Aunque estemos
hartos de oir la canción de la innovación, que constantemente nos machacan los mass media, los departamentos de
recursos humanos y los coachers (New Age o no) de sobra sabemos que lo último
que quiere esta oxidada estructura social es cambiar. Las crisis económicas,
las crisis de valores, las locuras individuales o colectivas a las que
asistimos últimamente no inducen, en apariencia, a aprender a reflexionar sobre
este tipo de procesos. Una crisis implica cambio. Es inútil querer solventar
una crisis para recuperar el estadio anterior a ella. No solo las ideas
innovativas se reciben a regañadientes sino que se pretende que los procesos
naturales de aprendizaje sean reificados. Los maestros reciben consignas sobre
como enseñar cosas tan diáfanas como la sustracción numérica (“no hay que
contar de arriba para abajo sino de abajo para arriba”). La aritmética es una
colección de axiomas lo suficientemente sólidos (no creo que ningún superdotado
de primero de primaria pueda deducir, dado el actual estado de evolución, el
teorema de Gödel) como para que cada uno se construya una mecánica particular.
El resultado será el mismo, pese a lo que puedan pensar los parásitos de
despacho que mueven los correspondientes hilos. Este fenómeno también se
observa en los exámenes con selección de prerespuestas, los llamados de tipo
test. No se deja que el examinando construya un punto de vista. Se le ofrecen
una serie de respuestas ideadas bajo el epígrafe de Verdadero y Falso. Es más,
los falsos han sido cuidadosamente cocinados para dar la sensación de
verdaderos. Esto, evidentemente, a nivel de enseñanza básica, no parece
demasiado peligroso, pero lo es porque induce a pensar bajo este tipo de
dualidad. Ayer mismo leía en la prensa una entrevista con un cosmólogo al que
se le preguntaba si algún día se llegaría a conocer todo sobre el universo. El
anciano respondía que no, que esto no eras posible, que siempre quedarían
incógnitas. Evidentemente, pero no por limitación humana (que también) sino
esencialmente porque nuestro conocimiento no es como un almacén donde se
acumulan datos y teorías a lo largo de los siglos. Hace poco vi un reportaje
sobre el mundo del futuro que iba del mismo palo. Todo era increíble y “muy
futurista” pero visto bajo nuestra perspectiva del aquí y ahora, como si todo
se proyectara sobre un fondo neutro objetivo, ubicuo y eterno. Periodistas y
maestros: tenéis una responsabilidad gigantesca para con el futuro de la
sociedad (más que banqueros, políticos y científicos; sin duda alguna).
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viernes, 29 de mayo de 2015
miércoles, 20 de mayo de 2015
Tensiones
La existencia
está basada en la tensión entre dos fuerzas antagónicas. Esta aseveración de
Heráclito de Efeso, tan poco comprendida en Occidente durante milenios,
constituye una de las bases de las místicas orientales. La filosofía occidental
siguió más bien los pasos de Parménides de Elea, para el que solamente existían
dos caminos: el que es y el que no es. Dicho de otro modo: la existencia
derivaba únicamente de una esencia previa e inmutable. Pero no voy a hablar de
este complejo tema. Pienso en él a raíz de dos fuerzas sociales siempre
presentes a la largo de la historia. La primera es una fuerza centrípeta que
tiende a reforzar bucles locales dentro de la sociedad. Es el tribucentrismo
que más tarde deviene etnocentrismo. Esta tendencia impide los matrimonios
extratribales (o, yendo más allá, extraraciales). También preserva modos y
costumbres. ¡Cuánta gente es incapaz de probar un alimento desconocido sobre la
base de que “sus abuelos nunca habían probado esto”! Evidentemente, éste es un
discurso de fragilidad emocional, de miedo al cambio, que de esta manera impide
la mezcla. Es la mítica pureza de raza de la que hablan ciertas ideologías. La
segunda fuerza es centrífuga y está relacionada con el ansia de conocimientos.
