Torniamo all'antico é sarà il nuovo!,
decía sabiamente Verdi, maestro que mantuvo una excepcional capacidad de
renovación hasta edades considerables. L'antico, en su caso, fueron
los madrigalistas renacentistas, fue la ópera mozartiana, fueron las simetrías
barrocas, y lo nuovo fue ni más ni menos que Falstaff,
agridulce obra maestra de los ochenta años en donde el autor, a la par que uno
de los protagonistas, rie por no perder la compostura.
A lo largo de toda la Edad Moderna, que ya comenzó con una vuelta a la
Antigüedad Clásica, la evolución musical se ha visto impulsada por el espíritu
de la frase verdiana. Cuando Beethoven pudo superar la crisis creativa que puso
fin a su posteriormente tildado como segundo período recurrió también a los
maestros antiguos, como atestiguan las partituras consultadas para componer su
novena sinfonía: la Misa en si menor, el Mesías y el Requiem de Mozart. Bach
volvió a formar parte de lo antico que deviene il
nuovo con Brahms. Incluso el revolucionario Wagner miró hacia la ópera
mozartiana y el contrapunto para escribir los Meistersinger. En
pleno Post-Romanticismo los por otra parte innovadores Mahler y Strauss
colocaron sus sendos caballetes al lado de los de Schubert y Mozart,
respectivamente. ¡Y qué decir del neoclasicismo de 1920-1940! (Aquí incluyo
también el dodecafonismo schoenbergiano). Más que una pura regresión (tal como
se ha querido ver a menudo), la inmersión en la música de un siglo y medio
atrás representó entonces la única manera de superar el pasado reciente y su
hipertrofia. Cuando llegamos a nuestro presente la fórmula descrita ya no puede
tener vigencia. ¿Por qué? Porque ya no pretendemos il nuovo.
Estamos instalados en lo antico, no como fértil fuente de nuevos
desarrollos, sino como estéril repetición privada de alma. La Postmodernidad es
opuesta por naturaleza a la evolución (aunque algunos ingenuos todavía hablen
de la vanguardia). El otro día oí en un noticiario una referencia a cierto
compositor que estaba escribiendo una obra cuya "gran originalidad"
consistía en combinar una orquesta sinfónica con sonidos electrónicos (me temo
que llega con más de 70 años de retraso). Quizá esta ignorancia generalizada
sea la única salida que tenga la Postmodernidad para poder sobrevivir.