Los adolescentes suelen reverenciar personajes y actitudes con ribetes de rebeldía que desafían al supuestamente inamovible mundo de los adultos (supuestamente maduros). Siempre ha sido así y no parece que la situación vaya a cambiar en poco tiempo. Las necesidades del marketing, que apetece del cliente adolescente porque tiene una gran capacidad de persuasión y una voluntad férrea para gastar dineros que no son suyos, han llegado a llevar tal reverencia a un ámbito mayor. Y el halo de maravilla que rodea el mundo de las drogas, de la delincuencia y la marginalidad no se entiende a no ser que consideremos globalemente a la sociedad en una especie de fase adolescente. Las drogas y la violencia no dejan de interesar al adulto porque éste pierda vigor juvenil o deje de “estar enrollado”. No le interesan porque antepone de forma consciente la salud y el diálogo. Alguien dijo, en un discurso parecido al anterior, que “las niñas buenas van al cielo pero las niñas malas van a cualquier parte” contando con un concepto muy pobre de “cielo” y un concepto muy impreciso de “cualquier parte”. Las drogas, la violencia, cualquier parte no son antónimos “interesantes” de salud, diálogo y cielo sino meros estados de “desconexión”.
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miércoles, 20 de febrero de 2013
martes, 12 de febrero de 2013
Hipertiempo
No hace falta aportar demasiadas pruebas para reconocer la enfermedad que la sociedad mundial padece. La crisis económica es una de las manifestaciones externas más patentes, pero detrás de ella anidan todas las demás crisis, cada una en su nivel de interioridad. Y lo peor que se puede hacer para poder superar una crisis es negarla y buscar culpables compulsivamente. Cuando un sistema está enfermo, lo están sus partes, y viceversa. Lo primero para poder avanzar consiste en el conocimiento preciso de los males que nos aquejan, y no tan solo su naturaleza sino también su cartografía (que incluye niveles, evolución, temporalidad y redefinición de los espacios y conceptos). Es inútil ver una crisis como una interrupción temporal previa a una vuelta a la misma situación. Cuando un organismo en evolución atraviesa una crisis de crecimiento ésta se acaba resolviendo al alcanzar el organismo un nuevo estadio (o con su desaparición). Y en medio de nuestra crisis económico-social-moral-cognitivo-anímico-espiritual hay un elemento clave a considerar: el tiempo. He hablado en numerosas ocasiones de tal término, constructo apasionante en la historia de la humanidad. Nuestra enfermedad es la enfermedad del tiempo, la crisis de crecimiento que lleva del tiempo lineal al circular. Todavía no llegamos a captar enteramente el ethos de nuestra siguiente fase evolutiva, pero ya hemos dejado de entender el de la anterior. Y lo más problemático es que no podremos siquiera empezar a captarla si abandonamos la anterior sin haberla asimilado enteramente. ¿Cómo se asimila el tiempo lineal hasta llegar a transparentarlo, hasta la desaparición de toda fractura que impida su natural inclusión en nuestras estructuras de conciencia? Existen muchos modos, pero uno de ellos es especialmente poderoso, y ha sido usado con fines terapéuticos desde la Antigüedad. La música posee el increíble don de poder codificar en un soporte físico –las ondas sonoras- la propia matriz de la relación entre la conciencia y el tiempo. Y la evolución de los estilos musicales ha ido pareja a la evolución de esta relación. Difícilmente se podrá “captar” la atemporalidad presente en la música de Morton Feldman si antes no se ha “captado” la leve temporalidad de la música de Messiaen que a su vez no se puede captar si antes no se han “captado” los diversos grados de temporalidad de músicas anteriores (independientemente de nuestros gustos musicales o nuestra apetencia por estos autores). El llamado “efecto Mozart” engloba toda una serie de elementos –algunos bastante dudosos e incluso sospechosos de ser objeto de fraude comercial- pero el estudio original que dio lugar a esta denominación relaciona un mayor rendimiento en el razonamiento espacio-temporal tras la escucha regular de música de este compositor. Precisamente los compositores de la época clásica vienesa (el excelso trío Haydn/Mozart/Beethoven), la más excelsa representación musical de la Ilustración, representan el gran punto de equilibrio en la relación tiempo-conciencia. Este equilibrio se halla situado a medio camino entre la temporalidad “mecánica” de la música barroca, símil musical de la mecánica newtoniana, y la temporalidad “psicológica”, símil musical de la termodinámica clásica. Para ser buen paciente de musicoterapia no hay que amar necesariamente la música, pero este hecho facilita su acción reparadora (aunque los que aman la música y lo saben ya se preocupan de mantener sus dosis habituales de musicoterapia). El efecto de la música sobre el entendimiento e incluso sobre las inclinaciones morales era de sobras conocido en la antigua Grecia, y el concepto sobrevivió precisamente hasta la Ilustración (es de sobras conocida la importancia que daba Beethoven al valor moral de la música). Cuando estas convicciones se empiezan a desdibujar poco después y se borran definitivamente en nuestra coetánea postmodernidad es necesario que las hayamos asimilado enteramente y miremos con atención lo que viene a continuación. No para negar lo anterior, sino para ir más allá.
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