Lleva de forma natural al mundicentrismo, la expansión, la evolución y el
mestizaje (¡Qué envidia he sentido siempre hacia las personas con sangre
mezclada de diversas culturas!). Esta fuerza provoca los crecimientos
dialécticos de la cultura. Pero cuidado. No estoy hablando de buenos y malos ni
de dualismos de este estilo a los que tan acostumbrados nos tienen los medios
de masas. Ambas fuerzas son necesarias (¡gracias de nuevo, Heráclito!) para
crear la tensión del arco y la flecha que evita por un lado la desintegración o
por otro lado el colapso. Si bien es cierto que un universo en expansión
(física, biológica, noológica) requiere que en ciertos momentos las fuerzas
centrípetas cedan, siquiera parcialmente a las centrífugas en pos de tal
proceso.
sábado, 9 de mayo de 2015
Telones de fondo
La post
Modernidad, a la que tantos posts he dedicado de forma directa o indirecta establece,
en su versión hard, que no hay
verdades absolutas y que no existen hechos, sino interpretaciones (la versión soft establece que todo es relativo) y
que cualquier producto de la historia se puede deconstruir en sus elementos,
por lo que se deduce que cualquier producto futuro se puede construir a
voluntad de cada cual y que todos tendrán su cuota de verdad relativa. Por
productos de la historia se entiende cualquier tipo de producto: artístico,
filosófico, científico, cultural,
natural, social. Se respira así un clima de “final de la historia” como final
de la evolución. Existe una profunda contradicción dentro de todo este asunto.
En ocasiones he visto referida esta contradicción en la forma de autoengaño: si
no hay verdades absolutas, la postmodernidad, que no deja de ser una
consideración, tampoco lo es. Así se puede llegar a la paradoja de la
auto-contención (la hace poco citada paradoja del cretense). Existe otra manera
de descubrir la falacia de la post-modernidad (en el fondo es la misma, pero
ofrecida bajo otra perspectiva). Las supuestas verdades relativas que se pueden
construir y deconstruir precisan para poderse efectuar esta operación de un
fondo neutro. Este fondo neutro es una forma de verdad absoluta introducida
como un poco disimulado troyano o macrodiablo de Maxwell. Alguna pared de fondo
siempre ha existido, también con la Modernidad (Renacimiento-Ilustración). Con
el final de la Modernidad y la subsiguiente caída de su propio telón de fondo
la postmodernidad ha creído ver en el nuevo telón de fondo el verdadero punto
final y lo ha tomado así por una referencia
absoluta e inamovible. Como concluyo siempre con este tema, el valor real de la
postmodernidad informa sobre la decrepitud de la modernidad pero no constituye
ningún estadio evolutivo. La Postmodernidad es el camino a través del cual se
accede a la transmodernidad.
viernes, 1 de mayo de 2015
Confianza
Según una
conocida aseveración popular, una vez se aprende a ir en bicicleta, ya no se
olvida jamás, por tiempo de falta de práctica que pase. Lo mismo sucede con la
capacidad de flotar en el agua. Aunque se pierdan facultades la técnica básica
se mantiene. ¿Por qué sucede asi? Pues porque la capacidad de sostenerse sobre
una bicicleta en marcha o de flotar sobre la superficie del mar dependen de una
función básica de nuestra mente: la confianza. La práctica de un deporte de
competición o de un instrumento musical requieren altas dosis de
psicomotricidad que se adquieren con entrenamiento y que ciertamente decaen con
la falta de uso. En los casos mencionados de la bicicleta y la flotación la
sola constatación de que algo que parecía poco menos que imposible es absolutamente
posible dispara automáticamente los bucles psicomotrices que lo actualizan. Es
un poco como la puntualidad en los horarios de los trenes. La simple aceptación
de la idea de que la puntualidad es importante la hace posible por polarización
del sistema, infinitamente más que las cuestiones técnicas, que les son
subsidiarias –aunque ciertamente en este caso es necesario dar tiempo al
sistema para generar toda la complejidad que entraña-. El ejemplo da la razón a
la premisa budista acerca de la posible interferencia de la mente consciente en
el desarrollo de algunos procesos (que hay que hacer, no que pensar). O, como dicen en inglés: mind is a good servant but a bad master.
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