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sábado, 19 de agosto de 2006
...E la nave va
Cuando este film de Fellini se estrenó en mi ciudad -corría la primavera de 1985- fui a verlo tres veces en el espacio de mes y medio. No podía creer que tanta riqueza de símbolos, imágenes e ideas pudiera extraerse de una obra que aparentemente transcurría de manera tan ligera. Tenía que descubrir cual era el "mecanismo" secreto que permitía tal milagro. Evidentemente, cada vez fui presa del milagro, que se renovaba una y otra vez delante de mis ojos. Es muy difícil hacer un "inventario" completo de los tesoros visibles y ocultos que encierra el film (desde el aparatoso y junguiano rinoceronte a las sutiles mariposas que revolotean (?) por los pasillos inundados hacia el final; desde el "rescate psíquico" que supone la progresiva incorporación de sonido y color -que vuelven a desaparecer al final- hasta la presencia de arquetipos más o menos ambiguos representados por algunos personajes como el que soberbiamente interpreta Pina Bausch). A pesar de ello, y después de más de veinte años, hay un aspecto que ahora me interesa destacar. Hacia la mitad de la obra, el personaje del periodista Orlando -que cumple en la obra el cometido de Virgilio-, a modo de excusa y con gran disgusto, prorompe en una gran exclamación dirigida al público del film: - ¿Que no ven nada nuevo aquí? ¿Que todo se ha dicho? ¡Pues sí, todo se ha dicho ya!¡No hay nada nuevo que explicar! Aquí el autor expresa la completitud de un paradigma. No es que se haya dicho todo; es que se ha agotado totalmente una manera de decir y pensar las cosas. Confieso que hace veinte años ése fué para mí el momento más dramático de la obra (aunque también me sugirió el metaespacio que Fellini utilizaba a menudo; especialmente en 8 1/2, que también se autocita de múltiples maneras). A partir de aquella 'confesión', y teniendo en cuenta la catarsis que aparece al final de los filmes de Fellini, no pude por menos que pensar que el final tenía que liberar la opresión del paradigma completado. Era necesario reducir al Herzog, los cantantes, los serbios y la princesa Lherimia a objetos vistos desde una nueva perspectiva más amplia. El esperado final, como el resto de film, no me decepcionó en absoluto.
miércoles, 9 de agosto de 2006
Grabaciones
Con motivo del fallecimiento de la soprano Elisabeth Schwarzkopf he podido leer en varios periódicos y blogs algunas opiniones que calificaban el modo de cantar de la artista como propio de otra época ó hasta pasado de moda. En los más, sin embargo, los ditirambos iban por delante, contándola entre las mayores cantantes del S XX. Es muy bueno que haya diversidad de opiniones porque la pluralidad siempre implica riqueza. Ahí están las grabaciones, como las de Victoria de los Ángeles, las de Renata Tebaldi ó las de Franco Corelli. Que cada cual escuche lo que más le apetezca. Sin embargo, en el panorama de la música culta, al margen de ciertas erupciones de divismo –que, a pesar de que vayan en aumento, siempre han existido- lo que prima es la obra musical en sí. Uno puede tener ‘in mente’ su versión ideal de Morgen, La Chevelure, Vissi d’Arte ó Solenne in quest’ora, pero estas piezas seguirán existiendo al margen de estas versiones –e incluso podemos llegar a conocer una versión que todavía nos complazca más-. Por el contrario, en otros dominios musicales, como en la canción de autor ó en el jazz, la interpretación va íntimamente ligada al acto de creación. Ello es debido, evidentemente, a la propia naturaleza de estos hechos musicales: una improvisación más o menos creada en el instante de la grabación, que capta el feeling del momento y lo inmortaliza en el caso del jazz, y la participación del compositor-poeta que es a la vez padre y madre de sus creaciones en el caso de la canción de autor. Cuando alguna grabación a este respecto pasa a ser ampliamente considerada como obra maestra difícilmente otro intérprete abordará la pieza grabada (o bien se alejará estilísticamente tanto como le sea posible, en el caso del jazz). Los apasionados de la hi-fi comparan las diferentes versiones de Winterreise que grabara Fischer-Dieskau; la esencia de piezas como Amsterdam, Yesterday ó Paraules d'amor va indisolublemente ligada a las grabaciones que nos legaron sus autores.
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