Cualquier
tiempo pasado no fue mejor. Hubo tiempos mejores y tiempos peores. Además no
existe método infaliblemente objetivo capaz de determinar el grado de bondad de
los tiempos. Sería como aludir al ‘ojo de Dios’ de Putnam. Las posiciones fijas
no existen. Si lo que pretendemos es aproximarnos a lo que desde nuestra
perspectiva nos da por llamar posiciones fijas debemos usar como referencia
algo que diste mucho de nosotros –como hacemos con las ‘estrellas fijas’ en
términos espacio-temporales-. Cuando lo que intentamos comparar son diversas
épocas que hemos vivido en primera persona, es decir, desde la propia
experiencia, lo primero que cabe hacer es intentar minimizar el componente
subjetivo que indefectiblemente colorea tal análisis. Si comparamos una época
en la que teníamos 25 años con una en la que tenemos 60 la mayor diferencia que
hallaremos estará irremisiblemente vinculada con nuestra diferente perspectiva correspondiente
a cada edad. Aun así podemos intentar comparar ‘hechos objetivos’. Los tales
‘hechos objetivos’ tienen empero una existencia más que dudosa (mal que les
pese a los científicos). Una de las lecciones de la postmodernidad es que no
existen ‘hechos’ sino ‘interpretaciones’. Pues bien: desde mi interpretación
efectuada con 62 años comparando nuestra época con la de hace 30 años y
basándome en ‘categorías objetivizables’ ‘siento’ que ha tenido lugar una
importante degenaración en muchos aspectos. A base de ignorar con creciente
intensidad ciertos principios éticos que en otros tiempos pesaban, a base de
despersonalizar –operación sistemáticamente efectuada reduciendo a una pura
fórmula racionalizada y, por tanto,
externa a nuestra experiencia- las cuestiones antes constelizadas
alrededor de una ‘ética’ más o menos compartida, a base de ofrecer una
inmerecida plataforma de exhibición a cualquier energúmeno en pos de
disfrazados intereses puramente crematísticos, a base de mirar para otro lado
cuando pasan ante nuestras narices según que cosas y a base de hablar mucho y
no hacer nada la impresión que tengo es bastante penosa en cuanto a nuestro
frágil presente.