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viernes, 10 de marzo de 2023

(In)maduración

La gente de cierta edad se queja a menudo de las jóvenes generaciones. Eso no deja de ser ley de vida. Comparan su juventud (los recuerdos que les quedan de ella, más bien) con su percepción actual de los jóvenes. Una diferencia a menudo observada es que los antiguos niños, a diferencia de los actuales, creían en lo que les recomendaban (más bien mandaban) los mayores. Eran niños modelo, como tan bellamente evoca Jacques Brel en una de sus célebres canciones. Después venían las dudas, la rebeldía y tras ello, frecuentemente, la maduración. Los niños se hacían adultos y se preparaban para el siguiente ciclo: hacer de padres de niños que creían en sus recomendaciones …. ¿Qué ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos? Pues que los niños ya no creen. Nacen incrédulos. Y este hecho, que puede parecer maravilloso porque para algunos observadores sugiere el escepticismo filosófico, promesa de fértiles terrenos, tiene una consecuencia mas bien nefasta: la negación del proceso de rebeldía/maduración. La rebeldía ya no tiene una causa generadora. Vivimos una época de rebeldes sin causa, o con una causa tan multifocal que queda difuminada (el rebelde de la película tenía tras de sí causas mucho más enumerables que los actuales). Cuando el incrédulo/rebelde actual crece su rebeldía no ha sedimentado ningún poso sobre el que construir su personalidad adulta. La consecuencia es que adolecemos de una población infantilizada o, peor aún, de perpetuos adolescentes. Las causas sobre las que incidir para afrontar este problema son tan multifocales y sistémicas que tienen difícil solución. El fenómeno que describo, además, es transversal; sucede a lo largo de todas las clases sociales. Pero tarde o temprano los sistemas se autoregulan. Esperemos que de la manera menos traumática posible. 

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