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viernes, 13 de octubre de 2006

Patronazgos


El florecimiento de las artes como fenómeno colectivo, querámoslo ó no, va íntimamente ligado a los períodos de florecimiento socio-económico. Las artes siguen así una tendencia parecida a las demás manifestaciones culturales. Lo cual no significa que el arte no pueda desarrollarse en períodos socialmente convulsos. La famosa frase puesta en boca del personaje que interpreta Orson Welles en El Tercer Hombre es muy vistosa, pero encierra solamente una parte de verdad. Según esta frase durante la tiranía de los príncipes renacentistas florecieron Miguel Ángel y Rafael, mientras que los suizos, en cuatrocientos años de paz y democracia, sólo han inventado el reloj de cuco. Eso es un poco injusto para con Paracelso, Klee, Jung, Giaccometti, Honegger y otros grandes personajes helvéticos. Además, si los artistas italianos del Renacimiento pudieron desarrollar sus carreras hasta tal extremo fue como consecuencia del apoyo económico que recibieron por parte de sus maquiavélicos patrocinadores que, a la postre, querían asegurarse un lugar en la posteridad asociando sus nombres a unos valores permanentes. El artista –como el médico, el comerciante, el letrado ó el ingeniero- depende de otros para su subsistencia. Y la naturaleza de este otro varía con la época, con el tipo de material que el artista pueda ofrecer y con los intereses que pueda mostrar en el material ofrecido. Así, el papel que en el occidente medieval jugó la iglesia católica, patrocinando el teocéntrico arte de su época, fue cedido durante el Renacimiento a los príncipes cortesanos, que impulsaron las grandes realizaciones del humanismo. Este patrocinio, siguiendo siempre una evolución en la que el inicial impulso renovador acaba encorsetado, y reflejando una especie de proceso enantiodrómico por el que una opción acaba convirtiéndose en su opuesta, cambió una vez más de manos para anidar en la floreciente burguesía post napoleónica. El producto que ofrecía el artista cambió junto con su destinatario. Ahora se trataba de cantar a la naturaleza y de exaltar los aspectos subjetivos. El burgués siglo XIX fue el de la música y la literatura. Pero he aquí que hacia principios del S XX el artista se revela contra las formas defectivas del romanticismo en que había degenerado el arte anterior. El grito de guerra del período de entreguerras mundiales fue el consabido ¡Desconcertad al burgués! El buen burgués, claro está, acabó alejándose poco a poco, si no de unos cenáculos sociales que le parecían muy convenientes, sí de la creación contemporánea. Entonces se sucedió un período en que los residuos de la nobleza y los burgueses que aspiraban a un lugar en ella patrocinaron las propuestas más radicales. La tendencia posterior a la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, debía ser bastante diferente. El mundo del arte pasa a depender directamente de manos del estado; de las subvenciones públicas. Pero al fin y al cabo ello significa la mediación de comisarios, políticos ó simplemente funcionarios. Se subvencionan especialmente las propuestas más convencionales, los aniversarios y todo aquello que “suena correcto”. El futuro de la creación artística está también en manos del Gran Hermano.

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