Caminaba por la calle como siempre; con prisa. No porque tuviera nada
concreto que hacer. Era su forma habitual de caminar. En su fuero interno
imaginaba que la gente que camina lentamente y se emboba mirando escaparates
deja escapar la vida miserablemente. Por ese motivo él siempre caminaba rápido,
aunque, como era el caso, no tuviese nada especial que hacer. Observó que en
determinado punto de su recorrido -¡aquel mismísimo punto de siempre!- un
pedigüeño -el de siempre- había depositado su vaso de plástico donde se
adivinaban unas pocas monedas. Aquel tipo tenía toda la pinta de ir a canjear,
cada vez que la caja daba para ello, sus emolumentos -ganados a base de inspirar
lástima en el prójimo- por vino o cerveza, alternadamente o ambas bebidas a la
vez. Aunque la sociología no formaba parte del núcleo principal de sus intereses
se le ocurrió detenerse delante del aparentemente vulgar personaje, sacar una
moneda y echarla con cierta pomposidad en su cubilete. El pedigüeño echó una
mirada impersonal sobre su financiador y esbozó una leve sonrisa de compromiso
mientras le inclinaba su cabeza con mecánico gesto, esperando que, después de
tal ceremonia, el transeúnte siguiera su camino. Pero no fue el caso.
-Perdone amigo: ¿se encuentra bien?
(“Vaya; ¡ya me ha tocado el buen samaritano de turno!”)-pensó el pedigüeño,
que deseaba en la medida posible evitar la comunicación con extraños.
-Perfectamente, señor. ¿Y usted?
-¿Yo?... bien, gracias.
De repente había sentido grandes deseos de inquirir sobre la vida de aquel
personaje que veía sentado cada día en aquel mismo punto de siempre pero no
sabía como entrar en el tema sin ofenderle o cohibirle.
-¿Está usted en el paro?
Al momento las palabras recién proferidas se le congelaron a un palmo de la
boca. Seguramente había ido demasiado rápido porque el pedigüeño lo miró con
cara de pocos amigos y quedó callado.
-Perdone si le ofendo con tal pregunta. Mi intención no es otra que la de
ayudarle.
-Pues verá usted: no estoy en el paro porque ni he trabajado últimamente ni
pretendo trabajar en el sentido en que la sociedad entiende este desvirtuado
término.
-¿?
-Aquí
donde me ve, yo había sido empleado de banco, y no un empleado cualquiera. Me
dedicaba a establecer puentes entre grandes inversores, clientes y entidades
financieras. Además de economía, estudié psicología porque pensé que me
ayudaría en el trato personal y en el conocimiento de las intenciones. Y esto
me llevó, finalmente, a estudiar filosofía ya que necesitaba desentrañar en
profundidad las proposiciones que emitimos los humanos con nuestros juicios.
De
repente la apreciación sobre aquel personaje había tomado un giro inesperado.
-Algo
le salió mal, entonces, ¿no?
-Justo.
La situación se me escapó de las manos. De repente me vi obligado a poco menos
que timar a los clientes del banco porque mis jefes –que eran piezas
importantes del mecanismo de funcionamiento de aquel tinglado- estrechaban de
año en año el margen de dudas sobre el incremento de ganancias de la compañía.
Esto sucedía a la par que el sentido de moralidad pública y ética social iba en
vertiginoso descenso y los límites de lo permitido se iban ensanchando pisando de forma creciente derechos, justicia y respetabilidad. Todo para que un pequeño
grupo de personajes pudieran incrementar de forma increíblemente
desproporcionada sus ingresos anuales.
-Amigo:
esto lo observamos diariamente en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Si
todos tuviéramos el sentido ético que nos transmitieron nuestros antepasados no
habríamos llegado tan lejos.
-Pero
lo que más me hizo pensar es que aquella gentuza engominada estaba cada vez más
lejos de ver colmadas sus ansias de posesión. Cuanto más robaban ¡más querían!
-Pues
sí. Forma parte de la condición humana.
-Y,
sabe usted, como si se tratara de una ecuación misteriosa, cuanto más robaban y
más poseían, más infelices eran. El acaparar bienes materiales y, todavía más,
el gastarlos compulsivamente, provocaba más sensación de vacío que querían
compensar inmediatamente robando más.
Total, que un día, harto ya de formar parte de este perverso mecanismo, le dije
a mi superior lo que pensaba de todo el asunto.
