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martes, 17 de enero de 2012

Impresionismo

El mundo de la música –como cualquier otro-  abunda en el automatismo de las relaciones preestablecidas. Parece como si los que escriben sobre el tema se vieran en ocasiones obligados a resucitar los viejos tópicos. Un insistente ejemplo  es la asociación Debussy / Ravel / impresionismo, empleada cada vez que se habla de uno de los compositores o de la música en la Francia de 1900. Sabemos que ambos autores (especialmente el primero) aborrecían que se aplicara el término impresionismo sobre su música, ya que lo asociaban con flojeza de trazo y contornos borrosos, según se aplicaban las características que ofrecía la escuela pictórica de un cuarto de siglo atrás. En 1900 quizás la música impresionista todavía tenía algo que ofrecer, pero su contrapartida pictórica se hallaba prácticamente agotada (los clichés del pintor bohemio en París, con su lazo al cuello y su boina de colores tal y como aparece en los cartoons americanos ó en el film An american in Paris er realidad, son figuras extemporáneas que nunca han existido). Debussy, uno de las puertas de acceso al siglo XX musical, debía de considerar en esa época que el impresionismo –de cualquier tipo- era ya algo muerto y enterrado (aunque hoy en día podamos reconocer en el impresionismo de 1875 la antesala de Cezànne en 1890 y del cubismo en 1910). En el caso de Ravel, y por el hecho de haber nacido poco después que su antecesor (al que parece que idolatraba, cosa que estaba lejos de suceder en sentido contrario), el catálogo de composiciones “impresionistas” se ha visto generalmente reducido a la primera etapa, especialmente las piezas para piano iniciales (la última composición de Ravel clasificada como impresionista es el ballet de 1911 Daphnis et Chloè). Ravel enlaza en cierta manera el impresionismo con cierto neoclasicismo (Le Tombeau de Couperin, Concierto en sol), cosa que en realidad Debussy también llegó a hacer anteriormente (las 3 sonatas para instrumentos varios y piano, las Chansons de Charles d’Orleans). La lista de diferencias entre la música de ambos compositores es inmensa, pero en esta ocasión quería resaltar un hecho en el que normalemente no se repara. Se trata de la relación entre las respectivas obras para orquesta y para piano solo dentro de la producción de cada compositor. Ambos autores destacaron tanto en un campo como en el otro, aunque en el caso de Debussy las obras de cada bloque parecen pertenecer a concepciones absolutamente estancas, sin que nada tengan que ver con las del otro bloque. Las piezas orquestales de Debussy (Nocturnes, Images, La Mer, Jeux…) muestran a un maestro de la orquestación mientras que las pianísticas (las Images de piano, Preludios, Estudios,…) muestran por otra parte a un explorador de nuevos confines  del instrumento. Nadie pensaría en una reducción pianística de Jeux si no fuera meramente con fines de análisis, de la misma manera que una orquestación de La fille aus cheveux de lin ó La cathedrale engloutie no añadirían nada sino que más bien restarían a lo que ya está dicho con ellas. Con Ravel tenemos el extremo opuesto. Nadie, si no conociera la historia, sería capaz de averiguar si en el caso de Pavane pour une enfante defunte, Ma Mère l’Oie, Le Tombeau de Couperin ó La Valse fue primero la versión pianística ó la orquestal de la obra. En el caso de Ravel, referencia obligada en el campo de la orquestación (todos tenemos in mente la que realizó para los mussorgskianos Cuadros de una Exposición), la orquestación no es un fin en sí mismo: la obra para piano y la obra para orquesta se hallan absolutamente entrelazadas, mostrando además una intercambiabilidad en muchos casos. Bajo este punto de vista Ravel se puede comparar con Bach ó Beethoven, tal es el nivel de abstracción de su música, aunque a primera vista no lo pueda parecer.

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