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jueves, 6 de septiembre de 2018

Comparaciones



        Durante toda mi vida musical me ha acompañado el tópico sobre la comparación entre los intérpretes actuales y los pretéritos, tanto en el caso de instrumentistas como el de cantantes –y en menor intensidad la de los directores de orquesta-. El primer y más frecuente tópico sostiene que antes los intérpretes eran de más calidad (“cualquier tiempo pasado fue mejor”). El segundo tópico sostiene que los intérpretes cada vez tienen más destreza (como la mejora de récords olímpicos). Yo simplemente creo que cada época tiene sus autores, sus intérpretes y su público. Cuando extraemos uno de estos elementos fuera de su tiempo entra en juego un factor hermenéutico a tener en cuenta. Posiblemente hace 60 años había menos intérpretes que ahora, y los que entonces sobresalían tenían grandes facultades naturales. Hoy en día los intérpretes dedican muchos esfuerzos en optimizar sus recursos naturales, que deben de rendir máximamente. Es significativo distinguir entre los instrumentistas y los cantantes. Estos últimos presentan, de forma natural, más variedad de timbre, emisión y fraseo que sus compañeros instrumentistas, y es por ello que son más objeto de comparación histórica. También se puede concluir con facilidad que hoy en día existen muy buenos intérpretes, pero que no todos son conocidos y que una parte de los conocidos no son en realidad muy buenos intérpretes. El tema de la promoción y el marketing se ha hecho hoy en día muy patente, pero en realidad no es un invento reciente. En todas las épocas han existido intérpretes excéntricos que la posterioridad, de manera creciente, ha mitificado. Muchos de los quejumbrosos partidarios del primer tópico opinan que hoy en día los intérpretes han mejorado ostensiblemente el “mecanismo” pero les falla el “alma”. Nunca me he sentido demasiado cómodo con esta materialización de la dualidad cartesiana. Porque la “técnica” y la “expresividad” están absolutamente relacionadas. Si un intérprete maneja sus dedos a muy alta velocidad pero las frases resultantes resultan poco musicales es que no es demasiado bueno y punto. Prefiero, eso sí, un intérprete con destreza limitada pero buen músico que un mal músico con dotes circenses. Para llegar a ser un intérprete extraordinario hacen falta varias cosas: unas importantes dotes iniciales, un trabajo riguroso de maduración y entreno, una determinación a prueba de hierro y mucha suerte. Como decía al principio, los intérpretes han ido cambiando a lo largo de los años, pero también, con ellos, el público.

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