Hace unos meses que he presenciado la enésima puesta en escena postmoderna, en este caso la ópera de
Tchaikovski Yevgeni Onyegin. Esta ópera (1878), originada a partir de
Pushkin (1832) ilustra una manera de hacer teatro típicamente rusa que
florecería posteriormente con Chejov y que también se desarrollaría en la
novelística con Dostoievski (no en vano el tchaikovskiano Onyeguin fue
altamente considerada por Meyerhold y los grandes renovadores del teatro ruso a
principios del S XX). La acción de la ópera se desarrolla así en el interior de
los personajes. Ciertamente que esto también se da en las óperas de Mozart,
Verdi y Wagner, pero aquí el desarrollo es totalmente diferente. Los
protagonistas pasan la mayor parte del tiempo pensando en su futuro, pensando
en su pasado o en su presente, y éste es el verdadero tema de la ópera: el
anhelo, el arrepentimiento, la aceptación o la desdicha. Este balance hacia el
mundo interior puede dar pie al eventual regisseur a desfigurar la
puesta en escena hasta el punto de la sobreexplicación. Una puesta en escena
puede alterar la época y lugar de la acción hasta límites insospechados sin por
ello cambiar de forma radical la riqueza de contenidos de la obra. Cuando, en
época postmoderna, los regisseurs no dirigen sino que comentan
las obras, la riqueza de significados se pierde en pos de una interpretación
concreta (el 90% de las cuales de una simpleza intelectual y referencial
apabullante). En esta versión, los sirvientes juegan un papel visual en primer
plano, queriendo representar escenas de instintos reprimidos de los personajes
de la nobleza. Quizás si la escena se hubiera trasladado lo suficiente la
visión de las aproximaciones sexuales de todo tipo entre criados y criadas
encima de la mesa en plena fiesta del primer acto no resultaría tan grotesca.
El cadáver de Lenski (a quien Oneguin abraza antes de dispararle el tiro
mortal), yaciendo a un lado del escenario durante la polonesa (convertida en
una especie de galop-Conga de Jalisco), aun queriendo ofrecer un contraste
explícito, resulta de una planaridad infantil. Regisseurs postmodernos:
tenéis vocación de maestro de escuela de párvulos.