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jueves, 18 de junio de 2009

Despertar


Desde nuestra perspectiva habitual es fácil asumir que el proceso de maduración que conduce de la infancia a la edad adulta viene jalonado por la superación de una serie da fases y etapas que llevan a lo que generalmente se considera una situación de transparencia cognitiva. Muchos teóricos, desde Freud a Piaget, así lo han postulado desde hace mucho tiempo. Mucho más difícil es admitir que el proceso va más allá de la edad adulta y que la supuesta transparencia cognitiva no es más que una ilusión propiciada por la perspectiva convencional del grupo. Que la apariencia de mundo-tal-cual-es que domina nuestras percepciones no es más que una prisión mental que, por desconocida, se acepta sin titubeos. Que el proceso de adquisición de experiencia se prolonga hasta el final del ciclo vital es fácilmente admisible (está el viejo muriendo y todavía va aprendiendo, reza el refrán; la experiencia de la propia muerte es seguramente una de las más significativas; añado yo). Pero por proceso de maduración no me refiero aquí a la acumulación de experiencia, por absolutamente importante que sea este corpus para cada una de nuestras vidas. Me refiero más bien a la apertura de nuevos modos y paradigmas, y no sólo a nivel cognitivo sino también a nivel emocional, ético y estético. En una de sus primeras canciones, Joan Manuel Serrat canta:

Paraules d’amor, senzilles i tendres,
No en sabíem més, teníem quinze anys.
No havíem tingut massa temps per aprendre,
Tot just despertàvem del son dels infants.

La poética idea del despertar del “sueño infantil” es paralela a la del Bodhi budista, el despertar a una nueva conciencia que nos sitúa más cerca de nuestro centro mientras nos percatamos de que este centro va más allá de nuestro yo. El niño supera etapas egocéntricas para adoptar una visión etnocéntrica y después mundicéntrica. Nuestra conciencia también se va abriendo a nuevas estructuras y modos de percibir, conocer, experimentar y ser.

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