Acabo de leer el último libro que ha publicado Douglas Hofstadter, Yo soy un extraño bucle, en donde el autor propone, desde un punto de vista puramente reduccionista, un modelo de consciencia basado en dinámica de sistemas. Aunque el estilo de este autor sea siempre de lectura agradable, no estoy seguro de que cuando utiliza términos como dualismo cartesiano ó experiencia se refiera a los mismos conceptos que los filósofos ó psicólogos suelen asociar a dichas palabras. Si bien estoy de acuerdo con varios de los razonamientos y conclusiones con que Hofstadter adorna su obra, creo que evita profundizar en lo que su discípulo David Chalmers denomina the hard problem of consciousness y para zanjar la cuestión adopta el punto de vista de transparencia cognitiva/fisicalismo radical que tanto abunda en el mundo de los científicos. Así, la consciencia es considerada como un emergente de alto nivel a partir de fenómenos microscópicos de bajo nivel, mientras que la “yoidad” es vista como una especie de espejismo que un extraño bucle de autorefuerzo alimenta constantemente a lo largo de la vida y que, en realidad, se puede considerar repartido entre un colectivo de individuos. El autor compara esta emergencia en el cambio de nivel con la significación que adquieren las letras cuando se ordenan adecuadamente formando palabras y éstas formando frases capaces de transmitir mensajes ó los sonidos musicales aislados que solamente adquieren sentido cuando se agrupan en frases y sistemas de nivel superior. Pero aquí la metáfora creo que apunta hacia las debilidades del sistema de representación más que hacia la fuerza de un símil ilustrativo. Las letras de un alfabeto se pueden considerar signos que han tenido su evolución. De la misma manera que Hofstadter explica que un “yo” no nace sino que se va formando progresivamente, los signos de la escritura no nos vienen dados: progresan y, lo que es más importante, en todo momento se corresponden con unas sonidos que resultan de la descomposición de unas palabras que también han nacido y evolucionado a partir de células primitivas. Cuando la práctica literaria por un lado y la teorización estructuralista por el otro llegaron a vislumbrar la posibilidad de desconexión entre signo y significación –cosa que supuso un avance radical a costa de una pérdida también radical- el mundo se empezó a poblar de elementos lingüístico-literarios virtualmente transracionales que la postmodernidad acabaría popularizando. De igual manera, una nota musical aislada puede tener una significación (transtonal/aperspectivista) que la práctica musical –Scelsi, Feldman,…- hace ya mucho tiempo reveló. Los atisbos que la propia autocrítica –entusiasta y sincera- de Hofstadter deja para la apertura de nuevas estructuras de conciencia se limitan a clasificar tales aproximaciones o bien como “dualistas” o bien como panpsiquismo. Y una vez establecido el carácter autoengañoso de la yoidad (tesis a la que se puede llegar partiendo desde muy diversos enfoques iniciales) el autor asume que tal engaño es absolutamente necesario por lo que hace a la supervivencia de la especie y que se hace necesaria la convivencia con la paradoja, considerando inútil liberarse de ella tal y como proponen el zazen ó el taoísmo. Pero tal liberación ¿No correspondería a la irrupción en la conciencia de un nivel de percepción superior?
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