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martes, 26 de octubre de 2021

Fetiches


 

            Cada vez estamos más acostumbrados a que ciertas palabras, referidas en ocasiones a conceptos más o menos nebulosos, ocupen una parte del espacio público. Estas palabras-fetiche, como cualquier elemento de nuestra actualidad, tienen un recorrido no demasiado largo y se renuevan cada pocas temporadas. Quien introduce estos fetiches en su discurso -aunque sea con calzador- demuestra que está 'in' y en línea con la 'gobernanza' (por utilizar una palabra-fetiche de las muchas que han resultado de una traducción forzada del idioma inglés). A veces nuestros fetiches constelizan fuertemente ramilletes de ideas preconcebidas e inducen fantasias compartidas con suma facilidad. Uno de tales fetiches se nos presenta ahora bajo el epígrafe de 'inteligencia artificial'. Nada más lejos de mi intención que menospreciar los avances tecnológicos y el trabajo de neurocientíficos, ingenieros, filósofos e informáticos, que capta mi interés y admiración. Los que incluyen en su discurso a la 'inteligencia artificial' para sentirse 'in' y así complacerse a sí mismos y al Gran Rebaño usualmente ni saben de qué están hablando. Hace pocos días la prensa anunció que la IA estaba escribiendo la X sinfonía de Beethoven. Me parece cuando menos risible (por no decir patético) que unos algoritmos que rastrean a fondo, descomponen, analizan, etc, sean capaces de emular la evolución de un creador. Cada nueva sinfonía de Beethoven aporta elementos que no aparecen en las anteriores. Los sistemas artificiales, por el momento, tienen una gran potencia de cálculo, de análisis e incluso son capaces de 'aprender' incorporando cambios y evoluciones en sus algoritmos. Pero sus conclusiones siempre están basadas en el marco A/B = C/D, o sea en la racionalidad pura y dura, por mucho aprendizaje que incorporen. Para escribir la X sinfonía hace falta, inexorablemente, la presencia de Beethoven. El viejo problema de la cualidad como derivada de la cantidad se responde acudiendo a la complejidad, pero para llegar a tal grado de complejidad se hace necesario acudir a la 'energia oscura' del inconsciente. Para que la X de Beethoven no sea un fracaso tan estrepitoso como la conclusión de la VIII de Schubert.