Nuestra época –o mejor decir, dado su carácter aparentemente transitorio, nuestra pseudo-época - se puede caracterizar a través de muy variados enfoques y cada enfoque, por supuesto, dependerá de la perspectiva y referentes del observador, elementos que pueden ser ideosincráticos pero también cambiar con la edad o las circunstancias …. Comienzo así, a la postmoderna, para ilustrar este afán tan de nuestros días por incorporar y cartografiar cada elemento del discurso evitando siempre la imagen de un paradigma unificador. La Edad Moderna ha acabado su andadura reconociendo que no existe un nivel fundamental. Sí que existen –y de hecho ciencia, arte y filosofía los han utilizado- paradigmas que suponen evolución respecto a los anteriores paradigmas todavía considerados niveles fundamentales. Si algo repele a la Postmodernidad es la evolución, jactándose así de haber llegado al fin de la historia. Como que se ha perdido el nivel fundamental pero se cree tácitamente en un supuesto nivel fundamental neutro sobre el que dar infinitas puntualizaciones para explicar cualquier cosa se asume que cualquier proposición puede ser válida si se la etiqueta debidamente. Estamos tan llenos de estas inútiles etiquetas que ya nos cuesta respirar libremente. A las generaciones que todavía hemos tenido oportunidad de vivir bajo los valores de la Modernidad buena parte de las actuaciones del dia a dia de la Postmodernidad se nos antojan esencialmente falsas. Para mucha gente de mi generación éste es el epíteto omnipresente: falsedad. Como los humanos tenemos una gran capacidad de adaptación y muy pocos escrúpulos, si lo que toca es generar consignas falsas –falsas porque a pesar de estar basadas en observaciones aparentemente objetivas se convierten en papel mojado ya antes de nacer- pues se hace la comedia y listos. Una pequeña corrupción de tal creencia nos lleva de lleno al tan actual tema de la llamada posverdad. Porque una cosa es que se piense que no existe una verdad absoluta y otro muy diferente es que cualquier afirmación pueda ser verdadera. Las diferentes verdades, por muy socialmente construídas que sean, necesitan de un sedimento y de una evolución. Cualquier verdad nace –a partir de verdades anteriores que fermentan dando lugar a algo nuevo-, configura toda una civilización o todo un paradigma, se desarrolla y muere para ser substituída por otra verdad. Las verdades que un embustero con pocos escrúpulos se inventa sobre el terreno no son verdades. Son posverdades, o sea, caprichos infantiles que, como en el caso de los niños, simplemente aspiran a alcanzar o mantener un determinado poder. Hace pocos días asistí virtualmente a una conferencia sobre “la historia de la verdad y la posverdad” impartida por un filósofo local. El ponente refirió el concepto de posverdad a la subjetividad y las emociones, ciñiéndolo a la postmodernidad y evitando las acepciones del empleo vulgar del término con sus evidentes conexiones con términos populares como el de “fake news”. Cuando le envié por el chat una cuestión referida a la conexión entre la evolución de los términos “verdad” y “realidad” tal como se ha ido redefiniendo en el último siglo por el último Wittgenstein, Heidegger o Rorty me doy cuenta de que no me entiende. Responde que las verdades de las ciencias hipotético-deductivas no tienen nada que ver con las emociones y que el último Wittgenstein se acercaba mucho a una especie de visión mística de la realidad. Creo que uno de los dos no ha entendido nada (¿yo??) aunque bien puede ser que nuestras distintas emociones den cabida a formas múltiples de (post)-verdades. Se non e vero é ben trovato!