la política catalana, española, europea y por qué no, mundial, un tema llama fuertemente mi atención. Es la aparición de opciones políticas alternativas, que vayan más allá de lo que hoy hemos llegado a aceptar como habitual. La novedad siempre llama mi atención por puro instinto de conocimiento. La política habitual, así como sus modelos económicos, se han encarrilado a través de un peligroso camino condimentado por una creciente falta de sentido moral y responsabilidad socio-ecológica. Este entramado se corresponderia con la racionalización (que no racionalidad) que ofrece la postmodernidad. Cualquier avance que pueda superar esta suerte de aparente callejón sin salida (o, peor aun, huida hacia el precipicio) deberá incluir la racionalidad y superarla. Nunca negarla y mucho menos colocar a la gestión pública en una esfera más cercana al sectarismo religioso. Y eso es lo que hace un partido muy concreto que aglutina -y aglutinar diferencias es, en sí, bueno- desde una izquierda, digamos muy romántica (o literaria, o poco práctica) hasta una secta religiosa que ofrece la luz de la salvación a las mujeres menstruíticas. Los romanticismos en política -y a veces también en el mundo del arte- conllevan el peligro inherente de acercarse a los populismos. ¿Y por qué son los populismos poco deseables? Pues porque substituyen el conocimiento, la cultura capaz de engendrar un criterio maduro, por una ahesión barata (más aun, por un tramposo trueque). Cuando los populismos se llevan hasta extremos de intensa irracionalidad se llega hasta otra de nuestras realidades extremas, la de los jóvenes que tan gratuitamente se hacen saltar por los aires llevándose con ellos a quien pillen por el camino.

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