Cuando
Maréchal y Rosenthal, después de su gran aventura, llegaron de vuelta a París no
tenían claro si debían presentarse directamente ante su batallón o quizás era mejor
desaparecer prudentemente esperando que llegaran tiempos mejores. Su dilema
duró poco: a los dos meses escasos de su llegada, la Gran Guerra terminó y
pudieron, así, reincorporarse a sus trabajos habituales: Maréchal como mecánico
de taller en Belleville y Rosenthal como ayudante de su padre en el banco
familiar en Rivoli. A pesar de que su vínculo se había forjado durante la
guerra, justamente a causa de su exclusión por parte de las clases
aristocráticas, ahora, en la paz, soñaban cosas muy diferentes. Maréchal planeaba
su viaje a Alemania para reunirse con la viuda Elsa, de quien se había enamorado
profundamente durante la guerra, y con su hija Lotte, quien le había iniciado en
la lengua de Goethe (‘Lotte hat Blauen Augen’, solía repetir por aquel
entonces). Su plan era llevarlas con él a París e intentar establecer un
negocio propio que le permitiera mantener a su futura familia con un nivel de
vida digno. Quizás un taller mecánico sin pretensiones, ahora que los
automóviles se iban haciendo cada vez más populares. Rosenthal, por su parte,
no lo tenía tan claro. Por un lado, se sentía en la obligación de continuar con
la tradición familiar e integrarse -y, eventualmente, dirigir- el banco que sus
antepasados habían fundado hacía un montón de años, pero, por otro lado, se sentía
atraído por la vida bohemia, las tertulias artísticas -recién desplazadas de
Montmartre a Montparnasse- y todo lo que oliera a novedad, desde los coches
deportivos hasta el charlestón, cosas todas ellas alejadas de la sobriedad de
sus antepasados. Además, no tenía ninguna prisa por casarse y tener familia.
Pensaba que la vida era muy larga, aunque en su caso, desgraciadamente, se
equivocaba. En poco más de veinte años acabaría pereciendo de fiebres tifoideas
en el campo de Drancy, mientras esperaba ser transferido a Auschwitz-Birkenau. El
negocio de Maréchal, aunque costó de arrancar, fue lo suficientemente exitoso
como para atravesar los felices años veinte con holgura, permitiendo incluso
vacaciones familiares en Suiza -donde el antiguo teniente rememoró el final de
su escapada-, amén de cenas en Maxim’s y algún que otro vestido de Chanel.
Cuando el espectro de la depresión apareció en los treinta, la situación se
deterioró hasta tal punto que Maréchal y Elsa, junto con Lotte y su marido
Jacques Levy decidieron emprender una nueva vida en California, a donde
llegaron en vísperas del estallido de la guerra, contienda que demostraría de
nuevo que la humanidad volvía a caer presa una vez más de su gran ilusión.