A lo largo de la historia los filósofos –desde los antiguos griegos hasta
finales del S XVIII- han pensado y nunca se han planteado nada sobre la acción
de pensar. Han considerado que los productos de su pensamiento vienen dados o
son un reflejo fiel de la naturaleza. Kant fue el primer filósofo de la
conciencia de segundo orden: el primero que piensa sobre el pensar. Y,
evidentemente, pone el propio acto de pensar patas arriba. En los campos de la
ciencia el equivalente a las críticas kantianas ha tenido lugar siglo y medio
más tarde en el campo de la física (Bohr y Heisenberg fueron, de hecho,
filósofos colaterales) y, en el caso de algunas ciencias como la química y la
biología, mucho más tarde. Incluso se puede decir que amplios sectores de la
“ciencia oficial” todavía no han percibido este profundo cambio y siguen
aferrándose a un realismo ingenuo insostenible. Después de Kant los filósofos
no tan sólo han mantenido la conciencia filosófica de segundo orden sino que
han puesto límites a la acción de pensar, han descubierto las limitaciones de
la racionalidad. Estos límites pueden llevar a la desesperación nihilista
(Nietzsche), a la definición lógica de la frontera (Wittgenstein), a la
cartografía de la incompletitud humana (Heidegger), al representacionalismo
(Rorty) o a la autocomplacencia del prestidigitador enseñando sus trucos al
público (Derrida). El hecho de que muchos de los grandes científicos de nuestro
tiempo no hayan llegado todavía a esta crítica muestra la terrible fisura que
padece nuestro momento histórico. El propio Stephen Hawking, prototipo del
científico genial de nuestros días (con ribetes míticos asomando por todos
lados) declaraba hace unos pocos años que “la filosofía está muerta; no ha
sabido mantenerse al lado de los modernos desarrollos científicos; los
científicos se han convertido en los modernos portadores de la antorcha del
saber en nuestra búsqueda del conocimiento; los problemas filosóficos pueden
ser respondidos por la ciencia, particularmente por nuevas teorías científicas
que nos aporten visiones alternativas del universo y nuestro lugar en él”. Con
todos los respetos, Hawking es un gran científico, pero no tiene nada de sabio.
La crítica y autorevisión de la Modernidad, de la tridimensionalidad, de la
Racionalidad, debe de alcanzar tanto al mundo de la filosofía como al del Arte
(en ambos casos lo ha hecho sobradamente) pero igualmente al de la Ciencia. Si
no es así, la ciencia se colocará en el mismo lugar que la Iglesia en el S XVI y
comenzará a pontificar excatedra como
hace cada vez con más afán Mr Hawking y otros cardenales de nuestro tiempo como Richard Dawkins, quien
todavía discute el modelo lovelockiano del sistema Gaia con miope acaloramiento
(básicamente porque lo percibe, bajo la mentalidad de otra época, teleológicamente).
La época de las dicotomías entre determinismo e indeterminismo, azar y
necesidad, después de Progogine, Lorentz, Mandelbrot, Varela, Lovelock y unos
cuantos científicos más ya han pasado a la historia.
2 comentarios:
Fratello,
¿asoma la epistemología entre tus líneas, o debería hacerlo?
Kurt Gödel, con su teorema de la incompletitud, ¿no rebajó ya los humos de científicos como Hawking?
Un par de preguntas desde la tierra, mientras leo tu entrada como el que ve pasar, entre sorprendido y admirado, un avión a reacción.
Totus tuus,
fp
Apreciado Fratello,
Efectivamente, Gödel, como Heisenberg, nos enseña los agujeros de la pura racionalidad que muestran que la ésta tiene un límite que no conecta precisamente con la irracionalidad sino con una perspectiva que la engloba y la supera. No sé si esto no tiene que ver con los humos de algunos científicos (casi siempre británicos!). Piensa que, en su día, Bertrand Russell, el gran lógico, combatió ardientemente contra Gödel (tendrá algo que ver con alguna característica de los hijos de la pérfida Albión?)…
fp
Publicar un comentario