Hoy hace exactamente 57 años que se estrenó en Woodstock la famosa pieza de John Cage 4’33’’, que con los años ha llegado a ser la obra más significativa –y, con mucho, la más comentada y analizada- de su autor. La (no-)composición, escrita para cualquier solista ó conjunto vocal ó instrumental, consta de tres movimientos, para cada uno de los cuales la partitura muestra una única indicación: TACET. Como las telas en blanco de Robert Rauschenberg, concebidas en la misma época, 4’33’’ ilustra de forma categórica una nueva manera de concebir la obra artística, no ya como objeto sino como proceso. Y mientras que la serie de Rauschenberg nos muestra el espacio como generador de tal proceso, la obra de Cage hace lo propio con el tiempo. En el vacío espacial ó temporal se halla contenida toda la existencia, según los principios taoístas. El silencio propuesto por 4’33’’ es (a pesar de las explicaciones que el propio autor aporta sobre los ruidos accidentales que puedan tener lugar en el transcurso de la ejecución) atemporal, transmental. Es el silencio del zazen. De hecho, el título de la pieza resulta irónico porque alude al tiempo cronométrico. Es por eso que el comentario de Stravinsky tras el estreno (“esperemos que la siguiente obra no sea igual, pero más larga”) muestra cierta incomprensión acerca de la significación de la (no-)pieza. Las aproximaciones a la atemporalidad propuestas por el ruso todavía están inmersas en la temporalidad: la música como generadora del tiempo.
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