El incierto resultado de las
inminentes elecciones en Francia es un tema que da mucho para reflexionar sobre
nuestro momento histórico, diminuto y miserable, pero cargado de significación.
El pasado sábado el venerable Edgar Morin exponia en Le Monde la complejidad de la situación (él; ¡el mismísimo maestro
de la complejidad!). Lo que está puesto en Francia encima del tablero no es
aparentemente la Republique frente al
totalitarismo, o Marianne contra Marine (que en el fondo también lo es,
evidentemente) sino los aspectos más sucios y descarnados de la globalización y
el escándalo financiero frente a unos supuestos valores eternos teñidos de
nacionalismo excluyente, populismo neofascista y otros viejos conocidos. Hace
tiempo que la dialéctica derecha-izquierda política está bastante desdibujada.
La izquierda ha hecho suyas las reivindicaciones de sostenibilidad y contención,
que en principio parecen opuestas al alegre programa de crecimiento perpetuo de
la derecha (sabemos que el capitalismo, promesa eterna de crecimiento, se
desmorona cuando no crece ya que es entonces cuando salen a la superficie las
triquiñuelas y promesas incumplidas). Aun así, conviene puntualizar que el
progreso no está reñido con la sostenibilidad y que la globalización no está
reñida con la honestidad. En nuestra pobre época, si hay alguna crisis que
orquesta y consteliza toda actividad es la crisis de valores. Hoy mismo he
leído una entrevista con una 'emprendedora' que después de fracasar con su
primera empresa, había logrado vender sus segunda y tercera empresa por una
cantidad que le permitía vivir sin trabajar. ¿No chirría el propio término emprendedora con esta actitud? Y es esta
y no otra la promesa del nacionalismo populista de ultraderecha. Y la crisis de
valores, no nos engañemos, afecta a absolutamente todos los partidos del espectro político.
Esto es lo que buena parte de los actuales votantes de la xenofobia y la
anti-globalización no ven. La situación es más compleja y radical que la que se
vivió en el período de entreguerras –aunque los espectors del pasado asustan,
la verdad-. El caso de Francia, además, es siempre ejemplar. La ciencia, el
arte y la política francesas han estado siempre cargadas de una literatura que,
de alguna manera, se ha llegado a erigir como modelo. Ortega y Gasset dice que
Francia es una nación profunda porque en ella los opuestos conviven de forma armoniosa y normalizada fortificando así la estructura social, al revés de lo que sucede en España.
Será esta profundidad suficientemente compleja (en términos de Morin) para
sostener, sea quien sea, al futuro presidente de la Republique?
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