Leo en el libro de lengua de mi hija que un idioma escrito está formado por letras, que se agrupan en sílabas, que a su vez se agrupan en palabras, que a su vez se agrupan en frases, que a su vez se agrupan para formar unidades mayores. En pocos días he presenciado en el metro dos ejemplos similares: ayer un músico japonés que suele tocar maravillosamente bien música japonesa con el kokiyu o el ryūteki demostrando mientras tocaba los temas de la obertura de Carmen poquísima pericia para distinguir entre intervalos de tono y semitono, y hoy un acordeonista (malo) del este europeo tocando La Cumparsita, que adornaba con escalas orientalizantes (resultando un mestizaje parecido a la mezcla de caldo de pollo y chocolate). ¿Qué tienen que ver entre sí ambos ejemplos? Ambos están relacionados con la instalación de la post-modernidad en nuestra cotidianeidad. La clasificación en órdenes jerárquicos que se da en el primer ejemplo fue fruto del estructuralismo, que intentaba definir relaciones orgánicas -obvias y ocultas- entre los diferentes estratos y niveles semánticos. Una vez completada tal obra, el postestructuralismo –pronto llamado postmodernidad- se encargó de diseminar las diferentes posiciones jerárquicas hasta confundirlas, haciendo de las letras (de la sopa) la unidad básica prístina e indivisible ab origine a partir de la cual todas nuestras realidades se construyen, de igual modo que cualquier archivo digital se compone de bits. Los músicos del metro (tanto el bueno como el malo) construían, pero con una mezcla inviable de ladrillos diferentes. Una cosa es el mestizaje, difícil y encomiable tarea, que investiga, descubre, crea y asimila, y otra muy diferente es el collage de supuestas unidades básicas desprovistas de significado unitario. La invención de las letras no precedió a la de los conceptos o las palabras. Voilà!
No hay comentarios:
Publicar un comentario