Aquella tarde la señora K. aceleraba
su paso para no llegar tarde a la visita médica que le habían reservado. Iba,
además, preocupada. No le había hecho ninguna gracia la llamada que había
recibido dos días antes desde la secretaría del hospital. Algo entre oscuro y
siniestro. Consulta, biopsia, llamada para visita urgente …. no; no daba muy
buena espina, la verdad. Cuando llegó ante el médico intentó concentrarse
–aplicando las técnicas de biofeed-back
que tanto recomendaba a sus clientes- para intentar no delatar las pulsaciones
que su corazón, convenientemente estimulado por una concentración elevada de
adrenalina, bombeaba.
-‘Siéntese, señora K.’, profirió el
médico al verla, como todo saludo. -‘¿Sabe por qué la hemos convocado tan
urgentemente?’. La señora K., incapaz de articular palabra, bajó la vista hacia
la inmaculada mesa del médico. -‘Tenemos ya el resultado de su biopsia gástrica…’
la señora K. apenas levantó la vista de la mesa hasta alcanzar la vista del
médico, que la miraba, inescrutable. -‘Hemos encontrado algún hallazgo
relevante’ prosiguió el doctor. -‘¿Grave?’, apenas musitó la señora K. -‘Pues
sí y no…quiero decir….que no se preocupe demasiado de entrada ya que no hemos
encontrado tejido maligno’ –en aquel punto el rostro de la señora K. se relajó
de forma sutilmente perceptible pese a sus esfuerzos por disimular –‘aunque’,
prosiguió el doctor, ‘sí que debo decirle que su tejido gástrico reúne las
características fenotípicas que permiten suponer que más tarde o temprano usted
desarrollará un tumor’. La señora K. volvió por un instante a tensionar su
semblante. -‘Si usted fuera un pariente mío próximo yo le recomendaría entrar
en un estudio experimental que nuestro equipo está llevando a cabo en diversos
centros’. –‘¿Un estudio?’, preguntó alarmada la señora K. –‘Sí señora; un
estudio que nos permitirá comprobar que las hipótesis de biología molecular que
hemos estado manejando durante años son ciertas y que se pueden aplicar para
mejorar la salud de la población y evitar excesivos gastos sanitarios. –‘Y…¿qué
deberé hacer?’, preguntó tímidamente la señora K. –‘Pues entrar en un ensayo
clínico de un nuevo tratamiento genético –por otro lado, absolutamente seguro e
inocuo- y dejarse hacer una biopsia mensual durante un período de quince
meses’. Pese a su natural disgusto y prevención, la señora K. no ofreció
demasiada resistencia. Después de todo aquel sujeto con bata blanca y ropa
deportiva de lujo la estaba amenazando con llegar a situaciones aún más
complicadas que las presentes. –‘Le voy a suministrar un poco de documentación’
propuso el médico mientras le alargaba un voluminoso pliegue de papeles que
acababa de sacar de un cajón de su mesa, como si ya lo tuviera a punto para ser
utilizado. –‘Si quiere puede llevarse la documentación a casa y consultar su
decisión con su marido, sus hijos o con su almohada’. La señora K., a esas
alturas, ya se había decidido y así lo comunicó al doctor, quien le hizo firmar
por triplicado nueve registros; total veintisiete firmas que ponían una barrera
ante cualquier injerencia externa por parte de abogados o sanitarios. La señora
K. fue entonces convocada para realizar las dos primeras gastroscopias con
biopsia. También se le facilitó una tarjeta que mostrar cada día en el hospital
de día antes de que le administraran por vía endovenosa el misterioso remedio
en fase experimental. Así fueron pasando los meses hasta que nuestra
protagonista acudió de nuevo a una visita con su médico, quien revisó el
resultado de todas las biopsias. –‘Extraño’, musitó el especialista. –‘¿Puedo
saber qué es lo que es extraño?’ interrumpió la señora K. –‘No se ve ni rastro
de la modificación genética que estamos transfectando, y tampoco ninguna
degeneración del tejido. Deberemos esforzarnos más con las biopsias’. La señora
K. empezó por vez primera a mostrar cierta desconfianza. ¿Y si todo fuera un
montaje, una farsa pseudocientífica? Al salir de la consulta procuró toparse
con el internista que le había realizado las biopsias y sacarle más información
de la que le proporcionaba su médico de referencia. Después de mucho estirar,
como toda información, se llevó lo que más tarde llegó a considerar como un
importante trofeo. El histopatólogo que analizaba las biopsias le había
confesado al internista que él nunca había visto absolutamente nada anormal en
aquel tejido. Es más, su fenotipo era el más común de todos los fenotipos.