-Y fue
despedido de forma inmediata…
-Pues
no: aún hube de padecer una especie de acoso y derribo. Fui colocado en una
lista negra que el departamento de recursos humanos bautizó como “focos de
resistencia” y se me aplicó como pena la asistencia a una serie interminable de
cursos sobre una gran variedad de temas para tratar de redimir mis pecados.
-Y en
esos cursos usted volvió a expresar sus pensamientos más íntimos …
-Pues
si señor y ¿sabe usted lo más chocante? Los monitores me dieron siempre la
razón –sin, por otra parte tomar partido en contra de los comportamientos
corporativos tóxicos, que San Paganini es un santo potente-.
-¿Le
dieron la razón?
-Invariablemente.
Incluso me ponían como ejemplo delante del resto de cursillistas. Cuando volví
a mi puesto ¡incluso recibí un premio corporativo!
Diciendo
esto, el pedigüeño mostró al transeúnte una fotografía en la que se le veía
dando la mano a otra persona delante de un gran cartel que rezaba “Premio
valores corporativos 2018” en letras blancas sobre fondo verde.
-Cualquier
persona podría pensar que estos hechos contribuían a mi reconocimiento dentro
de la estructura del banco. Pues no fue así. El cerco a mi persona se fue
cerrando y pronto encontraron una excusa para despedirme sin indemnización.
Busqué un abogado y todavía estoy –dos años más tarde- pendiente de
magistratura del trabajo. Mientras tanto ordené mi vida. O quizás la desordené,
no lo tengo claro. Quería hacer muchas cosas: todo lo que no había podido hacer
antes a causa del trabajo. Quería escribir, viajar, perfeccionar mi técnica
clarinetística, tener alguna aventura romántica, filosofar, …
-Muy
bien pensado! –contestó el transeúnte con un punto de sana envidia y creciente
interés.
-Si,
pero no contaba con un detalle importante que había pasado por alto (tal era el
grado de autoreclusión que me había impuesto en el trabajo). El hecho que
constaté después de mi liberación fue que aquella mierda que me atenazó tan
fuertemente en el banco parecía haberse trasladado a todos los espacios en los
que buscaba una prístina armonía o una paz espiritual. En cualquiera de los mundos
en que me moviera aquella falta de ética aparecía como una flor carnívora que
hubiera infectado los más recónditos rincones. Incapaz de asimilar este hecho
me dí a la bebida. Pronto se disiparon las ganas de filosofar, de perfeccionar
mi técnica musical (el verbo de mi pluma pareció, en un principio, tomar
amplios vuelos, como aseguran los novelistas alcohólicos, pero este fenómeno
fue muy pasajero). También desaparecieron, para acabar de rematar el cuadro,
las compañías románticas.
-Es que
la bebida no hace que nos abramos a otros mundos sino que nos embota el
entendimiento del presente…
-De
todos modos uno se acaba acostumbrando ¡Qué remedio! E incluso … uno acaba
haciendo cosas que nunca había pensado que haría…
-¿Cómo
qué cosa?...
-Pues …
le confesaré que hace un tiempo entré en un mundo particular …
-¿…?
-Empecé
sin ser demasiado consciente y solo al cabo de un tiempo me dí cuenta de que lo
único que hacía era apelar a la justicia. Empecé a robar, ¡si señor!
El
transeúnte dio medio paso atrás
-Primero
me dediqué al pequeño hurto. Era una forma rápida de manifestar mi hartazgo y
mi rechazo a tanta injusticia. Luego fui perfeccionando mi técnica al tiempo
que aumentaba la confianza en mí mismo. Fue entonces cuando empecé a robar con
intimidación. Ahora estoy planeando –el pedigüeño miró a ambos lados mientras
bajaba la voz- el atraco a un banco. ¿Qué le parece? ¡Volveré a mi antigua
empresa, ahora con otro rol!
El
transeúnte ya se estaba alejando, empezando a temer las consecuencias de tanta
revelación. Ya tenía suficiente.
-¿Dónde
va? ¿Quizás se ha creído todas las tonterías que le he explicado? ¡Vuelva aquí,
hombre! ¡Sólo era una broma! ¡Le querría explicar más cosas!¡No me deje sólo!
El
transeúnte se alejaba cada vez más rápidamente del escenario del diálogo previo
mientras planificaba trayectorias alternativas a través de las cuales poder
evitar un nuevo encuentro con aquel personaje. ¡Atracar bancos! Pero ¡qué se
creía que hacía robando así a la gente! Poco antes de llegar a casa los
pensamientos del transeúnte ya estaban dirigidos a la planificación de su
siguiente jornada laboral: presentaciones de actualización de proyecto, curso
corporativo, planificación de objetivos …