Hoy ingresa en el memorable club de los centenarios en activo el sociólogo-filósofo Edgar Morin. Si bien Morin no es el padre de la complejidad, si que puede ser considerado el padre del pensamiento complejo. Su obra magna La Méthode (1977-2004) desarrolla el modelo de la complejidad en seis tomos a lo largo de la Gran Cadena del Ser, desde la materia (La Naturaleza de la Naturaleza) hasta el pensamiento moral (La Ética), pasando por la biología (La vida de la vida), el intelecto (El conocimiento del conocimiento) y la sociología (La humanidad de la Humanidad). El pensamiento complejo todavía no ha incidido suficientemente en nuestra cotidianeidad, en donde sigue habitando de forma persistente el modo de pensamiento analítico. El pensamiento complejo resulta de cerrar un bucle sobre sí mismo en cualquier consideración y alcanzar así esa región que, aun perteneciendo a un entorno objetivo, incluye de alguna manera las interacciones y feed-backs que cualquier caso consteliza a su alrededor. El resultado final de esta paradigmática es que el pensamiento ha avanzado más allá de una racionalidad clásica, cartesiana y analítica sin abandonar no obstante su rigurosidad. La sistematización de Morin cuenta con el apoyo de la Teoría de Sistemas, la Teoría del Caos, la Autopoiesis (cuyo padre, el biólogo chileno Humberto Maturana, falleció hace pocas semanas), la Cibernética, la Ecología, el modelo Gaia y todos aquellos modos que incluyen en sus presupuestos la idea de embuclamiento. Ello conlleva el cambio radical de considerar no las cosas (Parménides) sino las relaciones (Heráclito) como las entidades representativas de una estructura. El pensamiento complejo ha logrado que preguntas con un matiz plenamente dualista y que en otras épocas parecían corresponder a debates insoslayables resultaran irrelevantes. Una de tales preguntas se refiere al origen de la vida y a su carácter de accidente con probabilidad bajísima que tanto obsesionó a bioquímicos como Jacques Monod a principios de los setenta. Estos bioquímicos oponían sus ideas, que entonces se etiquetaban de materialistas, a otro tipo de creencias, ligadas a residuos religiosos y más asociadas con una idea de creacionismo o de plan concreto. Cuando cambiamos de decorado e introducimos la complejidad las dualidades materialismo/espiritualismo y azar/determinación quedan automáticamente disueltas, es decir, dejan de verse como generales y externas a nuestro pensamiento y pasan a ser ejemplos históricos de diferentes fases de pensamiento humano. Todavía en nuestros días una parte de la vieja guardia papal del cientifismo es incapaz de entender la naturaleza bajo el prisma de la complejidad. Así, por ejemplo, el bioquímico Richard Dawkins se ha pasado muchos años combatiendo el modelo Gaia de James Lovelock (quien, a propósito, hace ya casi dos años ingresó también en el club de centenarios en activo) bajo la sospecha de teleología oculta o plan previo -divino o no-, lo que parece indicar que es incapaz de entender el mundo en su complejidad matemático-físico-biológica y sigue empeñado en analizar fragmentos aislados de tal entramado. Morin ha dedicado, además, una parte importante de su carrera a las labores pedagógicas para hacer entender el concepto de complejidad al público general. Esperemos que su semilla siga floreciendo de manera creciente y que nos lleve a una trans-racionalidad que englobe e incluya la racionalidad clásica haciéndola un caso concreto de algo más rico en dimensiones.