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sábado, 18 de diciembre de 2010

Taxonomías

Durante los años de estudios de secundaria recuerdo que de las clases de ciencias naturales lo que más me gustaba eran los nombres de los insectos, árboles y minerales (junto con los grupos de simetría cristalina). Me doy cuenta de que esto demuestra un mayor interés por la relación del hombre para con la naturaleza que por la naturaleza en sí. Aquellos nombres sugerían imágenes poéticas, pero también contextos culturales, tradiciones folklóricas ó trasuntos míticos. De esta manera los nombres científicos complementaban ó jerarquizaban los nombres vernáculos, viniendo a ser una versión globalizada (la globalización etnocéntrica de la época de Linneo) de éstos. Contrariamente, los nombres sistemáticos que nos enseñaban en las clases de química venían a ser la negación de los nombres vulgares de las substancias químicas, procedentes éstos una vez más de la tradición folklórica y de la alquimia. Con ello se demostraba el profundo cambio acaecido en el S XVIII con las ideas de la Ilustración y el culto a la racionalidad, que contrastaba con el espíritu más indiferenciado del siglo anterior. Nombres como Olea Europea, Vanessa Cardui, Parnassius Apolo ó Cercis Siliquastrum nos informaban acerca del ámbito natural propio de dichas especies, su morfología ó sus costumbres. Cuando los nombres sistemáticos, atemporales, a-fenomenológicos y construibles a voluntad hacen su aparición, cuando las substancias químicas se transforman en puros compuestos químicos, también aparece el mundo ideal de la racionalidad. Es un gran paso en la historia de la cultura aunque muchos años después, cuando la postmodernidad da por explorado todo este mundo ideal y, con ello, pretende dar fin a la posibilidad de evolución, también resulta ser todo un lastre.

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