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viernes, 26 de marzo de 2010

Música para todos

Hubo una época no muy lejana en el tiempo en que la música todavía ocupaba algún lugar en el desarrollo del individuo y, por tanto, también en el de la estructuración de la sociedad. Debido a ello, los políticos reconocían su valor y lo usaban (como herramienta cultural tanto como arma política). Así, en los años 1930s, la política rooseveltiana del New Deal concedía a la difusión popular de la música una importancia de primer orden. Pero también los regímenes totalitarios y sus protagonistas pensaban en la música, y no sólo como instrumento de propaganda, sino también como medio de satisfacción personal (quizás para proyectar megalomanías ó compensar atroces instintos criminales). El régimen hitleriano organizó campañas de prohibición de la así clasificada como “Entartete Musik”. Poco más tarde el régimen estalinista también reprimió los “excesos de formalismo antisocialista”. Los propios dictadores tenían sus veleidades musicales; así Hitler, después de venerar oficialmente la música de Wagner y Strauss, se dejaba seducir con gusto por la ligereza de La Viuda Alegre. De Stalin, manifestando quizás un comportamiento más cercano al del tirano asiático, se explica una anécdota en la que, tras oír por la radio una interpretación del mozartiano concierto para piano nº 23 por su pianista favorita, Mariya Yudina, pidió la grabación. Como se trataba de un concierto en directo y no existía tal grabación, los correspondientes esbirros despertaron a Yudina, juntaron una pequeña orquesta y efectuaron una improvisada grabación nocturna de dicha obra. De la matriz se efectuó una única copia (accesible ahora, por lo visto, a través del CD), que se presentó a Stalin el cual, según algunas versiones, lloró tras la escucha de las primeras notas. La capacidad de ambos dictadores de aparecer como humanos todavía los hace, en la distancia, más peligrosos. Hay que añadir, para desagravio de Yudina, que además de ser una magnífica pianista (que solía incluir además “formalista” música occidental en sus conciertos), donó la suma que había recibido con el Premio Stalin a la iglesia ortodoxa para que se oficiaran “perpetuas oraciones por los pecados de Stalin”. Amén.

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