Aquel mismo día la señora K. había quedado, casi por casualidad, con un viejo
conocido al que hacía años que no veía. Aquel personaje era periodista y había
trabajado en todo tipo de publicaciones y medios de comunicación, desde los más
respetables hasta los más amarillistas y populistas. Le explicó su caso y el
hecho de que tantas biopsias conllevaban un riesgo que cada vez se veía con
menos ánimos de asumir. Incluso le pidió consejo sobre si llevar el caso a los
tribunales, quizás por malas prácticas, operaciones superfluas de riesgo o algo
similar. El periodista, sin embargo, la disuadió. Una querella supone un gasto
económico y de tiempo importante, con un más que notorio desgaste de energía y
de salud. Él también sospechaba que algo obscuro se mezclaba con el aparente rigor
con que la situación se adornaba. Y le propuso a la señora K. nada más y nada
menos que airear el caso publicándolo en forma de saga periodística en su
semanario, un magazine consumido básicamente en las salas de espera de médicos,
abogados y peluquerías. La señora K. se negó en rotundo. ¿Airear su caso? ¿Qué
le sucedería a partir de ahora cuando visitara cualquier médico especialista? A
buen seguro que todos intentarían vengarse de la malvada que decidió intervenir
contra respetables asociaciones médicas. Ella seguía pensando que lo mejor
seguía siendo poner el caso en manos de la justicia. Después de todo seguía
confiando en el sistema. El aparato judicial era una parte importante del
sistema democrático en el que la señora K. vivía. Pero el amigo periodista
insistió. –‘No es que desconfíe de la ley. Pero ya sabes, hoy en día este tipo
de proceso va muy lento y se pierde entre los recovecos de los especialistas,
para acabar generando un veredicto difuminado apoyado por unos dictámenes
técnicamente enrevesados que acaban logrando imponer su objetivo: echar tierra
sobre el asunto. Lo que yo propongo es directo, rápido y cuenta con el apoyo de
la masa social, que es lo que tiene valor en los media actuales. –‘Pero lo primero que habría que hacer sería
investigar un poco el asunto, ¿no?’ objetó la señora K. –‘Evidentemente, y para
eso ya encontraré yo el modo de introducirme en este meollo….o ¿quizás lo
podríamos llamar ya conspiración?’ La señora K. se horrorizó imaginándose la
campaña periodística. –‘Los periodistas ya no tenéis escrúpulos, ¿verdad?’
–‘Querida, tenemos tantos escrúpulos como los médicos, los políticos, los
carniceros, los abogados, los peluqueros o los taxistas….’ –La señora K.
intentó disuadir a su conocido de meterse en lo que consideraba un buen fregado
pero el periodista se escapó entre leves promesas de no entrar en el juego. El
corazón de un periodista mediocre en busca de notoriedad, sin embargo, no tiene
límites. Y éste no era una excepción. Removió cielo y tierra hasta llegar a
conocer a una enfermera que se dedicaba a los trabajos administrativos del
departamento de histopatología del hospital, a la que logró seducir para
conseguir la información que necesitaba. El caso es que la enfermera tenía sospechas
pero no había logrado nunca llegar a tener una prueba fehaciente de la trama
conspiratoria en nombre de la ciencia que el periodista intentaba descubrir.
Pero todo tiene remedio, y el periodista supo reunir una serie de indicios que
puso en seguida a cocinar hasta elaborar un culebrón para después publicarlo,
convenientemente desmenuzado, en su semanario caca-de-luxe, como lo solían denominar, despectivamente, sus
empleados. El primer capítulo de la saga pasó inadvertido, pero a partir del
segundo y, sobretodo, del tercero la atención del ciudadano aburrido con ansias
de escándalos fue capturada por una truculenta historia sobre las cloacas del
sistema sanitario y la mistificación de la ciencia que insinuaba poco menos que
la existencia de una red de traficantes de órganos. El ciudadano medio pareció
indignarse una vez más y exigía justicia; las asociaciones médicas exigían
pruebas que apoyaran la historia; la prensa se dividió entre los medios que
parecían interesados en la denuncia y los que –representando también a una
parte de la población- despreciaban el asunto por ser poco claro y demasiado
crudo –por muy cocinado que estuviese-. A todo esto, la señora K. no volvió a
aparecer por el hospital. Un poco por azoramiento, pero también por poner
tierra de por medio. No estaba de acuerdo con los métodos del periodista, pero
había decidido que no sería una cobaya humana, y mucho menos para una
investigación que se le antojaba fraudulenta. Al cabo de pocos días recibió la
llamada telefónica de una desconocida. Se presentó como experta en medicina
alternativa y más concretamente en una técnica –inventada o, mejor, cocinada
por ella misma- a la que llamaba mesocriodinamoterapia.
