Dentro de
una sociedad que se quiere permanente, o como mínimo, con unas estructuras establemente
consolidadas, lo efímero constituye en sí toda una categoría poética. En una
sociedad en pleno cambio, con unas estructuras debilitadas e inestables, lo
efímero forma parte de la cotidianeidad y no parece presentarse como una anomalía
o una paradoja. Lo efímero, como tantos otros términos –y especialmente
aquellos que, como él, tienen una etiología basada en la temporalidad- es algo
relativo. Cuando hablamos de relativos, de comparaciones, solemos
antropomorfizar y el término que utilizamos de comparador suele ser la escala
–en este caso, de tiempos- humana. Lo efímero, visto así, se nos aparece como
lo instantáneo, lo visto y no visto. Pero lo efímero también puede representar,
a la manera bachelardiana, lo atemporal, lo que se nos aparece durante un
pequeño lapso de tiempo pero representa y consteliza a su alrededor lo que está
fuera de él. El circo (no la versión decadente y pueblerina que recordamos de
nuestra niñez), los happenings,
algunos momentos muy concretos en el mundo del deporte, en el mundo de la
danza; todos contienen altas dosis de poesía efímera. Con el nombre vulgar de
efímeras se conoce un género de insectos cuya vida adulta puede durar, en
algunos casos, menos de un día; el tiempo justo para aparearse antes de morir. Es
otro delicado ejemplo de agridulce poesía ecológica.
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