La existencia
está basada en la tensión entre dos fuerzas antagónicas. Esta aseveración de
Heráclito de Efeso, tan poco comprendida en Occidente durante milenios,
constituye una de las bases de las místicas orientales. La filosofía occidental
siguió más bien los pasos de Parménides de Elea, para el que solamente existían
dos caminos: el que es y el que no es. Dicho de otro modo: la existencia
derivaba únicamente de una esencia previa e inmutable. Pero no voy a hablar de
este complejo tema. Pienso en él a raíz de dos fuerzas sociales siempre
presentes a la largo de la historia. La primera es una fuerza centrípeta que
tiende a reforzar bucles locales dentro de la sociedad. Es el tribucentrismo
que más tarde deviene etnocentrismo. Esta tendencia impide los matrimonios
extratribales (o, yendo más allá, extraraciales). También preserva modos y
costumbres. ¡Cuánta gente es incapaz de probar un alimento desconocido sobre la
base de que “sus abuelos nunca habían probado esto”! Evidentemente, éste es un
discurso de fragilidad emocional, de miedo al cambio, que de esta manera impide
la mezcla. Es la mítica pureza de raza de la que hablan ciertas ideologías. La
segunda fuerza es centrífuga y está relacionada con el ansia de conocimientos.
Lleva de forma natural al mundicentrismo, la expansión, la evolución y el
mestizaje (¡Qué envidia he sentido siempre hacia las personas con sangre
mezclada de diversas culturas!). Esta fuerza provoca los crecimientos
dialécticos de la cultura. Pero cuidado. No estoy hablando de buenos y malos ni
de dualismos de este estilo a los que tan acostumbrados nos tienen los medios
de masas. Ambas fuerzas son necesarias (¡gracias de nuevo, Heráclito!) para
crear la tensión del arco y la flecha que evita por un lado la desintegración o
por otro lado el colapso. Si bien es cierto que un universo en expansión
(física, biológica, noológica) requiere que en ciertos momentos las fuerzas
centrípetas cedan, siquiera parcialmente a las centrífugas en pos de tal
proceso.
2 comentarios:
Fratello,
En tu sugerente texto, he substituido “fuerzas” por “personas” y me han venido a la mente varias situaciones en las que lo centrípeto y lo centrífugo se pueden confundir según como se mire. Por ejemplo, el proceso independentista en Catalunya también pertenecería a un movimiento centrípeto; sin embargo, ante la sordera crónica por parte de Madrid a las reivindicaciones catalanas, con toda la carga agresiva que ha comportado, ¿no es de recibo calificar la posición soberana de centrífuga? Por otro lado, alguien que hace bandera de una actitud “hippy” radical, con su pensamiento abierto a todo tipo de relaciones sociales (comunas, por ejemplo) y educativas (léase Summerhill), ¿no tiene quizás una posición más centrípeta que centrífuga, a pesar de que lo calificaríamos al revés en un juicio rápido? Espero tu sabia opinión.
Gracias, una vez más, por hacerme dudar,
fp
Fratello,
Creo que estás en lo cierto en ambos casos. La verdad es que no pensaba en casos concretos sino en fuerzas abstractas cuando escribí el texto (si pensé en algo concreto quizás fue en la posibilidad del abandono de la UE por parte de Gran Bretaña).
De todas maneras, repito lo que he escrito en el post: no hablo de fuerzas buenas y malas sino de tensiones que sostienen los procesos, en este caso históricos.
A propósito, lo poco que sé sobre Summerhill lo sitúa en una especie de paraíso ingenuo y regresivo tipo Rousseau.
Gracias a ti por comentar!
fp
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