Según ella, su técnica era lo suficientemente poderosa como para sanar a
cualquier enfermo de cualquier condición médica. Había llegado hasta el
teléfono de la señora K. a través del periodista-guionista que para entonces ya se había convertido en
contertulio habitual de los foros más estultos que los medios de comunicación
ofrecen. La mesocriodinamoterapista se había propuesto utilizar cualquier
eventualidad como la que nos ocupa para
denunciar a la medicina convencional, a la que atribuía todos los males
de la sociedad. –‘Así que la forzaron a efectuar tratamientos y pruebas de
riesgo ¿sin que usted tuviera signo alguno de enfermedad? Yo la invito, señora
K., a que se sume a nuestra noble causa que no quiere otra cosa que lograr la
salud física y mental de toda la humanidad, sin pedir nada a cambio’. –‘Y eso,
¿Cómo se consigue?’, preguntó la señora K. –‘Pues siguiendo nuestro método,
basado en la mecánica cuántica y en las enseñanzas de Shivakkarta Naruddai. Es
una herramienta tan potente que es capaz de competir y derrotar a cualquier
posverdad que la sociedad nos quiera vender en lo referente a sanaciones’. –‘No
estoy interesada, señora’, -atajó la señora K., cansada ya de tanta
charlatanería, colgando acto seguido el receptor, sin darle tiempo a contestar
a la terapeuta new age. A estas
alturas lo único que la señora K. deseaba es que se olvidasen de ella y su caso
convertido ya en famoso culebrón. Pero el revuelo todavía no había acabado.
Cuando la señora K. desbloqueó su smartphone
que justo acababa de vibrar encontró un mail en el que una asociación había
llevado su caso a una plataforma de votaciones populares. A través de ella los
inciertos solicitantes pedían más transparencia en la práctica médica, el
reparto más justo del presupuesto sanitario, el acceso universal al sistema de
sanidad pública. La petición lucía ya con el generoso número de 17438 firmas.
Sólo faltaban 7562 firmas más para lograr el objetivo y poder elevar la
petición a instancias superiores. Ahora sí que un escalofrío mezcla de estupor
y rechazo recorrió el dorso de la señora K. Tenía que parar la marea que amenazaba
su otrora tranquila existencia. Después de pensar cómo desembarazarse de los media, las redes sociales, los intereses
creados, la cotorrería y el morbo gratuito ideó un plan que no podía fallar.
Escribió una carta abierta a un periódico de gran tirada, que lo aceptó de
antemano. En ella daba muy pocas explicaciones de su caso; simplemente hacía
referencia a un sitio-web que, según ella, era muy importante. Antes ya de ser
publicada, la carta fue leída por un ingente número de personas que acudieron a
la tal página web, llenas de curiosidad morbosa. Cuando llegaron, empero, todo
lo que hallaron fue una transcripción de la tesis doctoral que la señora K. había
leído treinta años atrás. Lucía el impresionante título de: “Nuevas
percepciones del Dassein
heideggeriano a la luz de la concepción espacio-temporal de la post-modernidad:
correlatos y deconstrucciones en la obra de Michel Foucault”. El morbo se disipó
con rapidez. Aprovechando un nuevo caso
de corrupción el foco del detritus generador de soma se desplazó para allá con cámaras,
luz y taquígrafos. La señora K. pudo, por fin, disfrutar de un recién
recuperado anonimato.
2 comentarios:
Fratello,
Desconozco qué porcentaje de verdad hay en tu relato, pero me parece que el suficiente para poner los pelos de punta al lector. La desgraciada señora K. es víctima de médicos que han renegado de su juramento hipocrático, de periodistas ávidos de captar a la audiencia echando mano del “todo vale”, y de charlatanes de mentirijillas, todos con un denominador común: sacar tajada del mal ajeno para atraer a su molino las aguas fecales del egoísmo para lucrarse de la manera más fácil posible, el colmo de la desgracia.
Me ha gustado el ritmo en que va evolucionando el asfixiante entorno personal de la afectada, transmite muy bien la angustia experimentada por la triste protagonista. Pero me ha gustado más el ingenioso método utilizado por la señora K. para lograr dar carpetazo al tema, un recurso que se aprovecha de la curiosidad malsana de los supuestos “rescatadores” de su situación desesperada para cortarla de raíz.
Hay madera para una historia más elaborada, pero a mí me parece adecuada la longitud del relato, aunque supongo que más de uno hubiera escogido desgranarlo en más de una entrada en el blog.
Un abrazo,
fp
Fratello,
Una vez más una felicitación de un consumado narrador como tu me llena de honor. La verdad es que terminé el relato de forma demasiado apresurada y un poco forzada. El tema de los relatos divididos lo he utilizado en algún caso especial (los pastiches de los diálogos de Platón, de la Divina Comedia o de las 4 estaciones) y algún día volveré.
Otro abrazo
fp
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