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viernes, 10 de mayo de 2019
Aniversario
Siempre he sido una persona rara. De niño no me gustaban los pasteles; prefería los bocadillos. Tampoco me gustaban las películas del Oeste ni las de espías; prefería las cómicas. De adolescente no me gustaba jugar a fútbol; prefería jugar a los exploradores. No me gustaba la Coca-Cola; prefería la cerveza (¡no me he emborrachado en la vida!). De joven no me gustaban las motos; prefería el piano. Tampoco me gustaba la música pop; prefería a Stravinsky. De adulto no me gusta mandar; prefiero desobedecer.
viernes, 3 de mayo de 2019
Visiones
Bien porque a esas horas de la tarde
iba ya muy cansado bien porque su vista empezaba –como tarde o temprano le
sucede a tal o tal otra porción de la anatomía de todos los organismos- a
flaquear, el caso es que el experto e incansable cazador que durante tantos
años habíase dicho ejemplo y modelo para los habitantes de toda la región cayó
presa de una trampa para osos. Su pie izquierdo quedó atrapado por un lazo que
en breves instantes y sin que él pudiese hacer nada por evitarlo se cerró sobre
su tobillo e inició un fugaz viaje hacia lo alto de la copa de un árbol bajo el
que quedó suspendido e inmóvil, mezcla de sorpresa e impotencia. Superados los
primeros momentos de espanto, el cazador intento desligarse de la trampa sin
otra ayuda que la de su bastón de caminante, que demostró no ser demasiado útil
para tal cometido. Después de unos veinte minutos de forcejeo infructuoso el
bravo personaje se empezó a venir abajo –en sentido figurado, que en sentido
literal ya lo empezaba a dar por poco menos que imposible-. Observó que el sol
empezaba ya a aflojar y que se dirigía, implacable como el tiempo cíclico y
mítico, a su escondite diario tras la montaña. Cuando las sombras hicieron su
aparición y la hora bruja se instaló en el ambiente, el pobre hombre empezó a
sufrir una congestión cerebral. Lo que vulgarmente llaman “subirse la sangre a
la cabeza”. Y, de forma natural, los cúmulos primero de estrellas y más tarde
de nubes que empezaron a desfilar por su alterada visión dieron lugar por fin a
la irrupción de formas más o menos alucinatorias. Las siluetas se movían
incesantemente desde su aparición en la zona más próxima al suelo hasta su
desaparición enfocando hacia un cielo que ahora aparecían invertidos dada la
posición poco natural del cazador. Una de las siluetas, sin embargo, se
rersistía a desaparecer junto con el resto de ellas. Y, hecho alarmante,
parecía que iba cobrando una forma progresivamente más definida. Los informes
velos blancos o nubes a que se asemejaban las formas migratorias comunes habían
dado paso a una difuminada silueta que parecía la de un supueso mamífero poco
reconocible que poco a poco fue perfilándose hasta tomar la forma de un macho
cabrío de enorme y retorcida cornamenta. El cazador, buen conocedor del
folklore local, no dudó por un momento del carácter numinoso de su supuesta
aparición y se aprestó a establecer contacto con la sombra. Por entonces el
dolor de cabeza había desaparecido y la congestión, como mínimo, ya no se
notaba. El cazador cazado intentaba retener la sombra en la retina o en las
neuronas, pero la tarea no era fácil. Cuando la figura pareció detenerse la
pudo atisbar con más facilidad. El macho cabrío estaba adornado con una gran
corona de flores de colores suaves que hacía que su presencia resultara menos
amenazadora de lo que cabría esperar en tal situación. También observó que la
figura se movía a su voluntad –como las moscas que a veces aparecen en la
visión- y que parecía difuminarse cuando caía presa del temor. Pero el cazador
había decidido averiguar qué mensaje le traía esta inesperada aparición, e hizo
acopio de valor para mantenerla lo más clara posible. Al poco le vinieron a la
mente una serie de recuerdos-imágenes de escenas del pasado en que se mezclaban
episodios de diez años atrás con otros de su juventud, su adolescencia y su
niñez. De repente el tiempo vivido se había replegado abandonando la cotidiana
linealidad que la razón ordena y se había abierto una especie de hipertiempo
que el cazador había experimentado solamente en determinadas y contadas
ocasiones en el bosque, mientras esperaba durante horas a una presa y la
frontera entre la vigilia y el sueño se hacía tenue y el hipnopompo hacía su
aparición. Esta vez, sin embargo, el carácter atemporal y objetivo de la visión
era notablemente más claro, más experiencial y vívido que en las ocasiones
anteriores. Tal desfile de imágenes mentales –se preguntó nuestro personaje-
¿podría estar relacionada con una ampliación de conciencia? Sin duda alguna.
Pero… ¿a santo de qué se abría ahora esta brecha? ¿Estaría al borde de una
situación de peligro para su vida? Tantos años desfilando en una especie de
presente perpetuo…El cazador conectó con imágenes vívidas de sus bisabuelos,
desaparecidos antes de que él cumpliera los tres años de edad; con escenas
nimias –sin ninguna experiencia emocional que los hubiera fijado en la
conciencia- de su niñez, como la ingesta de un bocadillo de mantequilla con
azúcar mientras intercambiaba cromos de animales con compañeros de clase; con
paisajes olvidados de excursiones realizadas en su juventud o con una
conversación con un extraño que había tenido en un tren unos años atrás. Todo
ello mezclado sin ningún orden aparente. A todo esto la imagen del macho cabrío
seguía impertérritamente fijada sin que el recuerdo de las sucesivas escenas hubiera
modificado aparentemente su presencia. Cuando la conciencia del cazador
recuperó sus cualidades habituales se encontró tumbado en el prado, a los pies
de un árbol del que pendía una cuerda sesgada que casaba con el trozo de cuerda
que todavía envolvía su tobillo. Era el alba y el rocío humedecía su rostro,
que todavía mostraba rasgos de la involuntaria aventura nocturna.
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