Aquella fresca mañana de otoño avanzado haría de nuevo disfrutar
simultáneamente del cálido sol y de la atmósfera seca a los pocos jubilados que
cada día seco y soleado se reunian en los venerables bancos de la plaza mayor
para evocar historias pasadas, para cotejar historias presentes y para conjurar
historias futuras. Era la época del año que mejor inspiraba a Pablo, el
huérfano de Marx y Lenin, a quien se le hacía particularmente difícil pensar
fuera del paradigma del materialismo histórico. Hay que decir que Pablo, a
pesar del discurso un tanto radical que toda la vida había exhibido, era un
buenazo de veras a quien la existencia no había tratado con demasiada
amabilidad. El eterno contrapunto de Pablo –en el sentido más bachiano del
término- era Ernesto. Ernesto era, hablando en plata, un fiel representante de
lo que vulgarmente se llama un tocacojones.
Siempre estaba al acecho de cualquier idea que sus compañeros lanzaran al aire
para arrojarse encima y machacarla esgrimiendo el más fútil de los argumentos.
Aun cuando en ocasiones tuviera razón –que la tenía, a veces, como todo el
mundo-, su manera de defenderla lo hacía el blanco perfecto del malhumor
periódico sobre el cual el grupo de amigos proyectaba sus dolencias y achaques
cotidianos. Guillermo, el hombre práctico,
era quien ocupaba el lugar del pacificador, poniendo en ocasiones coto a los
desmesurados aspavientos de Ernesto y los apasionados rugidos de Pablo. Guillermo,
quien, en aras de la practicidad, se había casado tres veces, era el mejor
amigo del soltero Ernesto y el divorciado Pablo. Los tres jubilados, a fuerza
de haberse encontrado en la plaza durante un significativo período de tiempo,
habían reforzado sus lazos de camaradería hasta un punto que bien podía rozar
lo que usualmente llamamos amistad. En ocasiones se sumaba al grupo un cuarto
parroquiano, José Antonio. José Antonio hacía las veces de d’Artagnan, habida
cuenta de que la gente del pueblo, un tanto socarronamente, había bautizado al
grupo como “los tres mosqueteros”. José Antonio era un poco más joven que sus
correligionarios. Su situación laboral, de hecho, era la de prejubilación,
aunque su carácter inquieto no le permitía demasiados momentos de dedicación a
las especulaciones, evocaciones, cotejos y conjeturas a las que sus compañeros
se entregaban con tanto abandono. Tras su retiro como funcionario en un
departamento de investigación biofísica estatal, había encontrado tiempo para
dedicarse al estudio y a la reflexión sobre los temas que más le interesaban,
como la historia de la ciencia, del arte y del pensamiento. Juan Antonio se
relacionaba tanto con jóvenes a los que casi triplicaba en edad como con gente
mayor que él. De todos extraía consejos (que luego, evidentemente, no seguía),
reflexiones y necesidades. José Antonio tenía, por tanto, intereses muy
diversos y una mente abierta. Y justamente aquella mañana de otoño avanzado
hizo coincidir a los cuatro personajes en su centro de operaciones de la plaza
mayor. Después de la habitual sesión de evocaciones, cotejos y conjuras, José
Antonio subió el tono de la reunión entrando en el turno de las especulaciones.
“–Si la evolución parece que acaba haciendo progresar un sistema –y en eso
de progresar habría que definir el término, de manera que todos entendiéramos
lo mismo-, por qué en estos momentos la sociedad parece involucionar a marchas
forzadas?”. Para Pablo la respuesta estaba clara: el capitalismo salvaje nos
estaba llevando a la ruina. Ernesto, aunque en el fondo pensaba de forma
similar, se dejó llevar por su rol de forma natural y corrió a desmentir a
Pablo:
“-El capitalismo salvaje era la contrapartida del socialismo salvaje.
Después de la caída de la URSS no queda ni lo que se entendía entonces por
socialismo ni por capitalismo.”
Guillermo añadió un enfoque más amplio de la cuestión:
“-El problema es de orden moral: con el capitalismo salvaje y con el
socialismo salvaje el clima moral era mucho más elevado que ahora. La crisis
global ha hecho rebajar el umbral de lo moralmente reprobable hasta mínimos
históricos.” Juan Antonio asentía a todas las observaciones de sus amigos. Su
perspectiva era aún más amplia:
“-En los momentos de crisis todos los referentes se hacen borrosos. No
solamente los sistemas socioeconómicos; también las consideraciones morales, la
percepción de los hechos del pasado, la visión del mundo a todos los niveles.
Las cosmovisiones aparecen y se renuevan con una gran explosión que barre gran
parte de lo anterior”.
Para Juan Antonio el quid de la cuestión era mantener la conciencia de la
comunidad lo más lúcida posible para afrontar el cambio que ya estaba
ocurriendo. Y esto solamente se podría lograr a través del conocimiento, de la
cultura, de la experiencia. Juan Antonio había actualizado el famoso principio
de Hermes Trismegisto, convirtiendo el “como arriba es abajo” a un más
post-cartesiano “como afuera es adentro”.
En estos coloquios iban Juan Antonio y sus mosqueteros cuando una nube de
polvo apareció en el horizonte. Era tan espesa que diríase producida por un
fenómeno natural de consecuencias graves, como un terremoto o un ciclón.
Nuestros protagonistas se quedaron boquiabiertos de sorpresa y petrificados
cuando se apercibieron de lo que acontecía.
2 comentarios:
- ¡El pueblo ya no aguanta más y finalmente se ha levantado! ¡Fijaros, ahí llega! – y Pablo señaló la nube de polvo que se acercaba sin oposición aparente. Se le veía emocionado, con unas ganas enormes de zanjar la disputa con su ideal hecho realidad: la sociedad reaccionando a tanta desigualdad con una revolución popular, como en tantas ocasiones en la historia.
- ¡Iluso, ya te gustaría! Seguro que no son más que ovejas, un rebaño lo suficientemente grande como para levantar semejante polvareda. Ovejas mansas y bobas, que se dejan llevar por el movimiento del conjunto, al igual que los hombres, sin espíritu crítico y sólo simples peones dominados por las pasiones más primitivas… - rebatió Ernesto. A aguafiestas no le ganaba nadie.
- Yo me esperaría un poco, a ver si cuando la nube esté más cerca descubrimos algo que nos permita decidir qué debemos hacer – ponderó Guillermo. Y aquí paz y después gloria.
- Tranquilos, que seguro que no es otra cosa que un fenómeno natural de lo más pasajero. Siento decepcionaros – sentenció José Antonio, que su formación científica le delataba sin poder evitarlo.
Venga, fratello, ya tienes unos párrafos más. Te lo dejo a punto de caramelo, ya puedes rematar la faena (¿o te he hecho una faena?)
fp
Fratello,
No dubto ni per un moment que qualsevol de les teves atractives suggerències és millor que la meva....
fp
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