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sábado, 26 de noviembre de 2016
Deceleraciones
Los
cambios de velocidad en el fluir del discurso musical son una característica
muy particular de cada época, estilo y género. Estos cambios pueden ser súbitos
o graduales, acelerativos o decelerativos. La regularidad de la pulsación
musical se tiene que buscar en los ritmos biológicos de la respiración, el
latido cardíaco, las cadencia del caminar y del danzar. Es importante señalar
que el sentido del cambio de tempo musical puede estar expresamente escrito en
la partitura o no, siendo en éste último caso una particularidad de la
interpretación que depende entonces especialmente de la perspectiva histórica
del intérprete. Aunque los antiguos griegos sistematizaron extensivamente la
rítmica, refirieron sus ritmos exclusivamente a los pies de la versificación,
no al lenguaje de la música. La primera formalización rítmica de la música en
Occidente no llegó hasta el S XIII. Anteriormente, es decir, durante los períodos
de la música gregoriana y sus posteriores secuelas como el organum y el ars antiqua,
el concepto de pulsación permanecía implícito en el discurso por lo que los
cambios de tempo no debían ser especialmente percibidos. En el Ars Nova y el Renacimiento, la explosión
de la polifonía creó los a menudo muy complejos ritmos internos entre las
voces, pero el tempo de las
composiciones permanecía constante. No fue hasta el final del Renacimiento y
especialmente a principios del barroco cuando comenzó la costumbre de acabar
cada pieza musical con un frenado progresivo de la velocidad que contrastara
con la muy regular pulsación de este tipo de música, un poco a la manera de la
cuerda de un reloj o de un autómata acabándose. Este desacelerando,
evidentemente, no está escrito en la partitura (pensemos que durante el barroco
prácticamente no se escribían indicaciones de tempo, carácter, ligaduras y
otros signos expresivos, aparte de los ornamentos), y han modulado su
intensidad de acuerdo con las modas interpretativas posteriores. El clasicismo
añadió signos de fraseo (ligaduras) y articulación (sforzandi) que ya no podía dar por sobreentendidos dejándolos en manos de los intérpretes. El
clasicismo se basa todavía en una pulsación regular, no tan inmutable como la
barroca, a la que se han añadido afectos expresivos y rítmicas características
que incluyen síncopas y acentos. Los fragmentos finales de las piezas musicales
del período clásico suponen en muchos casos una inflación resolutiva de todo el
movimiento que concluyen y como tales incluyen recursos dinámicos y expresivos
extras. Quizá debido a ello, e intentando evitar la rigidez barroca –rigidez
que incluye la desaceleración final-, el ritardando final en la música de
Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert es mucho más contenido, sutil y afecta casi
exclusivamente al último compás o incluso al último acorde, que se resiste
durante un brevísimo lapso de tiempo a ser atacado, creándose así una chispa de
afectividad muy sutil. Esto es así incluso en codas muy machaconas, como las de
las sinfonías III y V de Beethoven, en donde a pesar de anunciarse el final
varios períodos (la frase de ocho compases del período clásico) antes de acabar,
el tempo se mantiene inmutable hasta
el penúltimo acorde. Esto es así porque el ethos
rítmico de la coda se podría ver francamente afectado por un cambio en la
velocidad (cosa que en alguna ocasión algún director de orquesta se aventura a
hacer, con resultados bastante desastrosos). Con la primera música romántica se
introduce el tenuto en medio de la
frase, que acaba creando un mundo de rallentandos
y accelerandos en el discurso
musical, debilitándose así el ritmo en pos de una expresividad mucho más basada
en la melodía y especialmente en la base armónica de la misma. Este hecho se
hace especialmente patente en la música para solista, más dada de por sí a
libertades de fraseo. Con la progresiva debilitación de las funciones tonales a
lo largo del S XIX la ambigüedades métricas dan pie a que el ritmo deje de
guiar el avance del discurso musical y la verticalidad, la armonía
constantemente cambiante tome su relevo. Cuando evocamos la música de Tristán o
de Parsifal pensamos especialmente en armonías, no en ritmos. Curiosamente, el
más clásico de los compositores románticos, Johannes Brahms, aunque no utilice
extensivamente la suspensión rítmica, sí que construye un discurso tan viscoso-a base de un legato extremo- que el avance no parece tan dirigido por el ritmo
como por las dinámicas. Los compositores postrománticos centroeuropeos
siguieron utilizando el elemento armónico como medio guía del discurso musical,
si bien se produjo un importante retorno del elemento melódico (Mozart fue el
modelo en el caso d Strauss, Schubert en el caso de Mahler). A pesar de la
progresiva libertad rítmica, la también creciente inclusión de amplificaciones
de valores rítmicos en las partituras hace que los rallentandi finales resulten de por sí cuando la obra se lee con
una pulsación constante. El impresionismo, con su descontextualización de las
funciones tonales, contribuyó con un atomismo armónico pero también rítmico.
