El piano es un instrumento poco sociable. Se diría que es blanco predilecto
de la envidia por parte de otros instrumentos y a la vez sufre por sus propias
limitaciones. La envidia hacia el piano, todos los instrumentos lo saben aunque
lo ocultan, se deriva de su carácter polifónico. Y ese carácter nace de la
independencia del mecanismo de cada tecla. Otros instrumentos de teclado que lo
han precedido han compartido esa característica, como el órgano, el clavecín,
el clavicordio o la espineta. Pero tales instrumentos también han compartido
una limitación en cuanto a su independencia dinámica. El órgano puede presentar
un vastísimo repertorio tímbrico-dinámico, pero limitado a cada uno de sus teclados o
fragmentos de teclado. El clavecín revela visualmente de forma estentórea sus limitaciones
dinámicas: un teclado para el registro mezzoforte y otro para el mezzopiano. El
clavicordio y la espineta han sido instrumentos tan humildes que rara vez han
salido de casa del compositor o de la damisela que los pulsaba. Diríanse
instrumentos de la intimidad. El órgano fue evolucionando desde sus más remotos
orígenes –que cabe buscar en la Antigüedad- hasta sus versiones actuales, ya
sean electrónicas o bien hidráulicas. En su momento de máximo esplendor el
órgano llegó a tener el mérito de ser el instrumento de volumen más apabullante
que se hubiera inventado. Para lograr este hito evolutivo –polifonía+volumen-
tuvo que crecer hasta llegar a convertirse en el diplodocus de los instrumentos
musicales. Quizá por esas razones (presencia, volumen sonoro) el órgano también
se constituyó como instrumento solitario. Cuando los compositores quisieron
combinarlo con otros instrumentos debieron recurrir a la versión modesta del
órgano positivo, pequeño órgano o armonio. El clavecín o clavicémbalo, pese a
sus limitaciones, sí que encontró su sitio junto con otros instrumentos, y tal
socialización se debió, sin duda, al reconocimiento de su carácter
incipientemente polifónico que lo conminó, junto con su amigo el contrabajo, a
sostener el cimiento armónico de las composiciones barrocas dentro de un club
denominado “continuo” o “bajo continuo” (tal denominación nos da una idea muy
resumida del carácter de este período musical). El clavecín debe ser
considerado entre los instrumentos de cuerda pulsada, como el laúd, la
mandolina o la guitarra. Estos instrumentos, usados diestramente, pueden llegar
a engarzar una polifonía simple. Entre los instrumentos de viento, algunos han
logrado atisbar de lejos el aroma de la polifonía. Así la gaita (con su
eternamente inmutable voz inferior, que quedó anclada en los tiempos pretéritos
del organum), la armónica, de forzadas y dependientes armonías, o versiones de
instrumentos doblados (la ocarina, de sugestivamente dudosa afinación, o la
flauta dulce). Todos estos instrumentos adolecen de una real independencia
entre las voces: todas ellas son producidas por el mismo aliento. Los
instrumentos de cuerda, reyes de la expresividad y de la orquesta –en éste
último caso, solamente cuando se reúne un número mínimo de ellos- sí pueden
efectuar sus pinitos polifónicos. A costa, eso sí, de una gran disciplina
técnica (¡a la famosa chacona de Bach me remito!). El pianoforte, llamado
coloquialmente piano (y tal familiaridad en su apelación también ha producido
no pocas heridas en su autoestima) nace por evolución natural de su ancestro
directo, el fortepiano. El paso de un instrumento a otro no solamente conlleva
una permutación en su nombre, sino la paulatina introducción de un mecanismo
que permitía ampliar cada vez más y de forma espectacular el rango dinámico. El
fortepiano, inventado por Cristofori por imaginativas y profundas
modificaciones del clavecín, trajo al polifónico pero limitado instrumento una mejora
resultado de la substitución de las púas por los martillos, como en el
clavicordio, pero con una sustancial ampliación de las cuerdas y de la caja de
resonancia. Haydn, Mozart y Beethoven trabajaron, tocaron y escribieron para
fortepianos. El propio Beethoven fue testigo de la evolución del fortepiano
hacia las primeras formas del pianoforte (así, la célebre Hammerklavier Sonata). Conforme el instrumento fue ganando
personalidad, fue siendo relegado de la congregación orquestal. En las suites y
concerti grossi de Bach y Haendel el clave ocupaba un lugar entre los
componentes de la orquesta, dedicado a menudo a hacer de continuo. El
fortepiano ya no contó entre los instrumentos de la orquesta sino que siguió su
camino en solitario o con un número reducido de acompañantes ocasionales. El
pianoforte tomó su venganza y se erigió, a lo largo del S XIX, en el rey de la
individualidad romántica. Sólo visitaba la orquesta cuando servía a algún virtuoso
para ofrecer sus fuegos de artificio en los conciertos para piano y orquesta,
que en ocasiones parecían batallas enarbolando dicho espíritu vengativo. El
momento supremo del piano, por eso, fue el recital en solitario, donde un
melenudo tañedor agitaba sus cabellos sentimentalmente y hacía volar sus dedos sobre un
