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miércoles, 14 de julio de 2010

Desbordamiento

Parece que el sistema esté entrando en barrena sin que nadie pueda a ciencia cierta avanzar cuáles serán las consecuencias de su desplome. La presión social, por adormecida que esté la población, tarde ó temprano hará su aparición. Mientras tanto seguimos mirando para otro lado y asegurándonos a nosotros mismos en todo instante que todo está controlado y que todo es perfecto, salvo algunos pequeños detalles que pronto se arreglarán (como en la vieja canción Tout va très bien, Madame la Marquise). La situación actual de todas las actividades sociales puede asimilarse a la de un flujo retenido. Como cualquier cambio representa el abandono de unos esquemas en pos de otros, los abanderados de los esquemas previos se enquistan y lo que ha sido en otro tiempo útil y productivo se hace progresivamente reaccionario y tóxico. Si los esquemas (no solamente me refiero a la actividad fáctica sino también –especialmente- a la mental) quedan artificialmente retenidos y algo deja de fluir, la tensión aumenta hasta que el flujo retenido se desborda y las cosas vuelven a fluir por el camino alternativo. Las alternativas al desbordamiento son fáciles de enumerar pero difíciles de llevar a la práctica. Sin embargo, todo pasa por un cambio de mentalidad. Un cambio de mentalidad no es un cambio de idea, sino un cambio en la forma de pensar. Y este cambio debería ser abanderado por intelectuales y políticos. Por el momento, los partidos liberales están anclados en una mentalidad decimonónica, mientras que los partidos conservadores lo están en una mentalidad diecisetesca. Esas mentalidades funcionaron bien en su época, pero ya no son apropiadas en nuestros días. Las alternativas ecologistas, de decrecimiento, de superación del concepto de nación-estado, no son seriamente consideradas por la mayor parte de los poderes (entre ellos, por muchos de los partidos decimonónicos aliados con alguna de estas causas). Aunque gran parte de la ciudadanía cae todavía en la trampa de tener que elegir entre el XVII y el XIX, una proporción creciente es consciente de la necesidad de un cambio. ¿Tenemos que esperar al desbordamiento para poder atisbarlo?

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