Las frases musicales impresionistas avanzan de forma más ambigua que las de
períodos precedentes. Se diría que existe un equilibrio en cada punto en el que
la flecha del tiempo ha quedado suspendida y atomizada. En las obras
orquestales especialmente, los ritmos de las diferentes partes crean una fusión
que contribuye al efecto que acabo de describir. Dicha disposición exige al
director, desde el punto de vista técnico, un mayor rigor en la adaptación a la
pulsación. Ya en el S XX el expresionismo, con su lupa de aumento de los
horrores del inconsciente, reintrodujo una importante dosis de libertad rítmica
que fue progresivamente domada hasta la época de la serialización. La música
del período ruso de Stravinsky, así como buena parte de la de Ravel o Poulenc,
prescinden en buena parte de sus interpretaciones “históricas” del rallentando
final, efecto que solamente vuelve –de forma contenida, como en el clasicismo
vienés- con el período neoclásico de Stravinsky. El sentido de la temporalidad
y del fluir musical se ven profundamente afectados en la segunda mitad del S
XX. El constantemente cambiante tempo
en Le marteau sans maître, el
implacablemente regular fluir de las obras de los minimalistas, la texturización
de la música de Xenakis y Ligeti o la sugestión aural de la música
electroacústica transforman en inútil la aplicación del análisis realizado
hasta ahora.
sábado, 5 de noviembre de 2016
Zanahorias
-¿Qué me dices? ¡¡No me lo puedo creer!!
-Que sí,
hombre, que sí. ¡Baja de una vez de tu nube y pisa ya la realidad
cutre-salsichera!
-Y si no bajo ¿qué
pasa?
-Pues que no
formas parte de esa cutre realidad…
-Definitivo: ¡no
bajo!
-También tiene
sus ventajas…. Además puedes subir y bajar cuando lo desees.
-Seguro?
-Mientras
tengas capacidad de autocontrol sí. Después….
-Bueno: bajo
un rato y luego me vuelvo.
-Vale!
-Repíteme lo
que me acabas de explicar, ¡te lo ruego!
-Pues
exactamente lo que te decía. En el lugar en donde trabajo las personas que
acceden a posiciones relativamente altas en el organigrama se ven sometidas a
un tercer grado hasta que no resisten más. Entonces se las liquida si es que no
han abandonado antes la lucha. Y aun así….¡¡hay cola para acceder a tales
posiciones!!
-Bueno; esto
corrobora la volubilidad de la naturaleza humana: todos piensan que a ellos no
les pasará esto.
-O más simple
aún: no piensan nada. Solamente están programados para trepar pero nada más.
-¡O sea que
estamos como en la Edad de Piedra!
-En algunos
aspectos sí….aunque piensa que a nivel evolutivo, la edad de piedra está a
cuatro pasos de aquí….
-A nivel de
evolución biológica sí, ¡pero a nivel de evolución cognitiva no!
-Quizás….
-Entonces
dime, amigo, ¿qué es lo que mueve a los humanos?
-Pues quizá las
necesidades que jerarquiza la pirámide de Maslow…
-El problema
es que cada vez más humanos se quedan en el primer peldaño, el básico. Comida,
bebida, aire, sueño, sexo y pocas cosas más…
-¿Pocas cosas?
¡No! Los personajes de los que te hablaba tienen necesidades más allá de las
fisiológicas. Necesitan mandar sobre los demás, trabajar lo mínimo, ser muy
visibles (cuando se reparten medallas; invisibles cuando vienen los castigos),
recibir adulación,…..
-Bueno; todo
esto caería dentro de otros niveles jerárquicos como la estima, la pertenencia
al grupo, la seguridad…
-Sí, pero en
su versión putrefacta!
-Ya sabes como
pienso sobre todas estas cosas: frente a la erótica del poder….la orgásmica del
desobedecer!!
-Si, pero con
finura…
-¿Como?
-Lo que más
molesta a los humanos –tanto a los que te describía como al resto- no es que se
nos desobedezca sino que se nos plante cara.
-Por tanto,
desobedecer, pero con estilo, tiento, nocturnidad y alevosía...
-Claro.
Ofreciendo batalla lo único que se consigue es el fútil desgaste de ambas
partes. Y además, ¿no nos roban nuestra dignidad? Pues ¡respondámosles con la
misma moneda!
-Pero…¿tú te
puedes creer de verdad que cuando enseñan la zanahoria podrida colgando del
palo la mayor parte de la gente la persigue como si fuera una zanahoria
perfectamente tierna y apetecible?
-¿No lo has
visto ya muchas veces? ¡Respóndete tú mismo!
-¡Están locos
esos humanos!
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