Lo que más me aterra de la sociedad actual es su planaridad. La supuesta ágora en donde todo el mundo puede opinar sobre la única realidad que existe. Un ágora que aumenta su tamaño a medida que los científicos descubren cosas y los técnicos desarrollan nuevos inventos e instrumentos. Un ágora en donde los conceptos han reificado y, a base de copypaste, tick check-marks victoriosos y likes, han llegado a momificar. ¡Socorro! He trabajado en el campo de la investigación biomédica durante 35 años. La gente que se dedica a la investigación en ciencias naturales acostumbra a tener una visión del mundo muy particular -la que filosóficamente se denomina realismo ingenuo-. Además, muchos de los científicos sostienen que la ciencia es a-moral, como si no se tratase de una actividad humana. La combinación de tales creencias (el mundo es cognoscible tal cual es, de forma independiente de nuestras consideraciones y percepciones, el conocimiento científico va arrinconando las creencias y nos instala en la realidad racional, la ciencia es objetiva o no es ciencia, la ciencia no es buena ni mala; son los humanos quienes la colorean) me causa cierto pavor. En el mundo anglosajón, los doctorados -la mayor parte de investigadores los son- se denominan PhD, siglas que provienen del latín medieval philosophiae doctor, término que actualmente no puede estar más alejado de la realidad. Muchos científicos, incluso algunos muy famosos, han declarado públicamente que la filosofía es un conocimiento obsoleto porque no trata con realidades, como lo hace la ciencia (más pavor). La guinda del pastel la pone la consideración social de la ciencia y los científicos, que ocupan la misma posición que la religión y los sacerdotes en otras épocas (esto ya me da terror).