cada vez más perfeccionado teclado mientras las damas del público suspiraban por
diversos motivos (me temo que a menudo poco musicales). Pero el piano del XIX
no se limitaba a eso. En la música de cámara fue soberano majestuoso y obligó a
sus instrumentos compañeros a afinar de acuerdo con él. Sus dúos con violines o
cellos, tríos con ambos y quintetos sólo fueron superados por los cuartetos de
cuerda, aquella conversación a cuatro que Goethe estimaba entre gente cordial y
razonable, aunque el poeta nunca sospechó que en numerosas ocasiones la
conversación entre los cordófonos versaba sobre su ausente primo lejano. El
pianoforte también ayudó a difundir la música entre la burguesía antes de que
se inventara el gramófono. Encima de los pianos de las damas -e incluso caballeros- del Segundo
Imperio no faltaban las reducciones a cuatro manos de sinfonías de Beethoven, óperas
de Verdi (y de Meyerbeer), así como de la Norma de Bellini y las operetas de
Offenbach. En su viaje por el XIX fue objeto de mejoras continuadas, como el
mecanismo de doble escape de Erard que ilustra esta narración. Además de la riqueza dinámica, una característica
diferenciaba al piano de muchos instrumentos: tal dinámica era descendente (con
la posibilidad de que las notas graves sonaran más fuerte las agudas, al contrario que la mayoría de instrumentos de la orquesta). Con el
alba del S XX pasó una cosa inesperada. Mientras los compositores se iban acortando más y más el cabello el piano irrumpió de nuevo en la orquesta, aunque
esta vez de forma discreta y por la puerta de atrás. Abandonó así su otrora
inexpugnable trono y –exceptuando algunas grandes ocasiones- regresó a la zona
humilde no ya del continuo, que había pasado a mejor vida más de ciento cincuenta
años atrás, sino a un lugar incierto situado entre las percusiones -si, si, el piano ¡es un instrumento de percusión!- y su pariente lejana la arpa, con quien nunca tuvo una conocida relación. En efecto, aquella voz
discordante –el mismísimo Brahms había afirmado severamente que a su juicio el
timbre del violín y el del piano se daban de patadas entre sí- fue admitido en
el nuevo mélange orquestal. Primero por el Strauss de Rosenkavalier, el Stravinsky de Pétrouchka
y poco después por Bártok, Honegger, Berg, Messiaen y tantos otros. La democratización
orquestal del piano fue acompañada por su utilización masiva en el estilo híbrido
míticamente atribuído al inexistente Jasbo Brown. Y hoy día, pese a la aparición
de todo tipo de cachivache electrónico, el piano sigue constituyendo uno de los
grandes instrumentos musicales, a pesar de su poca sociabilidad, que ciertamente se ha ido
modulando con la edad y el paso del tiempo.
2 comentarios:
Hola Carles,
Creo que nunca antes había leído un resumen de la historia del piano tan bien sintetizada y con toques de humor.
Es cierto que el piano es un instrumento solitario y poco sociable, el gran repertorio de cámara y ya no digamos el concertístico está al alcance de muy pocos pianistas. No obstante el repertorio a cuatro manos es enorme y muy gratificante y suele ser un recurso pedagógico infalible (a los alumnos les encanta tocar así ya que se sienten más seguros).También ,como tu conoces muy bien, el piano puede ser el perfecto compañero y soporte del canto, aunque seguramente esta es una relación problemática ya sea por la psicología de los cantantes o porque no siempre hay una buena reciprocidad entre el canto y el piano.
Siempre que tengo ocasión me gusta decir que los que tocamos/estudiamos/ enseñamos piano somos muy afortunados de tener ese enorme instrumento en casa. Es verdad que no lo podemos llevar de acá para allá y que cuando lo tocamos no lo podemos "abrazar" como si fuese parte de nuestro propio cuerpo. Pero como es bien sabido es muy versátil: puede ser grandiosos y puede ser íntimo, puede ser melódico, polifónico o percutivo, puede ser lírico, dramático, humorístico etc...
así podemos decir que su "soledad" no tiene porqué teñirse de misantropía sino más bien lo podemos ver como orgullosa independencia y autonomía.
También pienso que nuestra relación con el instrumento va variando a lo largo de la vida. En mi caso diría que desde una edad temprana que ya lo estudiaba con empeño e ilusión pero sin entender muy bien lo que hacía, pasando por momentos de rábia e impotencia cuando intentamos tocar obras que estan por encima de nuestra capacidad. Pasando por periodos de abandono, sea por negligencia o porque estamos atareados en otras cosas.Pero después de todo,felizmente, el piano sigue acompañandonos esperando nuestra atención y nuestro estudio para que sigamos desenterrando sus inagotables tesoros musicales.
Quizá me he ido un poco por las ramas pero es lo que me ha sugerido tu post.
Salutacions
Filo
Hola Filo,
Totalmente de acuerdo contigo. Todos los instrumentos tienen sus características particulares. Como con el piano tengo más intimidad me he atrevido más fácilmente a hablar de él. Se nota que eres una enamorada de tu profesión.
Que sigui per molts anys!!
Una abraçada,
Carles
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