La gran
música, como cualquier cosa grande, nos habla. (Empezamos mal, no existen cosas
grandes o pequeñas, todo es una construcción social, la postmodernidad nos
advierte). ¿Qué quiero decir con eso de que nos habla? La música es un lenguaje
no semántico. Pues precisamente es por eso que la música nos puede hablar desde
un plano no semántico. ¿Desde un plano emocional? Probablemente. Digamos que
desde un plano no semántico con el que resonamos y en esta situación todo un
discurso se abre ante nosotros. Esto no tiene que ver con la literatura (el
destino llamando a la puerta o zarandajas similares) ni con la pintura (mehr
empfindung als tonmalerei, decía Beethoven a propósito de su 6ª sinfonía). La
gran música nos re-conecta con nuestro centro y es allá donde recobramos la
serenidad, la pura conciencia. Diálogo asemántico, más allá de las puras
emociones. Ahora me percato que la gran música -con perdón- va de esto y es por
ello que exige mucho de nosotros (aunque podemos abordarla desde una infinidad
de planos; desde los más superficiales a los más profundos, con una lógicamente
creciente escala de exigencias). La música de entretenimiento (que también
admiro, claro está) no conlleva esta exigencia. Ni esta recompensa.